Libro de historia publicado por la histórica cambio 16. Yo lo he leído por el autor, Antonio Blanco Freijeiro, del que soy admirador.
Historia de los pueblos ibéricos desde los primeros asentamientos, pinturas y dólmenes hasta el sitio de Numancia. Capítulos que van al grano, bien documentados y mejor explicados, con abundantes fotografías y excelente rigor.
Para aprender historia mejor que con los libros de texto. Al estar publicado por una revista hay bastantes hojas dedicadas a la publicidad, así después de la maqueta del sepulcro de Millares nos encontramos con un anuncio a doble página del Seat Ibiza (y la contraportada los cigarros fortuna).
Inencontrable seguramente pero muy recomendable. Yo lo he leído casi como si fuera una novela.
Los mercaderes del vaso companiforme
No quisiéramos que se nos pasase por alto el más sobrecogedor de los objetos de culto del mundo megalítico andaluz: el altar prismático de mármol cobijado bajo la cúpula del Dolmen de Matarrubilla. La pieza es a todas luces impresionante. Cuando tras recorrer los treinta metros que mide la galería del dolmen nuestra linterna ilumina aquel bloque de piedra, es inevitable el estremecimiento que produce el contacto con un testigo como él, de una religiosidad ignota, en medio de su ambiente original: un prisma de grandes dimensiones (1,70 de largo por 1,25 de ancho), pero de poca altura (1,50 metros), con un rebaje de ocho a diez centímetros en su cara superior, dentro del reborde que lo enmarca. Obermaier, que por primera vez lo examinó detenidamente, aseguraba que en su labra no fueron utilizados instrumentos de metal, sino únicamente de
piedra. Aparte de su aspecto de altar o de tarima para depositar algo sobre la misma (¿un cadáver?), la pieza no ofrece ni está acompañada de ningún indicio para determinar su significación. Era algo muy importante, sin duda, pero ignoramos para qué.
En su obra clásica sobre los albores de la civilización europea (The Dawn ofEuropean Civilization, Londres, 1947, página 218) escribía Gordon Childe:
Las gentes del campaniforme son conocidas principalmente por tumbas que nunca forman grandes cementerios. Cuando su cerámica y demás utensilios se encuentran en poblados, aparecen por lo regular mezclados con restos típicos de otros grupos, salvo quizá en el centro de España (se refiere al importante y denso grupo de Ciempozuelos, al sureste de Madrid). De este modo el pueblo campaniforme se revela constituido por bandas de traficantes armados, ocupados del comercio del cobre, oro, ámbar, calaíta y sustancias raras similares que a menudo se hallan en sus tumbas. Las bandas incluían metalúrgicos… y mujeres que en todas partes fabricaban los vasos característicos, prestando escrupulosa atención a detalles tradicionales deforma y ornamento. Su existencia errante los llevaba desde la España meridional y desde Sicilia hasta las costas del Mar del Norte, y desde Portugal y Bretaña hasta el Tieza y el Vístula. A veces se establecían en un lugar fijo, preferentemente en comarcas de riqueza natural o en las encrucijadas de caminos importantes. En ocasiones, lograban autoridad económica y política sobre comunidades sedentarias de diferentes culturas, formando grupos híbridos con estas e incluso guiándo-las en ulteriores peregrinajes.
Su área de dispersión alcanza una amplitud que hace difícil determinar su cuna. La mayoría de los autores se inclina por la Península, pero también Cen-troeuropa (Bohemia-Moravia) tiene sus partidarios, tal vez estimulados éstos por una cierta semejanza entre la vida errante de aquellos metalúrgicos y la de los zíngaros históricos. Lo que no ofrece duda es la homogeneidad del grupo, compatible con una capacidad de movimiento que no conoce fronteras étnicas ni barreras geográficas.
El vaso campaniforme es el más llamativo de sus utensilios: un recipiente en forma de tulipán, muy apto para beber cerveza, decorado con franjas lisas horizontales, alternando con otras punteadas mediante un peine de probable borde curvo, o rellenas de motivos incisos. En su forma y en su sistema decorativo se aprecian dos modalidades: una más esbelta, con perfil de S continua, en la que todo el recipiente es cubierto por la alternancia de bandas lisas y decoradas (tipo marítimo, el más difundido); otra más ancha, con el cuello y el cuerpo más diferenciados, y repartida la decoración entre ellos (tipo de la Meseta). Estas y otras modalidades no obstan para la evidente unidad del grupo, hasta el punto de que el mismo Childe haya podido afirmar, con un símil muy gráfico, que el vaso campaniforme típico simboliza a la cerveza como resorte de poder, del mismo modo que una botella de vodka o una de ginebra revelan un instrumento de dominio europeo en Siberia o en África, respectivamente.
Pero el hombre del campaniforme no era un hombre desnudo que llevara en la mano uno de esos vasos tan atractivos. La prehistoria adolece de este inconveniente: que fundándose por necesidad en la tipología, presenta a veces una cultura o un movimiento de pueblos a base de un tipo de espada, de imperdible (fíbula) y dé cerámica.
—¿Y del resto qué? —se pregunta el profano— ¿Es que ese hombre iba desnudo, con su espada, su fíbula y su cacharro?
No. Y precisamente aquí radica el interés del campaniforme […]
No hay comentarios