Divulgación sobre la tecnología de los transgénicos que tanta alarma social injustificada está provocando. En la primera parte se explica como los seres humanos hemos ido desarrollando la agricultura, seleccionando poco a poco las plantas con genes más beneficiosos para nosotros (granos y frutos más grandes y de mejor sabor). También se explica qué es un transgénico; básicamente un organismo al que mediante ingeniería genética se la introducido un gen de otra especie. Estos genes dan lugar a características interesantes: mejor resistencia a los parásitos, mayor crecimiento, etcétera.
Esto ha causado, en general, una gran alarma en ciertos grupos, que opinan que estas modificaciones se nos pueden ir de las manos y causar un caos en la naturaleza. Pero el autor explica que para autorizar un transgénico éste debe pasar por unas pruebas exhaustivas que garantizan que sea inocuo y que no puede hibridar con especies silvestres. Y parece tener razón, porque después de vivir con plantaciones transgénicas desde hace veinte años no se ha desatado nunca ninguna alarma.
Aprovecha el autor buena parte de las páginas en criticar a las asociaciones que, movidas más por motivos sentimentales que científicos, se oponen a esta tecnología. Se dan razones detalladas de por qué los argumentos en contra no suelen tener ningún fundamento y se añade un argumentario para contestar a las objeciones más comunes.
¿Era este último punto necesario? Sí. Sölo hay que leer lo que aparece al final de esta entrada suya de su blog: Comiendo tomates transgénicos con el comidista:
Si leéis hasta aquí habréis notado que en ningún momento he mencionado a los científicos que han desarrollado estos tomates (insisto, no son míos) o que han colaborado en su cultivo y producción. Lo hago por expreso deseo de ellos ya que no quieren sufrir ningún tipo de represalia por parte de grupos ecologistas o algún efecto negativo a la hora de conseguir financiación para su investigación (por ejemplo, si piden proyectos a alguna institución que potencie la agricultura ecológica). Europa, siglo XXI y hay científicos que prefieren esconderse. Muy triste ¿no?
Muy recomendable.
Microorganismos: esos transgénicos que no sabías que utilizabas
Los microorganismos transgénicos fueron la primera tecnología desarrollada y la que más aplicaciones tiene, básicamente porque es más fácil y porque tiene más tiempo detrás; quieras o no, la estás utilizando cada día.
Para empezar, muchos fármacos se obtienen de esta manera. El más popular y conocido es la insulina, pero cualquier medicamento que sea una proteína o un péptido (proteínas de menos de cien aminoácidos) lo más probable es que se desarrolle mediante OGM, lo que permite abaratar los costes y disminuir los riesgos de contaminación. Pero hay más. A veces la proteína no es lo que queremos, nos interesa una molécula que produce determinada planta o determinado animal, o incluso otros microorganismos. Podemos introducirle los genes que codifican las enzimas encargadas de hacer esta molécula y conseguir que un microorganismo nos fabrique un fármaco que de forma natural no fabrica, como por ejemplo un antibiótico.
Pero no solo de fármacos vive la tecnología de microbios OGM. Entre los miles de aplicaciones hay una que tiene una historia curiosa que posiblemente ahora mismo estés utilizando. Viene de la guerra de Vietnam. A ver, ¿alguna vez se te ha apolillado un suéter o un jersey de lana? Esto es debido a que la lana es pelo animal. El pelo está compuesto por una proteína llamada queratina, así que una prenda de lana no es más que un envoltorio proteico, igual que otros tejidos que tienen origen proteico como la seda. Si un suéter se apolilla es por-
que hay unos insectos que se alimentan de esas proteínas. Un tejido de algodón o lino nunca será atacado por una polilla ya que en este caso sus filamentos son vegetales. En los tejidos de origen vegetal el material es celulosa, que es un carbohidrato, una cadena larga de azúcares, nada que ver desde el punto de vista químico o biológico con una proteína. El almidón, componente principal de la harina o la pasta, también consta de cadenas largas de azúcares, que digerimos para obtener azúcar que convertimos en energía, o, como suele suceder, almacenamos como grasa en los michelines. La diferencia es que el enlace que une las moléculas de azúcar en la celulosa es diferente que en el almidón. La mayoría de los animales tenemos enzimas capaces de digerir el almidón, pero la celulosa solo pueden digerirla los rumiantes, los insectos xylófagos (termitas y similares) y algunos microorganismos. Ser capaces de reproducir en un laboratorio la digestión de la celulosa sería importantísimo. Después de la cosecha de cereales quedan toneladas de paja, lo mismo cuando se limpia un bosque de matorrales, etc. Normalmente, después de alimentar al ganado la única utilidad es quemarlo como combustible, y de hecho a veces simplemente se quema porque no se sabe qué hacer con eso (como en la albufera con la paja del arroz). Si toda esa cantidad de celulosa se convirtiera en azúcar, tendríamos no solo más alimento sino que podríamos obtener alcohol por fermentación y de repente de un desecho tendríamos un bio-combustible, un producto valioso a partir de algo que íbamos a tirar. En la guerra de Vietnam el ejército de Estados Unidos se dio cuenta de que la ropa de los soldados se «apolillaba», lo que llevó al descubrimiento de un microorganismo que sintetizaba enzimas capaces de degradar la celulosa. Se lanzaron como locos a tratar de encontrar esta enzima. La encontraron. Pero con una limitación: solo funciona a pequeña escala. A gran escala la producción de azúcar o de alcohol no es rentable.
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