Incluye los siguientes relatos:
Nadie encendía las lámparas
El Balcón
El acomodador
Menos Julia
La mujer parecida a mí
Mi primer concierto
El comedor oscuro
El corazón verde
Muebles «El Canario»
Las dos historias
Y yo juraría que había leído alguna antología del autor no hace mucho pero no encuentro ninguna referencia. El primer cuento Nadie encendía las lámparas ya lo había leído. Cuentos que se mueven en una atmósfera irreal que me ha recordado a algunas tramas de Aira. Las cosas toman derroteros extraños y a la vez verosímiles, pero inconfundiblemente oníricos.
La verdad es que me ha gustado más de lo que recordaba. Mi preferido ha sido El balcón, con un ambiente asfixiante y un desenlace a la vez cómico y trágico.
El sabor de boca que me ha dejado es excelente. Muy recomendable.
Los ruidos del ómnibus y las cosas que veía, me distraían; pero de cuando en cuando no tenía más remedio que pensar en el túnel.
Cuando mi amigo y yo llegamos a la quinta, Alejandro y las muchachas estaban empujando un portón de ¡hierro. Las hojas de los grandes árboles habían caído encima de los arbustos y los habían dejado como papeleras repletas. Y sobre el portón y las hojas, parecía haber descendido una cerrazón de herrumbre. Mientras buscábamos los senderos entre plantas chicas, yo veía a lo lejos una casa antigua. Al llegar a ella las muchachas hicieron exclamaciones de pesar: al costado de la escalinata había un león hecho pedazos: se había caído de la terraza. Yo sentía placer en descubrir los rincones de aquella casa; pero hubiera deseado estar solo y hacer largas estadías en cada lugar.
Desde el mirador vi correr un arroyo. Mi amigo me dijo:
—¿Ves aquella cochera con una puerta grande cerrada? Bueno; dentro de ella está la la boca del túnel; corre en la misma dirección del arroyo. ¿Y ves aquella glorieta cerca de la escalinata del fondo? Allí está escondida la cola del túnel.
—¿Y cuánto tardas en recorrerlo? Me refiero a cuando tocas los objetos y las caras…
—¡Ah! Poco. En una hora ya el túnel nos ha digerido a todos. Pero después yo me tiro en un diván y empiezo a evocar lo que he recordado o lo que ha ocurrido allí. Ahora me cuesta hablar de eso. Esta luz fuerte me daña la idea del túnel. Es como la luz que entra en las cámaras de los
fotógrafos cuando las imágenes no están fijadas. Y en el momento del túnel me hace mal el recuerdo de la luz fuerte. Todas las cosas quedan tan desilusionadas como algunos decorados de teatro al otro día de mañana.
El me decía esto y nosotros estábamos parados en un recodo oscuro de la escalera. Y cuando seguimos descendiendo, vimos desde lo alto la penumbra del comedor; en medio de ella flotaba un inmenso mantel blanco que parecía un fantasma muerto y acribillado de objetos.
Las cuatro muchachas se sentaron en una cabecera y los tres hombres en la otra. Entre los dos bandos había unos metros de mantel en blanco, pues el viejo sirviente acostumbraba a servir toda la mesa desde la época en que habitaba allí la gran familia de mi amigo. Únicamente hablábamos él y yo. Alejandro permanecía con su cara flaca apretada entre las patillas y no sé si pensaría: «No me tomo la confianza que no me dan» o «No seré yo quien les dé confianza a éstos». En la otra cabecera las muchachas hablaban y se reían sin hacer mucho barullo. Y de este lado mi amigo me decía:
—¿Tú no necesitas, a veces, estar en una gran soledad?
Yo empecé a tragar aire para un gran suspiro y después dije:
—Frente a mi pieza hay dos vecinos con radio; y apenas se despiertan se meten con las radios en mi cuarto.
—¿Y por qué los dejas entrar?
—No, quiero decir que las encienden con tal volumen que es como si entraran en mi pieza.
Yo iba a contar otras cosas; pero mi amigo me interrumpió:
—Tú sabrás que cuando yo caminaba por mi quinta y oía chillar una radio, perdía el concepto de los árboles y de mi vida. Esa vejación me cambiaba la idea de todo: mi propia quinta no me parecía mía y muchas veces pensé que yo había nacido en un siglo equivocado.
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