Javier Moreno. 2020.

marzo 6, 2025

Javier Moreno, 2020
Lengua de trapo, 2013. 260 páginas.

En un futuro que podría haber sido aunque no fue, donde se construyó Eurovegas y la crisis de la construcción fue todavía más terrible se mueven diferentes personajes. Bruno Gowan, magnate y figura mediática que ha desaparecido, un detective que lo busca, un chico que duerme en los aviones abandonados del Prat y un trabajador de un bazar con problemas de piel.

Trama fragmentada que va saltando entre los protagonistas con el paisaje casi post apocalíptico como hilo conductor que aprovecha el autor para desplegar algunas ideas punzantes y, en ocasiones, muy bien escritas, pero que no acaba de ligar en una trama que vaya más allá del destello ocasional.

Eso sí, la novela correctísima, dibuja un ambiente que nos resuena mucho, ofrece ideas originales (esos aviones ocupados) y, como digo, tiene páginas verdaderamente brillantes.

Bueno.

Ruido blanco
Está sonando el silencio en el interior de mi cabeza. Hay imágenes circulando, colisionando las unas contra las otras, palabras que se traban en ausencia de sintaxis. Deja la cocaína, prueba el Vicodín, escucho. El sexo anal no es amor, escucho. Hay odio, hay furia dentro de mí. Puedo detectarlo. El autocastigo no sana. El terrorismo no es arte. La comunicación es amor. Todos somos víctimas. El amor es comunicación. Soy un guerrero. Un joven europeo educado y conservador. Un jubilado de treinta años. Alguien que carece de futuro. Quien se acusa, se excusa, escucho. No mires a las niñas, escucho. Quien se excusa, se acusa, escucho. La belleza es joven. Todos somos verdugos. Veo piezas de puzle, figuras que se oponen y que, lejos de encajar, hacen chirriar sus aristas. Si tu vida sexual está bien, lo demás no importa, escucho. Soy un templario. Soy un berserk, un guerrero a las órdenes de Odín, sediento de sangre. Las drogas me hacen sentir fuerte, eficaz, alerta. Evitan el dolor y la fatiga, dilatan las pupilas como las de un halcón que sobrevuela el terreno en busca de su presa. Haz lo que deseas, escucho. Desea lo inalcanzable, escucho. Sé seductor, escucho. Fair-field, Connecticut, leo en la funda de mi rifle Ruger. Fair-field es un nombre que huele a limpio, un nombre que huele a dignidad y a leche fresca. A carmín sobre labios de muchachas adolescentes. Debo llegar a los ciento treinta kilos. Testosterona, escucho. Esteroides, escucho. Nembutal, escucho. Me cohíben los gritos de placer de una mujer que llega al orgasmo. Es como estar ante una actriz que sobreactúa. Hacen que mi placer se reduzca al cosquilleo de un breve estornudo. Hacen que todo se convierta en una representación de teatro en la que yo estoy sentado del lado del público. Revienta, escucho. Reviéntalos, escucho. Algunos creen que soy homosexual. No es cierto. He ahorrado lo suficiente para tener sexo con prostitutas antes de que llegue el momento. Les pagaré para que se abran de piernas y gocen en silencio. Disfruta, escucho. Sin esfuerzo no hay recompensa, escucho. Conozco todos los datos, los dígitos, las cifras. Cuántos metros permite escribir la tinta de un bolígrafo. Cuántos kebabs pueden hacerse con un rodillo de carne. El tiempo que tarda un hombre en ahogarse. El alcance de cada rifle. Los defectos. Con un solo vistazo: cicatrices, arrugas, lunares. Cualquier detalle que aleje a un cuerpo de la simetría y la perfección.

Evito los espejos.

Alguien juega con el mando a distancia de mi cerebro. Hace pasar los canales. Escucho una risa que no es la mía. Escucho el ruido blanco.

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