Penguin Random House, 2021. 104 páginas.
Quería leer algo de este ¿filósofo? tan de moda y he empezado por esta infocracia que es un compendio de tautologías, palabras huecas y opiniones discutibles. Flojo, sin apenas carne en la que hincar el diente, ni siquiera puedo estar mucho en desacuerdo porque tampoco afirma nada.
Por poner un ejemplo, habla con una cierta extensión de los dataístas, personas que confían en que el big data salvará el mundo, pero más allá de una definición un tanto difusa no hay ni conclusiones, ni destino ni nada (peor es la cita de la wikipedia, que es una sucesión de chorradas sin sentido).
Un cantamañanas más para añadir a la nómina de los que hablan mucho con palabras rebuscadas pero que no dicen nada.
No me ha gustado.
La mentira solo es posible cuando la distinción entre la verdad y la mentira permanece intacta. El mentiroso no pierde su conexión con la verdad. Su fe en la realidad no se tambalea. El mentiroso no es un nihilista. No cuestiona la verdad en sí misma. Cuanto más decididamente miente, más se reafirma la verdad.
Las noticias falsas no son mentiras. Atacan a la propia facticidad. Desfactifican la realidad. Cuando Donald Trump afirma sin tapujos cualquier cosa que le convenga, no es el clásico mentiroso que tergiversa de manera deliberada las cosas. Más bien es indiferente a la verdad de los hechos. Quien es ciego ante los hechos y la realidad es un peligro mayor para la verdad que el mentiroso.
El filósofo estadounidense Harry Frankfurt calificaría hoy a Trump de bullshitter. El bullshitter, el charlatán, no se opone a la verdad. Más bien es del todo indiferente ante la verdad. Sin embargo, la explicación de Frankfurt de por qué hay tanta bullshit hoy resulta inadecuada: «La bullshit es inevitable cuando las circunstancias obligan a la gente a hablar de cosas de las que no saben nada. Así, la producción de bullshit se ve estimulada cuando una persona se ve en la tesitura, o en la obligación, de
tener que hablar de un tema que excede su nivel de conocimiento de los hechos relevantes sobre él. […] En la misma dirección va la creencia generalizada de que en una democracia los ciudadanos están obligados a formarse opiniones sobre todos los temas imaginables, o al menos sobre todas aquellas cuestiones que son relevantes para los asuntos públicos».2 Si la bullshit se debe a un conocimiento insuficiente de los hechos,Trump no es un bullshitter. Al parecer, Harry Frankfurt no reconoce la crisis actual de la verdad. Esta no puede atribuirse a la discrepancia entre los conocimientos y los hechos o al escaso conocimiento de la realidad. La crisis de la verdad hace que la fe en los propios hechos se tambalee. Las opiniones pueden ser muy dispares; pero son legítimas, siempre que «respeten la verdad factual».3 La libertad de expresión, en cambio, degenera en farsa cuando pierde toda referencia a los hechos y a las verdades fácticas.
La erosión de la verdad comenzó mucho antes de la política de fake news de Trump. En 2005, The New York Times recurrió al neologismo truthiness como una de esas palabras que captan el espíritu de la época. La truthiness refleja la crisis de la verdad.
No hay comentarios