Ediciones B, 2017. 640 páginas.
Tit. or. Caliban’s War. Trad. Daniel Tejera Expósito.
En Ganímedes un marine marciano ve como un monstruo invencible aniquila a todo su regimiento, y en Venus la protomolécula ha cambiado por completo la faz del planeta.Todos estos hilos se mezclarán, como no, con la presencia de James Holden y la tripulación de la Rocinante, que tendrán que ayudar a encontrar a la hija de un científico y evitar una guerra en el sistema solar.
Leer esta saga después de haber visto la serie me da esa extraña sensación de esto ya lo conozco pero era de otra manera y esto es nuevo pero como los autores escriben muy bien y te atrapan desde el primer momento no es ninguna molestia. Tengo que ponerme en serio con esta saga porque merece mucho la pena.
Muy bueno.
Aquella pequeña figura creció en su retícula. Un escalofrío le recorrió la espalda y volvió a ampliar la imagen.
La figura que perseguía a los seis marines de la ONU no llevaba traje de aislamiento. Tampoco se podía afirmar que fuera humana. Tenía la piel cubierta por unas láminas quitinosas parecidas a escamas grandes y negras. Su cabeza tenía una apariencia terrorífica: era el doble de grande de lo normal y estaba cubierta de unas extrañas protuberancias.
Pero lo más aterrador eran sus manos. Eran demasiado grandes para su cuerpo y demasiado largas para su anchura, como si hubieran salido de la pesadilla de un niño. Eran las manos de un trol que se esconde bajo la cama, o de una bruja que se escabulle de una habitación por la ventana. No dejaba de abrirlas y cerrarlas de manera muy enérgica y sin descanso.
Las tropas de la Tierra no estaban atacando. Se retiraban.
—¡Disparad a la cosa que los persigue! —gritó Bobbie a nadie en particular.
Antes de que los soldados de la ONU cruzaran la línea de medio kilómetro que marcaba el inicio de las hostilidades por parte de los marcianos, aquella cosa los alcanzó.
—Vaya, joder —susurró Bobbie—. Joder.
Agarró a uno de los marines con sus enormes manos y lo partió en dos como si fuese una hoja de papel. La armadura de titanio y cerámica se partió con la misma facilidad que la carne de su interior, dejando un reguero de tecnología y húmedas vísceras humanas que cayó al hielo sin orden ni concierto. Los cinco soldados restantes corrieron aún más, pero el monstruo que los perseguía casi ni se detuvo mientras mataba.
—¡Disparadle, disparadle, disparadle! —gritó Bobbie mientras abría fuego.
Su entrenamiento y la tecnología de su armadura de combate la convertían en una máquina de matar muy eficiente. Tan pronto como apretó el gatillo del arma de su armadura, una andanada de proyectiles perforantes de dos milímetros se dirigió hacia la criatura a más de mil metros por segundo. En menos de un segundo, había disparado cincuenta. Aquella criatura era un objetivo relativamente lento y de tamaño humano, que se movía en línea recta. Sus sistemas de puntería eran capaces de realizar las correcciones balísticas necesarias para impactar contra un objeto del tamaño de una pelota de béisbol moviéndose a velocidad supersónica. Todas las balas que disparó alcanzaron al monstruo.
Pero no ocurrió nada.
Las balas lo atravesaron y era probable que su velocidad no se redujera mucho antes de salir. De cada orificio de salida, en lugar de sangre, surgió un reguero de filamentos negros que cayeron en la nieve. Era como disparar al agua. Las heridas se cerraban casi a la misma velocidad que se producían y lo único que indicaba que la criatura había recibido los impactos eran las fibras negras que dejaba a su paso.
Entonces alcanzó a un segundo marine de la ONU. En lugar de hacerlo pedazos como al primero, agarró y lanzó a aquel terrícola acorazado (que era probable que pesara un total de más de quinientos kilos) hacia Bobbie. El visor táctico registró el arco ascendente del marine y le indicó que no lo había arrojado «hacia» ella, sino directo contra ella. Con una trayectoria sin demasiado arco, lo que indicaba que iba a mucha velocidad.
Se tiró al suelo a un lado lo más rápido que le permitió lo abultado de su armadura. El desgraciado marine de la ONU golpeó a Hillman, que estaba a su lado, y ambos desaparecieron de su vista mientras rebotaban por el hielo a una velocidad mortal.
Cuando se giró para volver a mirar al monstruo, ya había matado a otros dos soldados de la ONU.
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