Joaquín Navarro. Mujeres matemáticas.

junio 19, 2023

Joaquín Navarro, Mujeres matemáticas
RBA 2011, 2019. 170 páginas.

Biografía de matemáticas desde el siglo IV a.c. hasta el siglo XX. Empezando, como no podía ser de otra manera, por Hipatia de Alejandría de la que se cuenta bastante bien sus descubrimientos y cómo ha llegado a ser conocida en nuestra época gracias a los comentarios de otras obras. Tenemos que entender que, en la antigüedad, los comentarios eran aclaraciones y extensiones de las propias obras.

Me ha sorprendido conocer la vida tumultuosa de la marquesa de Châtelet, que tuvo un trío muy particular con su marido y Voltaire, que contrasta con la vida tranquila de María Agnesi, excelente divulgadora y conocida por la curva que lleva su nombre y la calidad del pensamiento de Sophie Germain.

Por no poner la lista al completo destacaré el excelente capítulo dedicado a Emmy Noether, figura matemática de primer orden, experta en estructuras algebraicas y que tenía un séquito de alumnos y alumnas que la adoraban, y las andanzas de Grace Hopper, pionera de la computación, inventora del lenguaje de programación Cobol, y militar de carrera con un destructor que lleva su nombre.

Todas ellas debieron enfrentarse a una sociedad que no veía con buenos ojos que una mujer tuviera estudios y mucho menos les iba a permitir entrar en instituciones académicas como profesoras.

Muy bueno.


Al principio prefería la geografía, pero fue cambiando paulatinamente de preferencias: tras seguir clases con varios tutores, terminó recibiendo formación matemática, para la que mostró gran disposición. Su último maestro, el gran Augustus de Morgan (1806-1871), magnífico escritor y primer profesor de matemáticas de la Universidad de Londres, hablaba muy bien de sus dotes. En 1834 conoció a Mary Somerville, quien ejerció con gusto el papel de guía científica de Ada. Poco antes, en 1833, conoció también a Charles Babbage, cuando todavía tenía 17 años. Éste les mostró a ella y a su madre la máquina en cuyo desarrollo trabajaba entonces, explicándoles su funcionamiento y los principios en que se basaba. Ada quedó muy impresionada. La primera máquina de Babbage se convirtió «en un amigo» de la familia. Ada ya se denominaba a sí misma «analista y metafísica»; la palabra «científico» no entraría en el diccionario hasta 1836, de la mano de William Wehwell. Quizás Babbage y Ada se hicieron amantes, pero las evidencias no son concluyentes.
La influencia de Babbage
El hombre cuyas ideas iban a tener una influencia determinante sobre los trabajos de Ada Lovelace fue el matemático Charles Babbage (1791-1871), quien ya empezó a dar muestras de su original temperamento en su primera juventud, cuando se embarcó en una auténtica cruzada contra la notación newtoniana del cálculo y tradujo una obra francesa con la notación continental —y objetivamente mejor— de Leibniz. En el periodo napoleónico eso era por completo iconoclasta en su país.
Pronto fue nombrado miembro de la Royal Society y profesor lucasia-no de matemáticas en Cambridge, la misma cátedra que tuvo Newton. Era un tanto extravagante, aunque distinguido miembro del Parlamento, por lo que se le suponía una cierta compostura; mostraba un odio obsesivo hacia los organilleros callejeros. En cierta célebre ocasión osó escribir al conocido poeta lord Tennyson para corregirle unos versos a su juicio la laces desde el punto de vista estadístico.
Abramos un paréntesis en la vida de Ada, puesto que fue presentada a la corte, conoció a William King, se casó con él, tuvieron tres hijos, y Wi-lliam heredó la titularidad de la casa de Lovelace, pasando su esposa a ser condesa de Lovelace.
En 1841, Babbage, que se había desplazado hasta Turín para promover la financiación de la que llamaba su «máquina analítica», consideró oportuno traducir un informe sobre ella. En Italia, un matemático y oficial de Ingenieros italiano, Luigi Menabrea —que, por cierto, andando el liempo fue primer ministro de su país— recopiló en francés unas notas sobre la máquina analítica (Esquema de la máquina analítica inventada por Charles Babbage) que Babbage encontró interesantes; Ada invirtió casi un año en ponerlas en inglés, pero es que las acompañó de comentarios. Son todavía más profundos que las excelentes notas de Menabrea: una parte de ellos muestra cómo computar con la máquina algo tan complejo como los números de Bernoulli. Lo visionario del cálculo reside en que se da una secuencia de instrucciones o algoritmo, de manera que lo entienda la máquina. Se trata, en términos modernos, de un auténtico programa de computadora. Las notas de Ada, que triplican la extensión del artículo de Menabrea, aparecieron firmadas sólo con sus iniciales A. A. L. y no con su nombre (Ada Augusta Lovelace), pues con seguridad muchos barbados científicos no se las hubieran tomado en serio de saberse que las había escrito una mujer. Además, no se solía permitir que el apellido del marido se usara en la publicación de ningún libro.
En realidad, Ada iba más allá del simple cálculo: la máquina, adecuadamente instruida, podría, por ejemplo, componer música. O, mejor aún, y en palabras de Ada: «La máquina analítica borda patrones algebraicos, al igual que el telar de Jacquard borda flores y hojas».
El telar de Jacquard, a través de aberturas o perforaciones repartidas inteligentemente en placas planas (tarjetas), encaminaba ciertas hebras de hilo haciéndolas circular por trayectorias predeterminadas, a base de agujeros perforados en dichas placas o tarjetas interpuestas, con el resultado de que en los tejidos aparecían auténticos dibujos de colores; del mismo modo se podrían almacenar instrucciones de cálculo.

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