La ciudad de Ebla es una ciudad situada en Siria que tuvo su momento de gloria en el tercer milenio y relaciones comerciales con el imperio sumerio. Se han encontrado multitud de tablillas que nos dibujan su modo de vida, su organización y sus religiones.
El autor fue quien primero descifró estas tablillas, que fueron recibidas con un cierto escepticismo. Ni pensaban que sería una gran ciudad, ni que la lengua fuera la que decía el investigador, pero posteriores descubrimientos le dieron la razón. Y en este libro se respira un cierto aire de ‘ya os lo dije’ y de revanchismo que personalmente me ha sobrado un poco.
La información acerca de la vida y costumbres de los eblaítas, sin embargo, es muy interesante. Nos la pone en el contexto de los primeros imperios de la humanidad, un periodo muy largo de tiempo del que, sin embargo, tenemos una información escasa y fragmentada.
Bueno.
Que semejantes obras literarias estuviesen custodiadas en bibliotecas lo documentan, por una parte, los ejemplares encontrados en Ur, pero sobre todo la Biblioteca de Assur, promovida y constituida por Tiglat-Pileser I. Son más de doscientas tablillas de contenido literario las que se han hallado en ambientes situados junto a la Puerta de la ciudad y que pertenecen al área del templo; dichos textos nos proporcionan una muestra representativa del patrimonio de esta fase del n milenio, que incluye todos los géneros, desde el mitológico y épico al matemático y astronómico. Es interesante señalar que, en buena medida, este material es de origen babilónico, llegado a Assur a raíz de una confiscación, realizada por el soberano asirio, tras la conquista de Babilonia.
Finalmente, en el I milenio, la única biblioteca conocida del área mesopotàmica era hasta hace pocos años la de Nínive, esto es, la Biblioteca del rey Assurbanipal, todavía hoy la más grandiosa y rica de todas las bibliotecas preclásicas no solo de Mesopotamia, sino de todo el Creciente Fértil. Sacada a la luz por los arqueólogos ingleses de manera ro-cambolesca a partir de 1842, y a lo largo de treinta años de excavaciones, la Biblioteca de Nínive, ubicada en salas cercanas al Palacio Real de Assurbanipal y ahora conservada en el British Museum de Londres, consta de unas veinticinco mil tablillas o fragmentos, cifra que correspondería a un total aproximado de cinco mil tablillas originales.
El rey Assurbanipal, que se enorgullecía de saber leer y escribir el acadio y el sumerio, la había deseado y construido confiscando todas las bibliotecas privadas de Babilonia —tal y como él mismo afirmaba— y haciendo traer de las ciudades de su imperio todos los documentos escritos, o bien mandando copiar a los escribas de la corte los documentos literarios antiguos. De este modo, la Biblioteca de Assurbanipal puede considerarse con justicia como la recopilación más completa y exhaustiva de todo el patrimonio literario de la antigua Mesopotamia, pues en ella se conservó toda la sabiduría de sumerios y asirio-babilo-nios: composiciones mitológicas, épicas, líricas, sapienciales, religiosas y profanas, además de tratados lingüísticos y enciclopédicos de todas las ramas del saber. Estudios recientes han confirmado que esta no era la única biblioteca de la capital asiria: en efecto, en Nínive había al menos otras dos bibliotecas, la de Senaquerib, situada en el Palacio Real de este soberano, y la anexa al Templo de Nabü, dios de la escritura y de la sabiduría, también esta promovida por el rey Assurbanipal.
Por documentos oficiales del soberano asirio, recientemente estudiados, y por la correspondencia de sus funcionarios, tenemos noticias de la febril actividad de los escribas dedicados a la composición y copia
de obras babilónicas, y podemos hacernos también una idea de los rasgos de modernidad de los cánones de biblioteconomia asiria.
Es en este período, en efecto, cuando surge la idea de «libro» tal y como hoy lo entendemos: comienza a darse a la obra un título general diferente del que estaba en uso desde tiempos paleobabilónicos (este era el de la cita de la primera línea de la obra, sistema que, no obstante, nunca llegó a abandonarse): así, por ejemplo, la Epopeya de Gilgames en doce tablas, cuya primera línea dice sa nagba imuru, «de quien todo lo vio», ahora es etiquetada como es-gar-dgilgames, «serie de Gilgames». Pero esto no es todo: por la correspondencia antes mencionada sabemos de cuántas tablas constaba una determinada obra, tablas que podían constituir dípticos, trípticos o polípticos. Siguiendo con Gilgames, su serie constaba de un políptico de doce tablas, mientras que la serie astrológica «Enuma Anu Enlil» tenía ciento siete, y la serie de oráculos «summa alu» nada menos que ciento setenta. Pues bien, las tablas no eran otra cosa más que las páginas de uno de nuestros libros, tal y como arqueológicamente lo ha demostrado un afortunado hallazgo en otra capital asiria, la actual Nimrud. Después de la Segunda Guerra Mundial, arqueólogos ingleses, excavando el palacio mandado construir por el rey Assurnasirpal II y ampliado por su hijo Salmanas-sar III, además de sacar a la luz toda la estructura del edificio y numerosos marfiles trabajados, encontraron en un pozo dieciséis tablillas de madera de 45 X 28 x 1.7 cm con algunas bisagras de metal junto a ellas. Las tablas de madera estaban untadas de cera e inscritas con caracteres cuneiformes que reproducían la serie de oráculos «Enuma Anu Enlil» para el palacio de Sargón II, tal y como se lee en la primera tabla. No ha sido difícil reunir las tablas y comprender que las dieciséis estaban unidas entre sí por bisagras, de modo que podían hojearse como un libro moderno o un códice.
Este hallazgo arroja una luz nueva sobre las técnicas de los escribas de aquel entonces, así como sobre sus recursos biblioteconómicos y sus criterios taxonómicos en lo que respecta a la asignación de las obras literarias a los distintos géneros. En definitiva, los soberanos asirios, gracias a la actividad creativa de sus escribas, se reafirman no solo como buenos gobernantes, sino también como soberanos ilustrados.
Algo más reciente —data del reinado del Nabucodonosor II— es la Biblioteca de Sippar, descubierta por arqueólogos iraquíes en 1987. Este hallazgo confirma una vez más el papel cultural desempeñado por Babilonia en general y por Sippar, la ciudad del dios Sol, en particular. Podrá parecer curioso, pero justamente la Biblioteca de Sippar es la única de las bibliotecas mesopotámicas que ha pasado a la historia gracias a Berosso, quien la menciona en su obra «Babiloniaka».
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