Cordwainer Smith. La dama muerta de Clown Town.

octubre 22, 2007

Ediciones B, 1991. 362 páginas.
Tit. Or. The best of Cordwainer Smith. Trad. Carlos Gardini.

Cordwainer Smith, Los Señores de la Intrumentalidad II
Historias del subpueblo

Segundo volumen de las obras completas de Cordwainer Smith, incluye los siguientes cuentos:

La Dama muerta de Clown Town
Bajo la Vieja Tierra
Barco ebrio
Los mininos de Mamá Hitton
Alpha Ralpha Boulevard
La balada de G’mell
Un planeta llamado Shayol
Hacia un mar sin sol

Centrados en su mayoría en la gente del subpueblo, animales modificados genéticamente para tener inteligencia. En La Dama muerta de Clown Town se narra la historia de P’Juana (P porque su origen es un perro), libertadora del subpueblo, Juana de Arco rediviva. En Alpha Ralpha Boulevard, en el inicio del Redescubrimiento del Hombre, aparece G’mell (G de gato), la muchacha mas sensual de la galaxia, cuya historia continua en La balada de G’mell. En Un planeta llamado Shayol a los convictos los mandan a un planeta castigo, en el que la única asistencia está a cargo de T’dikkat (T de tortuga). Los hombres pájaro como A’duard (A de ave) aparecen en Hacia un mar sin sol cuando un señor de la Instrumentalidad visita el planeta Xanadú.

No todos los relatos giran alrededor del subpueblo. Bajo la Vieja Tierra narra los origenes de la introducción del sufrimiento tras el peligroso descubrimiento de Sto Odin que desembocará en el Redescubrimiento del Hombre. En Barco ebrio se intentará conseguir el teletransporte mediante un cruel experimento en el que está involucrado Vomact. Los mininos de Mamá Hitton explica como las defensas de Nostrilia son eficaces incluso contra un planeta de ladrones.

Hay reseñas también en Pi in the Sky. Este volumen y el primero son sin duda lo mejor que escribió el autor.

Escuchando: El Rock Del Hombre-Lobo. Los Rebeldes.


Extracto:[-]
Tal vez este conocimiento la iluminó cuando caminaba desde Waterrocky Road hasta las brillantes llanuras del Shop-ping Bar. Vio una puerta olvidada. Los robots podían limpiar los alrededores pero, dada el antiguo y extraño diseño arquitectónico, no podían barrer y frotar al pie de la puerta. Una dura y delgada franja de polvo viejo y cera endurecida se extendía como un sello en el umbral. Era obvio que nadie lo había atravesado desde hacía mucho tiempo.

La regla civilizada establecía que las zonas prohibidas estuvieran marcadas con indicaciones telepáticas y con símbolos. En las más peligrosas había robots o subpersonas que montaban guardia. Pero lo que no estaba prohibido estaba permitido. Elena no tenía derecho a abrir la puerta, pero tampoco se lo habían prohibido. La abrió.

Por mero capricho.

O eso creyó.

Esto no tenía nada que ver con el motivo «Seré una bruja» que la balada le abribuyó más tarde. Aún no estaba frenética ni desesperada, aún ni siquiera era noble.

Al abrir esa puerta cambió su mundo y cambió la vida en miles de planetas durante muchas generaciones, pero el acto de abrirla no fue extraño. Fue el cansado capricho de una mujer totalmente frustrada y vagamente desgraciada. Nada más. Cualquier otra descripción es una idealización, modificación o falsificación.

Se sobresaltó al abrir la puerta, pero no por las razones que le atribuyen retrospectivamente los juglares e historiadores.

Se sobresaltó porque la puerta daba a una escalera que conducía a un paisaje soleado, un espectáculo inesperado en cualquier mundo. Ella miraba desde la ciudad nueva hacia la ciudad antigua. La ciudad nueva se elevaba sobre la antigua, y cuando ella miró «hacia dentro» vio el poniente en la ciudad inferior.

Jadeó ante la belleza de esa visión imprevista.

Allí, la puerta abierta que daba a otro mundo. Aquí, la vieja calle familiar, limpia, bonita, apacible e inútil donde ella había paseado mil veces su propia inutilidad.

Allí, algo. Aquí, el mundo que conocía. Ignoraba las palabras «país de nunca jamás» o «lugar mágico», pero si las hubiera conocido las habría pronunciado. Miró a izquierda y derecha.

Los transeúntes no repararon en ella ni en la puerta. El poniente empezaba en la ciudad alta. En la ciudad baja ya era rojo como la sangre, con pendones de oro que parecían llamas congeladas. Elena no supo que olisqueaba el aire; no supo que temblaba al borde del llanto; no supo que una tierna sonrisa, la primera sonrisa en años, le distendía la boca e iluminaba con pasajero encanto su expresión cansanda y tensa. Estaba demasiado absorta mirando alrededor.

La gente caminaba ocupada en sus quehaceres. Calle abajo, una subpersona -hembra, tal vez gata- se alejaba de un humano verdadero que andaba más despacio. A lo lejos, un ornitóptero de la policía aleteaba alrededor de una torre; a menos que los robots usaran un telescopio o tuvieran uno de los raros subhombres-halcón que a veces usaba la policía, no podrían verla.

Atravesó la entrada y cerró la puerta. No lo sabía, pero en ese instante desaparecieron futuros por venir, la rebelión ardió en siglos venideros, personas y subpersonas murieron por extrañas causas, muchas madres cambiaron el nombre de señores no nacidos y muchas naves estelares regresaron de sitios que los hombres nunca habían imaginado. El espacio tres, que siempre había estado allí, esperando a que los hombres lo descubrieran, se detectaría antes: todo por su causa, por culpa de la puerta, y de sus siguientes pasos, de lo que ella diría y de la muchacha que conocería. (Los trovadores dieron a conocer después toda la historia, pero la contaron al revés, a partir del conocimiento de lo que P’Juana y Elena habían hecho para inflamar los mundos. La sencilla verdad es que una mujer solitaria atravesó una puerta misteriosa. Eso es todo. Todo lo demás ocurrió más tarde.)

No hay comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.