Algis Budrys. Michaelmas.

mayo 2, 2014

Editorial Ultramar, 1977. 940 páginas.
Tit. Or. Michaelmas. Trad. Albert Solé.

Algis Budrys, Michaelmas
Buen periodismo

Releo este libro por sus buenos recuerdos y para llevar la contraria a JJ, que no le gustó nada. No sé si porque también me gusta llevar la contraria, pero me ha gustado más que antes y hasta le he encontrado matices ¡Sí, a una obra de ciencia ficción!

Michaelmas es el mejor periodista del mundo, pero esconde un secreto. En los albores de las comunicaciones desarrolló un programita para llamar gratis, Domino, que ahora se ha convertido en un espía cibernético capaz de colarse en todos los sistemas. Entre los dos intentan hacer del mundo un lugar más agradable.

Dejando de lado lo increíble y plano de los dos protagonistas, y que al igual que ¿Quién? está ambientado en una guerra fría que ya no existe, el libro tiene su aquel.

En primer lugar es un alegato de lo que debería ser el buen periodismo: denunciar los casos de corrupción política, manipulación, etcétera. La premisa es que sólo con hacer bien ese trabajo se evitarían muchos de los males del mundo. Otra cosa es creerse que si alguien en el mundo tuviera ese poder iba a dedicarse a hacer el bien sin abusar de su posición pero también nos hemos creído a Superman y otros superhéores.

Y no es baladí la mención a los superhéroes, al igual que estos un poder de esta magnitud necesita un supervillano y detrás del hilo de esta historia (un astronauta volatilizado que aparece misteriosamente vivo y con la intención de denunciar un sabotaje) se esconde alguien a la altura de los protagonistas.

La opinión de Francisco José Súñer: Michaelmas tampoco es entusiasta, y no le gusta el final que a mí me ha parecido correcto. Pero creo que tiene páginas que no desentonarían en un libro que no fuera de ciencia ficción (como la que reproduzco en el fragmento) y que es una pena que tenga más obras traducidas.

Calificación: Muy bueno.


Extracto:[-]
Hubo un tiempo en el que los hombres dedicados a la misma profesión que «Caballo» Watson nunca se acostaban sobrios, y morían con los hígados destrozados. Tenía que haber sido muy divertido observar a esos espadachines literarios poniéndose en ridículo en los salones de la frontera, permitiéndose el lujo de reventar a sus caballos y mantener tiroteos con los periodistas rivales y sus partidarios. Pero, ¿quién se paraba a pensar en qué era poseer el poder de las palabras y la publicación, descubrir que toda una ciudad y un territorio juzgarían, condenarían, actuarían, reprobarían y glorificarían impulsados por algo que se te había ocurrido la noche antes, por algo que habías compuesto usando la tipografía manual, manchándote la punta de los dedos con venenos metálicos que empezarían su viaje inexorable por tu circulación sanguínea? Conseguir poder hacía queconvirtieras tu hígado y tus riñones en masas esponjosas e irascibles; contaminabas tu tejido cerebral con iones de metales pesados hasta que se convería en una mansión encantada por la que vagaban sombras vacilantes. El alcohol podía vencer temporalmente ese efecto, así que te convertías en un alcohólico, y comprabas algo de cordura una vez al día, y acababas dando el espectáculo. Al final la cosa no resultaba ni graciosa ni trágica: era, sencillamente, una realidad de la vida que se daba menos rápidamente en los mediocres, porque los mediocres podían desconectarse e ir a dormir tanto si habían hecho el trabajo de la noche de una forma que satisfacía a sus conciencias como si no.

Y también hubo un tiempo en el que los hombres dedicados a la misma profesión que «Caballo» Watson habían buscado las muertes más sangrientas porque eran lo único que sus jefes estaban dispuestos a deplorar o aprobar, según la política seguida por la dirección. Pero no permitas que ningún hombre te diga que es posible vivir así y no acabar pagando un precio. La enfermedad laboral era los martinis para quienes necesitaban una almohada y el cáncer para los que eran realmente buenos. Y, proporcionalmente, los buenos y los malos también gozaban de esa inmensa y extraña plaga de la última mitad del siglo: los intestinos nerviosos y los estómagos irritables. ¿Quién podía ver nada salvo humor en un hombre que tragaba tintura de opio y se removía nerviosamente en el sillón de su estudio, su mente obsesionada pensando en fístulas y operaciones, su mente decidida a no preocuparse pensando en intestinos extirpados y adonde podía acabar llevando aquello? Después de todo, la pérdida de la dignidad es uno de los elementos básicos de cualquier vago cómico bien logrado.

Y llegó un tiempo en el que los hombres dedicados a la profesión de «Caballo» Watson fueron liberados por la televisión, los satélites y, finalmente, el holograma. Ahora el único problema de «Caballo» Watson era escoger entre quienes se disputaban por darle empleo, asegurándose de que su popularidad personal entre las personas corrientes del apartamento promedio seguía siendo más alta que la de la mayoría de sus competidores. Por desgracia, Watson no sabía cómo hacer eso más que siendo honesto. Una cabeza joven y fuerte llena de buen vudú podía convertir en picadillo a un hombre semejante. Hombres como «Caballo» Watson estaban desapareciendo rápidamente de la escena. Era uno de los últimos temas que se comentaban nerviosamente entre la profesión, y también estaba teniendo su efecto entre los veteranos más asustadizos, que se rompían en pedazos igual que relojes viejos cuando veían aparecer a los jóvenes y duros graduados recién salidos de la universidad con su título de licenciados en Comunicaciones, sus certificados de nacimiento del año 1965, un par de diplomas en Psicología y Ciencias Políticas y treinta mil dólares en concepto de préstamo por estudios a buen recaudo en su cuenta corriente.


Al sur tenemos un río de piedra…, la montaña, Ararat, y el Elburz, y el Irán, y Karakorum y el Himalaya. Al norte tenemos la hierba que llega del este y se estrella contra los Urales. Al este y al oeste tenemos mares que son como murallas; no, son las olas de hierba y piedra las que nos mueven, no las otras. Los hombres duros del norte buscan Anatolia y a los gordos sultanes. Los hombres duros del sur buscan los pastos de los kirguises y la puerta trasera de Europa. Pero nosotros hemos pasado más de dos mil años aforrándonos a nuestros pasos de montaña y haciendo incursiones desde ellos, y también nos llegó el turno de tener seis patas, hasta que los sultanes se cansaron y hasta que Ivan Grodznoi, a quien vosotros llamáis el Terrible, aplastó a los mongoles del norte con sus cañones. – Papashvilly volvió a mover la cabeza -. Y así liberó a la raza creada por Timur-i-leng, la raza a la que llamaba sus esclavos… – Papashvilly se encogió de hombros -. Quizá sean libres para siempre. ¿Quién sabe? El tiempo paa. Miramos hacia el sur, miramos hacia el norte, vemos los huertos, olemos la hierba. Nuestros caballos trotan y agitan las patas en el aire. Pero nosotros seguimos aferrándonos a la tierra, ¿verdad? Porque, después de todo, la era de las seis patas ya ha terminado, ¿no? Ahora somos una República Socialista Soviética y tenemos el privilegio de proteger a Moscú desde el sur. Desde los tiempos de Josef, sobre todo… ¡Qué perversidad! Nuestros hijos tienen el privilegio de acudir a las academias moscovitas siempre que posean los requisitos necesarios, y… – Puso su mano sobre el antebrazo de Michaelmas – Pero, ¿qué te importa a ti todo esto? En tu mitad del mundo la historia no existe, claro. Supongo que podría hablar con los kwakiutl, los lenilenape o los apaches, pero ellos han olvidado por dos veces que fueron gente de seis patas y no recuerdan las estepas. No, Lavrenti, debes comprenderlo, y no te ofendas, debes entender que entre esta tierra y la tierra de tus antepasados hay una cantidad de agua suficiente para disolver el pasado, pero allí donde yo nací la sangre y la semilla se han derramado tantas veces sobre el mismo suelo, una y otra vez, que a veces, según dicen, puedes encontrar hombres nuevos perdidos en los pastos, entre la niebla: hombres que nunca hablan, que se ocupan de lo suyo, hombres que no tienen madre…

No hay comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.