Javier Tomeo. Doce cuentos de Andersen contados por dos viejos verdes.

diciembre 9, 2015

Javier tomero, Doce cuentos de Andersen contados por dos viejos verdes
Cahoba, 2005. 182 páginas.

El título es muy sugerente, pero el contenido ha sido una decepción. No porque carezca de interés lo que escribe Tomeo, sino porque escribe poco. Me explico. No estamos ante versiones de los cuentos, como aquellas políticamente incorrectas de Finn Garner. Se trata de la lectura -y su correspondiente trasposición escrita- de doce cuentos de Andersen y los comentarios que al hilo de la narración van haciendo los dos protagonistas (que no son especialmente verdes). Tres cuartas partes del libro son, pues, de Andersen.

Si a esto le sumamos que el libro es cortito hagan las cuentas. No tenía muchas ganas de escribir el autor esos días. No he encontrado casi reseñas en la red, y no es de extrañar, apenas esta: 041 – «Doce cuentos de Andersen contados por dos viejos verdes» de Javier Tomeo.

Calificación: Decepcionante, aunque se deja leer.

Extracto:

-Yo creo, y perdone si me equivoco -le anticipo-, que la izquierda civilizada necesita más que nunca la colaboración de un partido demócrata no nacionalista.
Ésa es, por lo menos, la conclusión a la que han llegado esta mañana todos los grandes diarios del país. El tema es interesante y pienso que podría servir perfectamente de arranque para empezar nuestra tertulia, pero Heriberto mueve la cabeza de izquierda a derecha y responde que, a partir de hoy, no piensa hablar nunca más de política.
-Mi querido don Servando -dice-, he llegado a la conclusión de que pasarse las tardes discutiendo de política no es bueno para la salud. Hace años que lo venimos haciendo y el mundo está peor que nunca. Creo incluso que no falta mucho para que salte por los aires. Lo pensé ayer noche, cuando me asomé a la ventana y vi cómo brillaban las estrellas por encima de la ciudad. A tu edad, me dijeron las estrellas, lo mejor que puedes hacer con el bueno de Servando es contaros recíprocamente cuentos de sapos que se convierten en príncipes y cosas por el estilo.
No sé qué mosca le habrá picado. Le señalo con el índice, cada día más deformado por el reuma, y le digo que no es normal que a nuestra edad nos citemos en el Casino, del que somos socios desde hace cuarenta años, para contarnos cuentos de hadas.
—Así que supongo que no estará usted hablando en serio -le digo, ajustándome la dentadura postiza-. Ya sé que hemos cumplido unos cuantos años, pero no podemos perder la esperanza de cambiar las cosas en este jo-dido país.
Heriberto vive en su inmenso piso de diez habitaciones, con las paredes cubiertas de fotografías de gente que hace años que ya no está en este mundo. Poco más o menos, su piso es tan grande como el mío, que tiene también diez habitaciones. Los dos vivimos solos, sin más compañía que la de nuestras sirvientas, nuestras pensiones son modestas y no podemos permitirnos estirar más el brazo que la manga.
No me pregunta por qué he llamado jodido a nuestro país, que es el calificativo que le doy habitualmente. Sabe que podría darle cincuenta mil razones y prefiere ahorrarse la molestia. Vuelve a negar con la cabeza, enciende el primer cigarrillo de la tarde -unos cigarrillos balsámicos, que huelen a mil demonios- y aparta el florero de gladiolos a un lado para que Simeón, nuestro camarero deforme, pueda servirnos la infusión de manzanilla con catorce cabezuelas por taza.
-Podemos hacer la prueba unos cuantos días, a ver qué pasa -me propone cuando volvemos a estar solos-. Hasta el día veintiocho, que es el último del mes, tenemos doce días por delante. El otro día soñé incluso que leyéndonos recíprocamente cuentos de hadas nos quitábamos algunos años de encima.
-¿Y si se enteran los otros socios? ¿No le preocupa a usted que nos tomen el pelo?
-Me importa un pito lo que piensen esos carcamales -responde, como si él fuese más joven que los demás—. He traído de casa los Cuentos completos de Andersen. Ahí lo tiene usted, hace por lo menos cincuenta años que se lo compré a mi hijo.

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