Mi relación con Frabetti empezó siendo yo pequeño, viendo los programas de la bola de cristal. Continuó después en las páginas de la mítica revista Nueva Dimensión que me enseñó lo que es la buena ciencia ficción. Ha seguido a lo largo del tiempo en diferentes libros, sus secciones de divulgación matemática en revistas y periódicos. El titular de la entrevista que le hicieron en Jotwdown (Frabetti) afirmaba que había vendido más ejemplares de este libro que de todos los demás (y los tiene muy buenos). Así que no podía dejarlo pasar.
Se puede resumir ´por el subtítulo: Alicia en el país de los números. Una niña que odia las matemáticas paseará por un curioso mundo en el que las matemáticas son importantes.
Mi hija también odia las matemáticas, aunque le gusta leer. No quería ni abrirlo y aunque yo insistía me decía, con razón ‘que no se puede obligar a alguien a leer un libro’. Así que llegamos a un pacto. Le pedí, no le obligué, que le diera una oportunidad. Que leyera las cinco primeras páginas y a partir de ahí que lo dejara cuando quisiera. La primera noche leyó bastantes más pero me avisó: ‘Mientras sea narración sigo pero en cuanto aparezcan las matemáticas lo dejo’.
Se leyó el libro entero, lo llevó al colegio ‘porque están estudiando cosas que se explican aquí’ y me ha pedido que se lo compre. Creo que esta reacción explica el titular de la entrevista y no puedo encontrar mejor recomendación.
¡Ah! Yo también lo disfruté un montón.
A Alicia le sonaba lo de los agujeros de gusano y los mundos paralelos, pero no sabía de qué.
—Debe de ser un gusano muy grande —comentó con cierta aprensión.
—No hay ningún gusano. Este agujero se llama así porque horada el espacio-tiempo igual que los túneles que excavan las lombrices horadan la tierra.
—¿Tiene algo que ver con los agujeros negros?
—Mucho. Pero ya te lo explicaré otro día, cuando hablemos de física. Por hoy tenemos bastante con las matemáticas.
Dicho esto, saltó al interior del remolino y desapareció instantáneamente, como engullido por una irresistible fuerza de succión.
—Estás loco si crees que voy a saltar ahí dentro —dijo la niña, aunque sospechaba que él ya no podía oírla. Pero la curiosidad, que en Alicia era más fuerte que el miedo e incluso que la pereza, la llevó a tocar el borde del remolino con la punta del pie, para ver qué consistencia tenía.
Fue como si un tentáculo invisible se le enrollara a la pierna y tirara de ella hacia abajo. Empezó a girar sobre sí misma vertiginosamente, como una peonza humana, a la vez que descendía como una flecha por el remolino O más bien como una bala, pensó la niña, pues
había oído decir que las balas giran a gran velocidad dentro del cañón para que luego su trayectoria sea más estable.
Curiosamente, no tenía miedo, ni la mareaba la vertiginosa rotación, ni sentía ese vacío en el estómago que notaba cuando en la montaña rusa se precipitaba hacia abajo.
De pronto, tan bruscamente como había comenzado, cesó el blando abrazo del remolino y cayó con gran estrépito sobre un montón de hojas secas.
Alicia no sintió el menor daño y se puso en pie de un brinco. Miró hacia arriba, pero estaba muy oscuro Le pareció ver sobre su cabeza, a varios metros de altura, un círculo giratorio algo menos negro que la negrura envolvente. Hacia delante, sin embargo, se veía un punto de luz, que era el final de un largo pasadizo. Lo recorrió a toda prisa, y desembocó en un amplio vestíbulo, iluminado por una hilera de lámparas colgadas del techo.
Alrededor de todo el vestíbulo había numerosas puertas, y ante una de ellas estaba el hombre con una llave de oro en la mano, disponiéndose a abrirla.
Alicia corrió junto a él, y éste hizo girar la llave en la cerradura y abrió la puerta. Daba a un estrecho pasadizo al fondo del cual se veía un espléndido jardín.
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