Herman Melville. Bartlevi l’escrivent.

septiembre 28, 2023

Herman Melville, Bartlevi lescrivent
Bromera, 2016. 108 páginas.
Tit. or. Bartleby the scrivener. Trad. Pau García Pons y Josep Manuel Marco Borillo.

Releo el famoso Bartleby para un club de lectura / sesión vermut de la librería Nocturama y me vuelvo a maravillar ante el talento de Melville que en esta novela corta -o cuento largo- nos ofrece una historia aparentemente simple (un escribiente que va renunciando a toda actividad con una frase ya icónica ‘preferiría no hacerlo’) pero tan cargada de interpretaciones que es inacabable.

Porque aquí se anticipa a Kafka, la escritura es tan moderna como la de los escritores del Siglo XX, y la progresiva inacción del protagonista puede ser metáfora de tantas cosas que casi todo el mundo ha acercado el ascua a su sardina.

Pero el misterio central sigue vivo, alguien que renuncia a la acción sin ningún motivo, rompiendo la norma más básica de todo ser vivo, la supervivencia. Bartleby nos sigue interpelando, conmoviendo y, en más de una ocasión, convenciendo porque ¿A quién no le gustaría poder esgrimir la frase ‘preferiría no hacerlo’ en la mayoría de las cosas que nos trae la vida?

Imprescindible.

Yo ayudaba en persona a confrontar algún documento breve, llamando a Turkey o a Nippers con este propósito. Uno de mis fines al colocar a Bartleby tan a mano, detrás del biombo, era aprovechar sus servicios en estas ocasiones triviales. Al tercer día de su estada, y antes de que fuera necesario examinar lo escrito por él, la prisa por completar un trabajito que tenía entre manos, me hizo llamar súbitamente a Bartleby. En el apuro y en la justificada expectativa de una obediencia inmediata, yo estaba en el escritorio con la cabeza inclinada sobre el original y con la copia en la mano derecha algo nerviosamente extendida, de modo que, al surgir de su retiro, Bartleby pudiera tomarla y seguir el trabajo sin dilaciones.
En esta actitud estaba cuando le dije lo que debía hacer, esto es, examinar un breve escrito conmigo. Imaginen mi sorpresa, mi consternación, cuando, sin moverse de su ángulo, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, replicó:
—Preferiría no hacerlo.
Me quedé un rato en silencio perfecto, ordenando mis atónitas facultades. Primero, se me ocurrió que mis oídos me engañaban o que Bartleby no había entendido mis palabras. Repetí la orden con la mayor claridad posible; pero con claridad se repitió la respuesta.
—Preferiría no hacerlo.
—Preferiría no hacerlo —repetí como un eco, poniéndome de pie, excitadísimo y cruzando el cuarto a grandes pasos—. ¿Qué quiere decir con eso? Está loco. Necesito que me ayude a confrontar esta página; tómela —y se la alcancé.
—Preferiría no hacerlo —dijo.
Lo miré con atención. Su rostro estaba tranquilo; sus ojos grises, vagamente serenos. Ni un rasgo denotaba agitación. Si hubiera habido en su actitud la menor incomodidad, enojo, impaciencia o impertinencia, en otras palabras si hubiera habido en él cualquier manifestación normalmente humana, yo lo hubiera despedido en forma violenta. Pero, dadas las circunstancias, hubiera sido como poner en la calle a mi pálido busto en yeso de Cicerón.
Me quedé mirándolo un rato largo, mientras él seguía escribiendo y luego volví a mi escritorio. Esto es rarísimo, pensé. ¿Qué hacer? Mis asuntos eran urgentes. Resolví olvidar aquello, reservándolo para algún momento libre en el futuro. Llamé del otro cuarto a Nippers y pronto examinamos el escrito.

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