Andrés Barba. Agosto, octubre.

junio 19, 2017

Andrés Barba, Agosto octubre
Anagrama, 2010. 148 páginas.

Un adolescente se junta en el pueblo de veraneo con una pandilla de malotes, saboreando otra forma de ver la vida. Por desgracia se ve involucrado en una situación violenta que le será difícil de gestionar.

Está bien escrito y estructurado, pero la historia me ha parecido bastante floja. Mucha introspección adolescente, algunos momentos emotivos, y la parte más escabrosa, que podría haber dado mucho juego, se trata casi como de pasada.

Es una buena lectura, pero sabe a poco.

Tuvo la vaga impresión vanidosa de que cualquiera de aquellas chicas le aceptaría, de que podría acercarse a cualquiera de ellas una de aquellas pocas noches que iban quedando de vacaciones y decirle: ¿Me chupas la polla? Y ellas lo harían sin remilgos con sus rasgos regulares y desgastados como las conchas de la orilla, como si se aburrieran tal vez. Ninguna de ellas le habría gustado por separado y sin embargo todas juntas despertaban en él un estado físico desconocido. Hablaban ¿de qué? No importaba.
Era última hora de la tarde y pensó que le quedaban diez días de vacaciones. El sol comenzó a ponerse al fondo de la ría. Era siempre una hora suspendida que transformaba el pueblo completo, como si lo sumergiera en un líquido naranja y rosa brillante, y luego azulado, vaca-cional. Nadie tenía nada que hacer. Se apagaba el bochorno del día y una brisa confortable limpiaba el aire, todo era ligero. Las chicas comenzaron a ponerse los pareos y las faldas sobre los bikinis desgastados.
«¿Por qué no os venís esta noche a la feria? La acaban de poner.»
«Igual nos pasamos» (Tejas).
«Como si tuvieras algo mejor que hacer», se burló una (había olvidado ya todos sus nombres).
«Qué sabrás tú.»
«Y traeros a éste, ¿no?»
Aquella vez, cuando se volvió, se lo comieron vivo dos ojos marrones y duros como guijarros.
«Será si quiere.»
/«Eso, si quiere», contestó la misma voz, insinuante, pero él había dejado ya de mirarla. Luego, aquella noche antes de salir, mientras se arreglaba para ir a la feria, ni siquiera fue capaz de recordar su rostro por muy viva que siguiera resultando la impresión que le había producido. Le parecía que él había adoptado un papel pusilánime, que ni siquiera había contestado nada y se odiaba por ello, pero aquella voz entraba y salía de él como si se tratara de una imagen.
«¿Adonde vas?» (Mamá).
«A la feria.»
«¿Con los chicos del club?»
«Sí.»

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