Héctor Tizón. Shakespeare.

mayo 9, 2012

Shakespeare
Urbion, 1984. 252 páginas.

Tengo unas cuantas biografías de padre casi desconocido, porque el autor de ésta estaba escondido en los datos de edición. Una biografía de encargo sin ninguna pretensión.

Como afirma el autor que no hay muchos datos sobre Shakespeare, tampoco la biografía ocupa mucho. Hay contexto histórico y análisis somero de sus principales obras. En conjunto decente, pero le falta profundidad.

Lo empecé pensando si me merece la pena leer este tipo de libros existiendo otros mejores en el mercado. La respuesta -en mi caso- es que no. Dejan la sensación de haber rascado sólo la superficie. Tengo más de otros personajes, pero se van a quedar en la estantería.

Calificación: Pasable.

Un día, un libro (252/365)

Extracto:
El termómetro del público
La mayor de las ventajas de Shakespeare —aparte de su genio, claro— sobre sus contemporáneos (Nashe, Lodge, Green, Kyd, y aun Marlowe) fue que, además de autor, era precisamente actor — «excelente», al decir de Henry Chettle, un conocido editor de obras dramáticas de aquellos días—, profesión que ejerció durante casi toda su vida, y a la cual nunca renunció.
Como ya hemos visto, los demás dramaturgos vendían sus obras en manuscritos a los actores, y muchas veces las escribían por encargo de éstos, o de una compañía teatral, y desde entonces ya no les pertenecían y se desinteresaban de ellas a tal punto que muchas veces ni siquiera asistían a su representación. Esto les alejaba de todo ese importante contexto de la actividad teatral, lleno de vida; de su clima y sutiles secretos que les permitieran valorarlos con mayor exactitud o corregir lo que no se ajustaba a ese contexto. Shakespeare, en cambio, era autor y actor de su propia obra; conocía así las reacciones de su público; tenía siempre entre manos una cosa viva, y dominaba hasta el menor detalle de la puesta en escena de sus piezas. Sutil, inteligente, con una gran intuición psicológica, dúctil y aun modesto, todo le era útil y de todo sacaba partido y experiencia; tenía al público al alcance de la mano; conocía todas las exigencias de la escena.
William Shakespeare no nació dramaturgo genial, ni todo lo que tocaba se convertía en obra maestra; sus comienzos como autor fueron mejor que lo mediano, pero igualmente modestos. El traía virtudes propias, pero alcanzó la maestría escribiendo, con ahínco, esfuerzo y sacrificios. Nadie como él, gracias a esa modestia y habilidad de mezclarse íntimamente con el drama y su interpretación, sacó mayor partido; ni nadie tuvo mayor correspondencia con su público (esa «necia y chiflada multitud», al decir de los otros). En esto no tiene parangón. Por eso Shakespeare es Shakespeare y su propio pueblo. De ahí también su perdurabilidad.
Pero ello le atrajo asimismo la envidia, el encono, el ataque de aquellos de sus contemporáneos que se creyeron rivales (y cuyos nombres perduran hoy sólo gracias él), por ejemplo, Green.

2 comentarios

  • Seikilos mayo 10, 2012en2:01 am

    ¿Este Héctor Tizón?

  • Palimp mayo 10, 2012en12:56 pm

    Por lo que veo en el enlace y lo que he leído, dudo que sea el mismo. Aunque quien sabe, si tenía necesidad…

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