Ediciones Destino, 2009. 570 páginas.
Esta novela fue premio Nadal del 2008 y en diciembre de ese mismo año fallecía Casavella de un infarto. Entonces no había leído nada suyo, pero después de leer este libro, me doy cuenta de lo que hemos perdido.
Martín de Viloalle, como hijo menor de una familia noble de poca alcurnia, estudia para sacerdote. Cuando está a punto de ordenarse llega la expulsión de los jesuitas y aunque no tiene por qué marchar, los acompaña en su destierro. Su habilidad para el dibujo lo salva de desembarcar en Córcega y a partir de entonces recorrerá las cortes de Europa de la mano de el señor Welldone, que no es otro que Saint Germain.
Lo digo por adelantado: me ha gustado mucho e incluso me ha emocionado. Cosa curiosa, me enganchó desde el principio. De acuerdo que como todo premio Nadal es una historia bien contada y no una sucesión de artificios lingüísticos, pero tiene la suficiente calidad y densidad como para aspirar a algo más. Pero a diferencia de lo que he leído por ahí, a mí me atrapó como si fuera un best-seller.
No es una novela histórica al uso, aunque ahí están los grandes personajes, como decorados de la historia de Martín. Una historia típica de aprendizaje y superación, sólo que nada se aprende y no hay superación. Sí redención. El talento del conde y su discípulo sobrevive al arbitrio de los gustos de la aristocracia de la época. En plena revolución el arbitrio cambia de manos, pero no se logra la ansiada libertad, igualdad y fraternidad. La ciudad del hombre nuevo tendrá que esperar mejores tiempos.
Hacia la mitad de la novela ya estaba, sin darme cuenta, identificado con Martín. Como se dice en la novela No nos dejaron ser nosotros mismos y más adelante, en referencia a los vampiros del título cada cual identifica a sus vampiros. Creo imaginar cuales eran los vampiros para Casavella. Es privilegio del lector tener razón aún cuando está errado.
Muy bien escrito. Me ha sorprendido encontrarme insertas en el texto frases de canciones modernas, bien integradas, pero que destacan. Así en la página 90 de esta edición nos encontramos con:
como el gato maula juega con el misero ratón
Del tango Mano a mano. Hay otras como ¡Que se mueran los feos! o el pirata con parche en el ojo y pata de palo y supongo que muchas otras que no he sabido ver.
La redención se encuentra en el amor y en la familia. Los vampiros siempre están ahí. A nosotros, cada jornada, nos toca levantar el telón.
Extracto:[-]
Señor de Welldone, no he pretendido ser grosero ni tedioso al sincerarme con Vuestra Merced. En mi relato le he hablado de mi hermano mayor, Gonzalo. Mi hermano se fue de casa siendo yo niño; sin embargo, un día, durante una excursión que hicimos para ver el mar, me planteó una pregunta. Encontramos huesos de calamares en la orilla y me dijo que las gentes de la costa creían que esos huesos casi transparentes pertenecían a las almas de los marineros muertos. Entonces, me preguntó: «¿Qué es mejor? ¿Creer o no creer?». Supongo que las dudas también pugnaban en su interior. Poco recuerdo de aquel día; sin embargo, no se me va de la cabeza lo que no puedo expresar sino como un estado de inquietud. Si yo pensaba que, en efecto, los huesos de calamar eran las almas de los marineros muertos, era agradable, como comulgar. Pero si pensaba que sólo eran huesos de calamar, y eso es lo que eran, sin duda, primero me sentía un poco mal, pero después me sentía mejor que bien. Aunque al mismo tiempo y de forma muy rara, peor que bien. Con sólo pensarlo, una máscara había caído y en su lugar nacía la verdad,
que en sí misma no es ni buena ni mala, pero requiere, para enfrentarla, cierta fortaleza de ánimo. Ahora he de añadir que esa fortaleza me ha sido otorgada por la lectura de las Cartas inglesas del señor de Voltaire, de las que sólo he de lamentar que su conocimiento me fuera vedado durante tanto tiempo. En el señor de Voltaire he encontrado mayor consuelo que en la eucaristía, y que Dios me perdone.
[…]
Y desde hace mucho se sabe que el Fuerte puede y el Débil sufre lo que debe.
Veamos ahora otro caso de «los que son tolerados». Una historia tiene relación muy directa con la otra. Y ya que hemos llegado a Inglaterra, aquí mismo iniciaremos el nuevo relato algunos años después. Esta historia la protagoniza un violinista. Un violinista que también es curioso del Arte y de la Filosofía. El Músico Humanista.
Cuando queremos iniciar nuestra historia, el Músico Humanista tampoco es demasiado joven, uno de esos caballeros que desde hace mucho y durante mucho, más allá de Ahora, pa~ rece habitar años intermedios. Un ojo puesto en la juventud y otro en la muerte. Demasiado inquietos si son inquietos; dermasiado tristes si son tristes; demasiado celosos de su soledad si gustan de ella y creen que la soledad les hace libres. Más ingenuos que nunca, si eso es lo que son. Una edad de importantes decisiones, de resignaciones, de arrogancias y hasta de locuras. La falsa noción de que ya se sabe todo y lo que uno sabe disgusta. Mozos otra vez de un golpe. Mozos ridículos esta vez.
El Músico Humanista es ducho en su arte. Como ha estado en Alemania, adora la música del Bach, Juan Sebastián, el que vivía en Leipzig. Intenta sin éxito que otros se deleiten con ella, pero la ligereza llena el aire de la época y nadie quiere saber nada que aupe por encima de ese aire. Olvidemos aquello, pues. Gustemos de lo que hay. Gustemos o muramos de hambre.
El Músico Humanista trata con Sabios y Nobles. Y lo hace mucho más allá del modo servil que requiere su oficio, ya que ha sido invitado a veladas de la Royal Society y también le han aceptado esos grupos, algo secretos, que se reúnen en banquetes tras una ceremonia previa en honor a la alquimia, la geometría y la arquitectura. Las experiencias con el sonido y el color. La certeza de que se es uno de los elegidos al ver tonalidades en el aire cuando suena la música. El Músico Humanista filosofa sobre ello en los banquetes. Como otros elegidos, percibe sensación de inminencia, la llegada de una nueva Edad de Oro. Esos amantes de lo furtivo parecen creer en lo que Píndaro decía de los misterios de Eleusis: «dan cohesión al mundo y le impiden caer en el caos». Ellos desean representarse como herederos de una estirpe muy antigua que se reúne en lugares donde se busca la idea perfecta: «Ni gobernar, ni ser gobernados». Los sótanos donde se respiran «antiguos sueños de reforma universal». ¿Cuántas veces, en cuántos tonos y declinaciones, se pueden enunciar «sueños de reforma universal»? Aquellos ingleses lo hacen al modo candido.
[…]
¡De qué modo torpe y tardío regresó la convicción que siempre tuve, por un tiempo arrinconada! Uno es lo que los demás hacen de ti. Ese es el único valor, y en mi caso, el único patrimonio. Al conde de Saint-Germain le da por filosofar, que consuela mucho. Y lo que filosofa el conde de Saint-Germain es lo siguiente: un mundo, unas cortes, donde el máximo valor es la apariencia y el máximo dolor no es la ignorancia, ni la esterilidad moral, es un mundo fracasado. Al mismo tiempo, ese mundo grita por medio de sus mejores bocas: «¡Sed razonables y seréis felices!». Me río yo de eso. Prueba a razonar y a ser feliz en un mundo en que Razón y Felicidad son tan vulnerables a B devastación del ridículo. La felicidad razonable es delicada como el cristal, no es nada solemne, y a todo se expone. Y no me gustaría hablar demasiado de ese afán de razonable felicidad en los mismos philosophes que la propugnan. En lo más hondo, esos individuos no soportan lo que vocean y si lo vocean sólo es para darse importancia: razón, felicidad. Unos y otros, esos y aquellos, sólo sienten una calma enfermiza cuando termina la fiesta, cuando el instante se agota, cuando todos miran a todos. ¿Y qué ven? El fin del baile. Los músicos se han dormido tras arrojar los violines al parqué. Chorretones de polvo y de pintura se deslizan cara abajo y revelan pieles lívidas, enlodadas, el eficiente espectáculo de muchas vanidades rotas. Ésa es la paz. Sólo eso enlaza corazones y libera. Y así camina el mundo, porque así ha de ser y será. Un mundo que desea marcar a fuego el destino de «los que son tolerados», de «los que toleran» y de todos aquellos infelices que, agazapados en la noche, miran ese mundo desde el otro lado de los ventanales. Pero, insisto, así ha de ser. ¿No ha sido siempre así? Y porque así ha de ser y ha sido siempre así y algunos carecemos de fortuna personal o la hemos derrochado, y ni poseemos un retiro donde refugiarnos del mundo, o lo hemos sacrificado por orgullo, por todas esas causas seremos vanos, y de los pedazos de nuestra vanidad rota surgirá una nueva vanidad. Porque si he de confesarme fingidor, también lo seré de mi vanidad. Por eso es tan exagerada, Martín, porque no sabe ser.
[…]
Mi compañero Canard va a Vicennes a recoger a su marido. Le apresaron ayer. Le sueltan a condición de que devuelva unos hijos que tienen por Dijon. Se ve que no ha hecho gran cosa, el marido. Hay delitos que no parecen tan serios cuando no se les quiere ver la seriedad y, bueno…
—Facile credemus quod volumus…
—Ahora sí que no te entiendo, ciudadano…
—Que es fácil creer lo que queremos creer.
—Eso mismo, monsieur. Qué buena es la instrucción… Cuántas cosas puede nombrar uno como es debido si le ordenan la cabeza desde pequeño…
No es mal hombre, Gustave. Ni bueno. Uno de tantos. Esos de quien se habla cuando se pronuncia solemne la palabra «pueblo». En tres años, muchos han arruinado su vida para que este hombre diga, como si lo supiese de siempre, un poco como un loro, que es importante la educación. Si Rousseau se hallara en el lugar de Martín, además de unas tremendas ganas de orinar, o quizá por ello, y por el acicate de esa simplicidad ni bonachona, ni mezquina, sino todo lo contrario, le odiaría.
6 comentarios
Creo que tu concepto de canción moderna es curioso, si incluye «Mano a mano» y «Que se mueran los feos» 😉 Por otro lado, esa última me hace pensar más en Boris Vian…
Tienes toda la razón, el adjetivo no estaba muy meditado que digamos 🙂 Claro que Mano a mano para mí es modernísima; la escuché por vez primera con 24 añitos cuando interpretaba a un cantante de tangos.
Jeje, es verdad que uno a veces mide cronológicamente desde su propia subjetividad. En ese sentido, fijate que «24» son «añitos» 😛
¿Sos actor?
Actorcillo de segunda, reconvertido a cuenta cuentos.
No he leido nada de Casavella, espero hacerlo cuando encuentre algo de èl. Què duro que haya fallecido despuès de recibir este premio. La vida…
Aquì, en la computadora de mi trabajo, si puedo ponerte mensajes, pero en la de mi casa no (tal vez porque en èsta tengo una versiòn màs antigua. No lo se 🙁
Es grato verte por aquí. Lo que me cuentas de los mensajes es raro… ¿Qué navegador usas?