Estupenda novela, con el mismo ambiente y casi continuación de Primera memoria (agradezco la suerte de haberlas leído en el orden correcto). Muy bien escrita, con un lenguaje sabroso y denso. Francisco Ortiz también la alaba: Los soldados lloran de noche.
Y es que por mucho que les duela a los admiradores de Olvidado Rey Gudú, Ana María Matute antes escribía muchísimo mejor.
Calificación: Muy bueno.
Un día, un libro (233/365)
Extracto:
Por este gran mar oscuro, por el mar de bocas oscuras que se abren y cierran a mi espalda, a mis costados, por el mar de párpados hipócritamente velados, entre siseos de dientes carnívoros, pidiendo algo con destino a | sus mismas fauces y colmillos. Puede ser rojo el incienso, como puede serlo el cielo, las noches que amenaza tormenta, como la luna las vísperas del temporal, siempre sobre un indescifrable mar. Un mar que me envuelve y me empuja hacia donde nunca he deseado…, y lo sé, lo sé, porque aún late en mí aquel muchacho que bajaba corriendo al huerto del declive, donde me esperaban los que me dieron por hermanos, con mis brazos llenos de paquetes y regalos de Navidad, declive abajo, gritando los nombres de mis hermanos: yo quiero estar con vosotros, madre, yo quiero estar contigo, con él, con mis hermanos, esta es mi familia. Y ella decía: hijo eres demasiado bueno. ¿Por qué razón era demasiado bueno? Si no lo sabía, si no me lo parecía. Si nunco lo pensé. Nadie es bueno. Nadie es malo, decía mi corazón de nueve años golpeando contra la verja del abad, asomado a una atónita primavera, donde el nacer de las flores blancas era síntoma de la indudable bondad del mundo. No lo sabía. Pero ahora, arrodillado aquí, lo sé. Hijo eres demasiado bueno. Ni siquiera eso: nadie es bueno, nadie es malo, palabras sin sentido). Miró a su alrededor y de súbito entendió la llamada insolencia de Sa Malene. (¿Qué importancia puede tener ser bueno o malo? El mundo está planeado de otra forma, construido martillazo a martillazo, clavo a clavo, ajuste con ajuste, de acuerdo a otro plan. Muy pronto me lo han demostrado, el mundo lleva otros rumbos, tiene una contextura diferente.) Sin pavor, sin bondad, miró a su alrededor y les vio, tal como allí estaban, arrodillados, ni mejores ni peores, arrodillados y como acechando o esperando algo que iba a suceder de un momento a otro, o dentro de mucho tiempo, o quizá sólo era un gran deseo o temor de que sucediese. A su lado, vacío, estaba el reclinatorio de doña Práxedes, prima de Jorge de Son Major. (Al menos ella, que le odiaba, ha sido consecuente, y la muerte no ha doblegado su forma de sentir y ser.) Se había excusado con su enfermedad, quizá real. En el contiguo reclinatorio, la prima de Jorge, Emilia. Apenas veía su perfil, vago y sonrosado, emergiendo del velo negro. Una masa informe, impersonal y ausente siempre, allí donde fuera. Volvió la cabeza a su derecha y algo le sacudió. Desde entonces, desde aquellos .días, no los había vuelto a ver. Pero allí estaban, junto al alcalde, ellos dos. El perfil de halcón del hermano mayor, sobrepuesto, como en una medalla gemela, al perfil mal imitado, más blando, redondeado, del hermano pequeño. (Los Taronjí, el ruido de sus pisadas en las piedras, la negrura de sus guerreras bajo el sol.
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