Eduardo Berti. Agua.

septiembre 1, 2022

Eduardo Berti, Agua
Tusquets, 1998. 238 páginas.

El técnico de una empresa de iluminación busca un pueblo donde alojarse, y lo encuentra en Vila Natal. Hay una curiosa historia con la dueña del castillo, y una misteriosa peste está asolando los alrededores.

Buf. No he visto por donde cogerlo. La trama avanza dando tumbos, abriendo hilos que no se cierran, alrededor de sucesos que son o inverosímiles o intrascendentes, mantiene dos arcos paralelos (el del ingeniero y el del doctor) sin que ninguno tenga mucho que ver con el otro…

No sé cómo llegó a mi lista pero no me ha gustado nada.

Malo.


Atravesaron el pueblo en un carruaje cuya capota llevaba labrado el escudo de la vieja familia, el mismo escudo que Broyz había admirado en el cementerio. Galopando entre ladridos llegaron a los jardines del castillo que ese verano lucían salpicados de flores silvestres amarillas, pero de un amarillo casi verdoso que apenas conseguía contrastar con el color de las hojas y el ramaje. De un manotazo Broyz arrancó un ramillete, pero al entrar a la alcoba donde yacía la viuda, al detenerse frente a aquel lecho envuelto en sábanas de lino, tal vez fue el lujo, el fino humo de los inciensos o alguna extraña propiedad de aquellas plantas silvestres, lo cierto es que las flores ya se habían marchitado; parecían los restos de una vieja serpentina y exudaban un agrio perfume que molestaba a la viuda provocándole estornudos. Al verla fruncir la nariz y abrir las fosas exageradamente, Broyz arrojó el cadáver del ramo por la ventana, imaginando para esas flores mustias una pesada caída.
A punto de sentarse en la gran cama de la viuda, Broyz calculó cuántas personas cabrían acostadas en ese colchón, el más grande que había visto en su vida, pese a que en sus años como aprendiz de médico había enfrentado cientos, miles de lechos de todas las medidas, donde siempre reposa-
ba un enfermo al que medir la fiebre o colocar una inyección o explorar la garganta. Esta habitación donde él y Fernanda volvían a encontrarse le inspiraba, sin embargo, un respeto desmedido; el respeto que brota ante un panteón; aunque sin la viuda entre las sábanas ese respeto no hubiese sido tal, porque lo venerable no anidaba en los muebles, ni en las alfombras, ni en el parquet lustrado, sino en ella, comprendió allí mismo Broyz, en cómo lo miraba para decirle ocho semanas después «lo he pensado todo, usted fue impiadoso conmigo pero ya no me importa», y Broyz dedujo que se refería a la pulsera y a sus juicios sobre el finado Antunes Coelho.
-Lo he pensado todo, Broyz, usted estuvo un poco duro aquella tarde en la ribera, pero entiendo que no fue maldad sino sinceridad, por eso le ruego me disculpe si fui agresiva con usted durante nuestra discusión.
Broyz no dijo nada.
-Lo he llamado para proponerle algo muy importante: nos casamos, Broyz. Tanto me lo ha pedido que ahora acepto, pero nuestra boda no será como cualquiera. Para llevarla a cabo debe escucharme con suma atención.
Broyz no dijo nada.
-Usted sabe muy bien que no lo amo, Broyz. Pero entendí en qué trampa estoy metida y quiero salir de allí.
Broyz dijo yo sí la amo.

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