Tusquets, 1998. 308 páginas.
Tit. Or. How the leopard change its spots. Trad. Ambrosio García Leal.
Entorno
A veces uno lee cosas con las que está basicamente de acuerdo, pero la manera de explicarlo del autor hace que sólo te salten pegas. Te produce la sensación curiosa de estar atacando tus propias ideas por culpa de otro. Algo así me ha pasado con este libro.
La premisa básica es que los genes no lo explican todo. Los organismos se mueven en un entorno que determina la posible funcionalidad de los mismos, así que en muchas ocasiones un gen se limita a dar unas instrucciones cuyo resultado sufrirá muchas variaciones dependiendo de como se desarrolle.
Hoy en día, con el genoma de muchas especies completamente secuenciado y con la epigenética en auge, es algo que se da básicamente por supuesto. Las instrucciones del ADN no sólo se complementan con las restricciones físicas, también hay genes que se activan o no dependiendo de las células de la madre, los recursos disponibles, etcétera.
En este aspecto podemos decir que el autor tenía razón hace ya 13 años. Sin embargo, las razones que expone no son convincente y, en algunos casos, incluso son bastante criticables. Llega a afirmar lo siguiente:
Los nuevos tipos de organismos simplemente irrumpen en la escena evolutiva, persisten durante periodos de tiempo variables y luego se extinguen. Así pues, el supuesto darwiniano de que el árbol de la vida es consecuencia de la acumulación gradual de pequeñas diferencias hereditarias no parece estar sustentado por una evidencia significativa. Algún otro proceso debe ser el responsable de las propiedades emergentes de la vida, los rasgos distintivos que separan un grupo de organismos de otro —peces y anfibios, gusanos e insectos, colas de caballo y gramíneas—. Queda claro que falta algo. La teoría de Darwin parece ser válida para la evolución a pequeña escala: puede explicar las variaciones y adaptaciones intraespecíficas responsables del ajuste fino de las variedades a los diferentes hábitats. Pero las diferencias morfológicas a gran escala entre los tipos orgánicos, que son el fundamento de los sistemas de clasificación biológicos, parecen requerir otro principio distinto de la selección natural que opera sobre pequeñas variaciones, algún proceso que haga surgir formas orgánicas claramente diferenciadas. El problema es cómo surgen las estructuras orgánicas innovadoras, el orden evolutivo emergente, que ha sido siempre un foco de atención primario en biología.
No es el primero en criticar a Darwin, ni será el último, pero no da muchos argumentos para desconfiar del mecanismo aceptado de la evolución.
Si a esto le sumamos un tonillo de vender la moto el total nos deja un libro que defiende cosas correctas por los motivos equivocados y que, aun siendo interesante de leer, deja bastante que desear.
Calificación: Normal.
Extracto:Comenzaré señalando algunas de las inconsistencias que surgen de las ideas de Darwin y Weismann, así como del trabajo de Mendel y toda una hueste de continuadores de la obra de todos ellos en este siglo. Algunas de estas inconsistencias ya han sido consideradas en el capítulo 1, y otras serán consideradas después.
1. La proposición de que «el juego de cromosomas en el huevo fecundado constituye el conjunto completo de instrucciones para determinar la cronología y detalles de la formación del corazón, el sistema nervioso central, el sistema inmunitario y todos los demás órganos y tejidos requeridos para la vida» (C. Delisi, 1988) es incorrecta. Estas instrucciones, que definen un programa genético, pueden determinar la composición molecular de un organismo en cualquier momento de su desarrollo, pero son insuficientes para explicar el proceso que conduce a un corazón, un sistema nervioso, un miembro o cualquier otro órgano del cuerpo. La razón es, como vimos en el capítulo 1, que el conocimiento de la composición molecular de algo no es, en general, suficiente para determinar su forma. Esto es física elemental. Para explicar las formas que puede adoptar un sistema hace falta conocer también los principios de organización implicados. Sólo entonces se puede comprender la influencia de la composición molecular en el desarrollo de una forma particular. La morfología de los organismos no puede explicarse sólo por la acción de sus genes. Una de las manchas distintivas del leopardo se desvanece.
2. El ADN de un organismo no es autorreplicante; no es un «replicador» independiente. El ADN no puede replicarse de forma fiel y completa fuera del contexto de una célula en división; lo que quiere decir que es la célula la que se reproduce. En un experimento clásico, Spiegelman (1967) demostró lo que pasa con un sistema replicador en un tubo de ensayo, sin ninguna organización celular alrededor. Las moléculas replicantes requieren una fuente de energía, elementos de construcción (las bases nucleotídi-cas; véase figura 1.1) y un enzima que propicie el proceso de polimerización implicado en la copia de las plantillas moleculares. Pero el resultado interesante fue que estas plantillas iniciales no eran copiadas fielmente. Las secuencias copiadas se iban haciendo cada vez más cortas, hasta alcanzar la mínima longitud compatible con la retención de la propiedad de autocopiado. A medida que se acortaban, el proceso de copiado se aceleraba. De esta forma se produjo una selección natural: las plantillas más cortas, que se copiaban a sí mismas más rápido que las otras, se hicieron más numerosas, mientras que las más largas fueron desapareciendo gradualmente. Esto se parece a una evolución darwiniana dentro de un tubo de ensayo. Pero lo interesante es que esta evolución condujo a un incremento de la simplicidad. La evolución real tiende a incrementar la complejidad, con especies cada vez más elaboradas en cuanto a estructura y comportamiento (aunque el proceso puede invertirse). Pero el ADN solo no puede evolucionar más que hacia la simplicidad. Para que pueda evolucionar la complejidad, el ADN tiene que estar en un contexto celular; es el sistema en su totalidad el que evoluciona como una unidad reproductora. Así pues, la noción de un replicador autónomo es otra mancha del leopardo que resulta ser una abstracción incorrecta, y también se desvanece.
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