Ediciones B, 2016. 608 páginas.
Tit. or. Leviatan wakes. Trad. David Tejera Expósito.
Joe Holden, segundo de a bordo de un carguero que transporta hielo para las estaciones mineras del cinturón, es el encargado de investigar una petición de auxilio de una nave. Mientras, en Ceres, el inspector de policía Miller ha recibido el encargo de buscar a la hija de una pareja de ricos que ha desaparecido. Ambas historias se entrecruzan gracias a lo que parece ser el mayor descubrimiento de la historia de la humanidad.
Hay una serie de televisión basada en estos libros, The expanse, que he consumido con gran placer. Me parecía un poco raro hacer el camino inverso, y no sabía como sería la experiencia de leer cosas que ya sabía. ¿Me aburriría? Pues el resultado ha sido el contrario, he disfrutado de lo lindo.
Serie y libro comparten una galería de personajes bien construídos, tramas inteligentes alejadas de tonterías seudomágicas y una acción trepidante. ¡Si hasta he tenido momentos en los que las escenas de acción del libro me han parecido más emocionantes que las de la serie! Las diferencias entre las tramas han sido lo suficientes para que la historia me pareciera nueva, y las semejanzas me han permitido poner cara a los protagonistas.
A ver, no es que la prosa sea algo exquisito. Pero es lo suficientemente solvente para llevar al lector por una historia que te tiene en vilo y que, en algún momento puntual, hasta me ha emocionado. Para mí es más que suficiente.
Muy bueno.
Ceres, la ciudad portuaria del Cinturón y los planetas exteriores, tenía unos doscientos cincuenta kilómetros de diámetro y decenas de miles de kilómetros de túneles superpuestos unos sobre otros. Giraba a 0,3 g gracias a un proyecto en el que habían trabajado las mentes más brillantes de Tycho Manufacturing durante media generación y del que todavía se seguían vanagloriando. Ceres había pasado a contar con más de seis millones de residentes fijos y tenía un tráfico portuario de más de mil naves todos los días, lo que incrementaba su población hasta los siete millones.
Platino, acero y titanio del Cinturón. Agua de Saturno, carne y vegetales de los invernaderos abastecidos por la energía de los espejos colectores en las lunas Ganímedes y Europa. Células de energía de Ío, helio-3 de las refinerías de Rea y Jápeto. Ceres era un torrente de poder y riquezas sin parangón en la historia de la humanidad. Con un comercio de tan alto nivel, era inevitable que también hubiera crímenes. Y donde había crímenes, había fuerzas de seguridad para mantenerlos a raya. Hombres como Miller y Havelock, cuyo oficio consistía en desplazarse en carretas eléctricas por las amplias rampas, habituarse a que la falsa gravedad del giro se les escapara bajo los pies y preguntar a prostitutas ostentosas de baja estofa lo que ocurrió la noche que Bomie Chatterjee dejó de recaudar dinero para la protección del Club de la Rama Dorada.
La sede central de las Fuerzas de Seguridad Star Helix, cuerpo de policía y cuartel militar de la estación Ceres, se encontraba unos tres niveles hacia el interior del asteroide, ocupaba dos kilómetros cuadrados y llegaba a tal profundidad de la roca que Miller podía echar a andar desde su escritorio y descender cinco niveles más sin salir de las oficinas. Havelock entregó la carreta mientras Miller iba a su cubículo para descargar la grabación de la entrevista con la chica y volver a escucharla. A mitad de camino, su compañero lo alcanzó.
—¿Has sacado algo en claro?
—No mucho —respondió Miller—. A Bomie lo asaltaron unos gamberros locales que no pertenecen a ningún grupo. Pero un don nadie como Bomie podría contratar matones para simular un ataque y librarse de ellos en plan héroe. Mejora la reputación. A eso se refería la chica al decir que parecía una coreografía. Los tipos que fueron a por él parecían de esos, solo que en vez de dárselas de puto amo ninja, Bomie huyó y no se le ha vuelto a ver el pelo.
—¿Y ahora qué?
—Ahora nada —respondió Miller—. Por eso no lo pillo. Alguien se ha librado de un recaudador de la Rama Dorada y no ha habido consecuencias. Vale que Bomie es un sacacuartos de poca monta, pero…
—Pero si eliminan a los de poca monta, los importantes empezarán a recibir menos dinero —continuó Havelock—. ¿Por qué la Rama Dorada no ha impartido justicia como buenos mafiosos?
—Esto no me gusta —dijo Miller.
Havelock rio.
—Estos cinturianos… —dijo Havelock—. Se tuerce lo más mínimo y ya creen que el ecosistema entero se viene abajo. Si la Rama Dorada está demasiado débil para hacerse respetar, mejor que mejor. Son los malos, ¿recuerdas?
—Sí, vale —respondió Miller—. El crimen organizado será lo que tú quieras, pero al menos es organizado.
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