Editorial Anagrama, 2005. 940 páginas.
Tit. Or. Genius. A mosaic of one hundred exemplary creative minds. Trad. Margarita Valencia Vargas.
Le robé este libro a mi mujer por su inusitada extensión. En pleno fárrago del traslado pensé -acertadamente- que no tendría ni un minuto para reseñar, y no quería que se me fuera acumulando trabajo. Como leer este tocho me costaría mucho tiempo evitaría crecimientos innecesarios de pilas de libros. La estrategia ha sido bastante efectiva, aunque no del todo: sigo teniendo mucho trabajo pendiente.
Harold Bloom es un reconocido crítico literario con más de veinte obras en su haber. Genios es una monumental recopilación de semblanzas de cien personalidades de la literatura especialmente relevantes. Para aparecer en este compilación basta con ser considerado un genio por Bloom y estar muerto (supongo que para evitar polémicas con autores vivos del tipo ¿por qué está éste y no yo?). La lista al completo es ésta:
William Shakespeare
Miguel de Cervantes
Michel de Montaigne
John Milton
León Tolstoi
Lucrecio
Virgilio
San Agustín
Dante Alighieri
Geoffrey Chaucer
El Yavista
Sócrates y Platón
San Pablo
Mahoma
Doctor Samuel Johnson
James Boswell
Johann Wolfgang von Goethe
Sigmund Freud
Thomas Mann
Friedrich Nietzsche
Soren Kierkegaard
Franz Kafka
Marcel Proust
Samuel Beckett
Moliere
Henrik Ibsen
Antón Chéjov
Oscar Wilde
Luigi Pirandello
John Donne
Alexander Pope
Jonathan Swift
Jane Austen
Dama Murasaki
Nathaniel Hawthorne
Hermán Melville
Charlotte Bronté
Emily Jane Bronté
Virginia Woolf
Ralph Waldo Emerson
Emily Dickinson
Robert Frost
Wallace Stevens
T.S. Eliot
William Wordsworth
Percy Bysshe Shelley
John Keats
Giacomo Leopardi
Alfred, lord Tennyson
Algernon Charles Swinburne
Dante Gabriel Rossetti
Christina Rossetti
Walter Pater
Hugo von Hofmannsthal
Víctor Hugo
Gérard de Nerval
Charles Baudelaire
Arthur Rimbaud
Paul Valéry
Homero
Luis Vaz de Camoes
James Joyce
Alejo Carpentier
Octavio Paz
Stendhal
Mark Twain
William Faulkner
Ernest Hemingway
Flannery O’Connor
Walt Whitman
Fernando Pessoa
Hart Crane
Federico García Lorca
Luis Cernuda
George Eliot
Willa Cather
Edith Wharton
F. Scott Fitzgerald
Iris Murdoch
Gustave Flaubert
José María Eca de Queiroz
Joaquim Maria Machado de Assis
Jorge Luis Borges
Italo Calvino
William Blake
D. H. Lawrence
Tennessee Williams
Rainer Marie Rilke
Eugenio Móntale
Honoré de Balzac
Lewis Carroll
Henry James
Robert Browning
William Butler Yeats
Charles Dickens
Fiodor Dostoievski
Isaac Babel
Paul Celan
Ralph Ellison
Uno puede estar más o menos de acuerdo, pero no cabe duda de que la lista es bastante completa y acertada. Si la tomamos como referencia de lo que todo lector debería conocer mi nota sería de 55, un aprobadillo. ¿Se animan a calcular su nota? Basta con contar a cuantos autores de la lista han leído.
Los artículos están agrupados en diez grupos de diez autores cada uno, encabezados cada uno por el nombre de una sefirot cabalística. Se dividen en un frontispicio, especie de resumen o idea acerca del autor, seguido de un análisis de su obra, haciendo hincapié en las características de su genio. El resultado es un extraordinario recorrido por la historia de la literatura.
No a todos los autores les tiene Bloom el mismo cariño, y se nota. Algunos artículos están muy bien, pero otros parecen escritos por compromiso; la sensación es que algunos están hechos a peso. Quizá no debí leerlo de un tirón, porque hubo momentos en los que se me hizo pesado; sobre todo en los apartados dedicados a los poetas que, como ya he dicho alguna vez por aquí, no son mi fuerte. Se podrá discutir la relevancia de algunos de los autores o echar a faltar algunos, pero no cabe duda de que es una lectura estimulante. Recomendado para leer poquito a poco.
Escuchando: Once upon a time. Marlango.
Extracto:
La lujuria en acción es el abandono del alma en un desierto de vergüenza; la lujuria, hasta que es satisfecha, es perjura, asesina, sanguinaria, vergonzosa, salvaje, excesiva, grosera, cruel e indigna de confianza.
Apenas se ha gustado de ella se la desprecia, se la persigue, contra toda razón; y no bien saciada, contra toda razón, se la odia, como un incentivo colocado expresamente para hacer locos a los que en ella se dejan coger.
Es una locura cuando se la persigue, y una locura cuando se la posee; excesiva al haberse tenido, al tenerse y en vías de tener; felicidad en la prueba y verdadero dolor probada; en principio, una alegría propuesta; después, un sueño.
Todo el mundo lo sabe perfectamente; y, sin embargo, nadie sabe evitar el cielo que conduce a los hombres a este infierno.
Shakespeare cambió nuestra forma de presentar la naturaleza humana -si es que no cambió la misma naturaleza humana-: es lo menos que podemos decir de él; y sin embargo no aparece retratado en ninguna parte en su obra dramática. Y aunque es discutible que haya revelado su interioridad en sus 154 sonetos, en ellos su genio se manifiesta indefectiblemente. Los Sonetos fueron publicados en 1603 pero bien pudieron haber sido compuestos en 1593; y aun si tuviesen elementos autobiográficos, parecen distanciarse deliberadamente de la autor revelación. El más poderoso de ellos, el 129, se sostiene en un tono extraordinario de intensidad controlada a la vez que evade deliberadamente a todos los personajes de las demás piezas: el hermoso y joven noble, la Dama oscura, el poeta rival y, lo que es más relevante, el «yo» que pronuncia casi todos los demás sonetos. La voluntad, el deseo e incluso la repulsión son aquí impersonales, pero la furiosa energía de estas catorce líneas transmite, con terrible elocuencia, un juicio negativo del elemento discriminatorio en el impulso sexual masculino, cuya culminación orgás-mica es «una pérdida de vergüenza». El «gasto» sexual no es más que una pérdida del espíritu en el «infierno» de las vaginas, de cualquier vagina, que concluye el poema.
Shakespeare creó a Rosalinda, a Falstaff, a Hamlet, a Yago, a Lear, a Macbeth, a Cleopatra -personajes que conocemos mejor que a nosotros mismos-, pero se niega a crearse a sí mismo en sus sonetos. Y aunque nos suministra una gama casi infinita de conjeturas, se retira incluso ante lo que parecen ser sus propias humillaciones y sufrimientos eróticos. Podría ser que su alejamiento de sí mismo sea una insinuación que nos hace para que podamos tolerar los sufrimientos formidables que son el don estético que nos hacen sus tragedias.
12 comentarios
A Bloom, como casi siempre, se le ve mucho el plumero cuando ejerce su labor. Dárselos de sumo pontífice de la Literatura está muy bien, pero hay que reconocer que fuera del dominio anglosajón, para él sólo cuentan cuatro o cinco grandes nombres, a los cuales, por lo demás, ya se les ha reconocido su prestigio desde hace muchos años. Aunque tenga páginas interesantes, que las tiene, su posición de pope de las letras enturbia mucho su lectura, lo cual es una lástima en un caso como éste: un libro que podía dar mucho de sí y que, posiblemente, quede ahogado por el ego del crítico.
El tocho de hoy lo dejaré para cuando esté enferma. Ahora (en vacaciones, digo) prefiero la novela destierre los ensayos que leo durante el resto del año. Acabo de finalizar La caverna de las ideas de Somoza y estoy con El penúltimo sueño de Angela Becerra. En fin, que paséis un estupendo verano. Un saludo y sendos abrazos.
Es un recorrido por una historia de la literatura un poco limitada… incluso lo que dice de algunos autores es una mirada bastante recortada. Pero bueno, ciertamente Bloom es un autor para leer y discutir, pero nunca para ignorar.
Nota: 33. Y forzando la mano, incluyendo por ej Proust (abandonado en la página 100).
La ventaja de Bloom es que no esconde lo que es, un crítico egocéntrico (perdón por la repetición) que cree en la continuidad de una tradición artística, la literaria, en un área cultural muy concreta, la occidental (tirando claramente a la anglofonía). ¿Es ese un pecado mortal? Yo diría que apenas venial para el enorme trabajo de erudición y divulgación que el Papa de Las Letras Clásicas se ha empeñado en llevar a cabo. Y de su lucha contra la estupidización de los departamentos universitarios (principalmente norteamericanos, pero no sólo) no digamos nada, todo un reto en los tiempos que corren. Con cien o doscientos blooms no habría ningún danbrown de pacotilla, encima ensoberbecidos por las macroventas.
No, seguramente no habría ningún Dan Brown, pero mucho más grave me parece el hecho de que tampoco habría ningún Terry Eagleton, ninguna Sandra Gilbert, ninguna bell hooks, ningún Edward Said… por mencionar alguna de las áreas estupidizadas en los departamentos anglosajones en las que a Bloom le encantaría poder meter mano.
Tampoco creo que los Dan Brown del mundo existan por culpa (o gracias a) los arriba mencionados o sus colegas, ni que cien Blooms juntos ayudaran a erradicarlos de la faz de la tierra…
solodelibros, en este libro no molesta mucho el ego de Bloom, aunque podría haber dado mucho de sí. Muchas páginas pero algunas con poca densidad.
Vailima, ya dirás que te parece Somoza. Un abrazo muy fuerte y buenas vacaciones.
lanark, sí es un recorrido limitado pero el autor ya lo advierte en el prólogo; los que están son los que él considera importantes, no los que lo sean universalmente.
ericz, yo de Proust no he leído nada todavía -pero que quede en secreto-.
Francisco, me acordé de ti al leer el libro puesto que coloca a Carpentier entre los genios. Pensaba ¡uy, como se entere Francisco! Totalmente de acuerdo en que su lucha contra el idiotismo mediocratizador es de admirar. Tanto buen rollo no puede ser bueno.
Al final voy a quedar como el hombre que mató a Liberty Carpentier. Que no, que no es para tanto, lo que pasa es que creo que Carpetier no es tan interesante como otros autores cubanos. Pero tampoco es para quemarlo en cualquier plaza de la Habana vieja. No se trata de abusar.
¿Y dónde metió este hombre a Raymond Chandler?
Je, je, je… Hombre, a mí me gusta más Carpentier que, pongamos por caso, Cabrera Infante. Y aunque Lezama Lima tenga más empaque estilístico me quedo con Carpentier. Pero para gustos los colores.
Francisco, creo que Chandler no cabe dentro de las miras de Bloom.
Pues yo lo compré en un aeropuerto por ser el único título digerible traducido al español y, para mi sorpresa, me lo he pasado bomba leyéndolo. Sobre todo porque como Bloom ya está mayor y pasa de todo, le encanta cagarse en los muertos de los comités universitarios, las feministas y describe a los poetas malos como «poetas demasiado sinceros» siguiendo la máxima de Oscar Wilde de que toda la mala poesía es sincera. Me enternece que aproveche cualquier oportunidad para meterse con TS Eliot, al que admira tan a su pesar que se le sale la bilis por las narices, o cuando dice cosas como que, a su edad, acepta los finales tristes en Shakespeare, Flaubert y Tolstoi y ya, porque el resto no merecen el sufrimiento que nos causan. Su valor como crítica literaria es menor pero ¡es tan divertido!
Sí, es lo mejor de este libro, los ataques de Bloom contra la mediocridad rampante y el buen rollismo. La pega es la que comento, que en un libraco de cien autores se nota que hay mucho texto de compromiso.