Alexandr Nikoláievich Afanásiev. Leyendas populares rusas.

enero 4, 2016

Alezandr Nikoláievich Afanásiev, Leyendas populares rusas
Páginas de espuma, 2007. 284 páginas.

Curiosa historia la de este libro, explicada en su prólogo. Al igual que la recopilación de los hermanos Grimm recoge cuentos populares, desde una perspectiva más antropológica que incluye diferentes variantes. Aunque no excesivamente científica porque las anotaciones y datos sobre los orígenes debían ser un pequeño caos. Es un libro que tuvo bastante éxito, pero que sufrió la censura por la imagen irreverente de algunos santos y miembros eclesiásticos.

Los personajes que aparecen son muchas veces simpáticos pícaros que utilizan su ingenio para salir adelante. Los cuentos tienen la frescura de la tradición oral y hay muchos puntos de contacto con cuentos de aquí (por ejemplo, el uento del herrero y el diablo). Uno de mis preferidos es el del soldado y la muerte del que dejo una variante al final.

Buscaré la otra edición de Páginas de Espuma de sus cuentos porque merece la pena. La edición y traducción, impecables. No he encontrado reseñas, sólo este artículo: Alexandr Afanásiev y los cuentos populares rusos.

Calificación: Muy bueno.

Extracto:

16:1. EL SOLDADO Y LA MUERTE
[EL SOLDADO QUE SALIÓ DEL INFIERNO CON UNA CUERDA DE MEDIR + EL SOLDADO QUE ENGAÑÓ A LA MUERTE Y CAUSÓ ESPANTO ENTRE LOS DIABLOS]
Un soldado cumplió veinticinco años de servicio militar. Se dispuso a esperar el retiro, pero no le llegaba la orden. Comenzó a pensar: «¿Qué significa esto? He servido a Dios y al gran emperador durante veinticinco años, y nunca he sufrido ningún castigo. ¿Por qué no quieren que me retire? ¡Voy a marcharme adonde me lleve el viento!». Tras mucho cavilar, se decidió por fin y se escapó. Caminó un día y otro, y al tercer día se encontró con Dios. Le preguntó Dios:
-¿Adonde vas, soldado?
-Señor, serví veinticinco años en cuerpo y en alma. No me dieron permiso para retirarme, y me escapé. ¡Y ahora me voy adonde me lleve el viento!
-Si has servido veinticinco años en cuerpo y en alma, vente al paraíso, al reino de los cielos.
El soldado llegó al paraíso y encontró allí una felicidad y un bienestar indescriptibles: «¡Ahora sí que viviré bien!». Fue pasando revista a todos los rincones del paraíso, se acercó a algunos santos padres, y les preguntó si alguien podría venderle un poco de tabaco.
-¿Qué tabaco puede haber en el paraíso, en el reino de los cielos, soldado?
El soldado se calló. Anduvo por el paraíso un rato, y volvió a acercarse a los santos padres. Les preguntó si se vendía por allí vino.
-¡Ay, soldado, soldado! ¿Qué vino puede haber aquí? ¡Estamos en el paraíso, en el reino de los cielos!…
-Pero ¿qué paraíso es este? ¡Sin tabaco, sin vino! -se dijo para sí el soldado. Y se marchó del paraíso.
Anduvo caminando, despreocupado, y se encontró con Dios.
—¿A qué dase de paraíso me ViaVias enviado, Señor! |1no tienen iaYiaco, ni vino!
-Pues vete a la izquierda. Allí hay de todo.
El soldado torció a la izquierda y echó a andar de nuevo. Vio que un diablo salía corriendo a su encuentro:
-¿En qué puedo servirle, señor militar?
-Es demasiado pronto para que me hagas esa pregunta. Llévame a mi sitio. Luego hablaremos.
Enseguida lo llevaron al infierno.
-¿Qué? ¿Tenéis tabaco? -le preguntó al diablo.
-Sí, tenemos.
-¿Y vino?
-También tenemos vino. ‘ -¡Pues sírveme de todo!
Le trajeron una pipa llena de tabaco, y media botella de vodka con guindilla. El soldado se puso contentísimo, tomando el vodka y fumando su pipa: «¡Esto sí que es el paraíso!». Pero no duró demasiado la juerga. Los diablos empezaron a meterse con él sin darle un respiro, le hartaron hasta que ya no pudo aguantar más. ¿Qué se le iba a hacer? Recurrió a la astucia. Hizo una sázhen, cortó jalones y se puso a medir el terreno: midió una sázhen e hincó un jalón; midió otra sazhen e hincó otro jalón31. Se le acercó corriendo un diablo:
-¿Qué estás haciendo, soldado?
-¿Estás ciego? ¿Es que no lo ves? Quiero construir aquí un monasterio32.
El diablo echó a correr adonde se encontraba su abuelo:
-¡Abuelo! ¡Ven a ver, el soldado quiere construir aquí un monasterio!
El abuelo se levantó de un salto y corrió a ver al soldado:
-¿Qué es lo que estás haciendo?
-¿Acaso no lo ves? Quiero construir un monasterio.
El abuelo sintió miedo y se marchó a ver a Dios:
-Señor, ¿qué soldado es ese que nos has enviado al infierno? ¡Quiere construirnos un monasterio!
-¿Y qué tengo yo que ver con eso? ¿Por qué dejáis entrar a esa clase de gente?
-¡Señor, sácalo de allí!
-¿Cómo voy a sacarlo yo, si ha sido él mismo quien ha deseado estar allí?
-¡Ay, pobrecitos de nosotros! ¿Qué podemos hacer con él?
-Ve y desuella al diablillo, haz un tambor con su piel, y luego sal del Infierno y haz sonar la alarma. ¡Saldrá él solo!
El abuelo volvió a casa, cogió al diablillo y lo desolló vivo. Luego tendió su piel sobre el tambor.
-Escuchadme bien -ordenó a los diablos-. En cuanto el soldado salga del infierno, cerrad bien todas las puertas, para que no pueda volver a penetrar aquí.
Salió el abuelo del infierno y tocó la alarma. En cuanto escuchó el soldado el redoble del tambor, se salió como loco, a todo correr, del infierno. Dejó espantados a todos los diablos y se salió fuera. Enseguida fue cerrada la puerta, \pum\, y se le echó un cerrojo bien fuerte. El soldado miró a su alrededor: no vio a nadie, ni se oía ninguna alarma más. Intentó regresar y se puso a llamar a la puerta:
-¡Abrid enseguida -gritó a voz en cuello-, o derribo la puerta!
-No, hombre, no la vas a derribar -dijeron los diablos-. Vete de aquí, adonde quieras, porque no te dejamos entrar. ¡Demasiado nos ha costado ya echarte de aquí!
Con la cabeza agachada tomó el soldado el camino, sin saber adonde iba. Anduvo y anduvo, y se encontró con Dios.
-¿Adonde vas, soldado?
-¡Ni yo mismo lo sé!
-Pues, ¿dónde te puedo yo mandar? Te había enviado al paraíso y no te gustó. Te envié al infierno, pero tampoco duraste demasiado tiempo allí.
-Señor, ponme de guardia frente a tu puerta.
-Está bien, monta la guardia.
El soldado se puso de guardia. Al cabo de un tiempo vino la Muerte.
-¿Adonde vas? -preguntó el centinela33.
La Muerte contestó:
-Vengo a preguntar a Dios a quiénes me manda llevar.
-Espera aquí; voy a preguntárselo yo.
Se presentó ante Dios y preguntó:
-Señor, ha venido la Muerte. ¿A quiénes ordenas que mate?
-Dile que durante tres años mate a la gente más vieja.
Caminó de regreso el soldado, y pensó:
-Es posible que mate a mis padres, que ya son muy viejos.
Salió y le dijo a la muerte:
-Ve andando por los bosques, y roe los robles más viejos durante tres años34.
La Muerte se echó a llorar:
-¿Qué habré hecho yo para enfadar tanto a Dios, que me manda roer robles?
Fue arrastrándose por los bosques royendo durante tres años los robles más viejos. Y, en cuanto se acabó el plazo, volvió a presentarse ante Dios para saber qué era lo que le mandaba hacer.
-¿A qué vienes? -le preguntó el soldado.
-A que me ordene el Señor a quiénes tengo que llevarme.
-Espera. Voy a preguntárselo.
Fue y preguntó a Dios:
-Señor mío, ha venido la Muerte. ¿A quiénes le ordenas matar esta vez?
-Dile que se lleve a la gente joven durante tres años35.
El soldado pensó: «Pues, de ese modo, puede matar a mis hermanos». 1 Salió y le dijo a la Muerte:
-Marcha por los mismos bosques, y pásate tres años royendo robles jóvenes36. Este es el mandato de Dios.
-Pero, ¿por qué se habrá enfadado tanto conmigo el Señor?
Rompió en sollozos la Muerte, y se marchó por los bosques. Tres años anduvo royendo robles jóvenes y, cuando se acabó el tiempo, volvió a casa de Dios, arrastrando los pies a duras penas.
-¿Adonde vas? -preguntó el soldado.
-A ver al Señor, para que me dé el mandato de a quiénes tengo que matar.
-Espera. Se lo preguntaré yo.
Otra vez fue y preguntó:
-Señor, ha venido la Muerte. ¿A quiénes le ordenas que mate ahora?
-Dile que durante los próximos tres años mate a los niños.
El soldado pensó: «Mis hermanos tendrán hijos, y la Muerte podría llevárselos a ellos».
Salió y le dijo a la Muerte:
-Ve a los mismos bosques y, durante los próximos tres años, roe los robles más pequeños.
-¿Por qué me estará torturando el Señor? -lloró la Muerte, y se encaminó a los bosques.
Durante tres años anduvo comiéndose los robles más pequeños, y, cuando se cumplió el plazo, volvió a aparecer por la casa de Dios, moviendo apenas los pies ‘J1.
«Esta vez, si hace falta, voy a enfrentarme en combate con el soldado. Pero tengo que hablar en persona con Dios. ¿Por qué razón me habrá estado castigando Dios durante estos nueve años?»
El soldado vio a la Muerte y le preguntó:
-¿Adonde vas?
La Muerte calló, y continuó subiendo la escalera que había para entrar. El soldado la agarró del cuello y la detuvo. Armaron tanto escándalo que Dios lo escuchó y salió de su aposento:
-¿Qué es lo que ocurre aquí?
La Muerte cayó a sus pies:
-Señor, ¿por qué te has enfadado conmigo? He estado sufriendo nueve años vagando por los bosques: tres años roí robles viejos, otros tres años devoré los robles jóvenes, y los últimos tres años acabé con los más pequeños. Hasta arrastrar los pies me cuesta trabajo.
-Todo esto es culpa tuya -le dijo Dios al soldado.
-Sí, es culpa mía, Señor.
-Entonces vete de aquí con la Muerte a cuestas. La llevarás sobre tus hombros durante nueve años.
La Muerte se subió sobre los hombros del soldado. ¿Qué otra cosa podía hacer este? Anduvo con ella mucho tiempo, hasta que se cansó. Sacó un cuerno de tabaco y aspiró de él. La Muerte vio que el soldado aspiraba el tabaco y le dijo:
-Soldado, déjame olerlo a mí también.
-¡Caramba! Pues métete en el cuerno y huele allí todo lo que te pida el cuerpo.
-Muy bien: abre el cuerno.
El soldado lo abrió y, en cuanto la Muerte se coló en su interior, tapó el cuerno en un santiamén y lo metió en la caña de su bota*. Volvió a su sitio y se puso de guardia. Dios lo vio y le preguntó:
-¿Dónde está la Muerte?
-Está conmigo.
-¿Dónde?
-Está aquí, en la caña de mi bota.
-¡A ver, déjame verla!
-No, Señor, no te la dejo ver hasta que pasen los nueve años. No es ninguna broma llevarla a cuestas. ¡Pesa mucho!
-¡Déjame verla! Tienes mi perdón.
El soldado sacó el cuerno y, una vez destapado, se sentó de nuevo la Muerte sobre sus hombros.
-¡Baja, si no supiste mantenerte allí! -dijo Dios.
La Muerte bajó:
-Ahora, ¡mata al soldado! -le ordenó Dios.
Y este se marchó a un lugar en el que le estaban reclamando.
-Y bien, soldado -dijo la Muerte-. ¿Has oído lo que ha dicho el Señor? ¡Que te mate a ti!
-Bueno pues. Todos somos mortales. Pero déjame antes que me prepare.
-Pues prepárate.
El soldado se puso ropa limpia y preparó el ataúd.
-¿Estás listo? -preguntó la Muerte.
-¡Sí, todo listo!
-Pues ¡métete en el ataúd!
El soldado se echó cara abajo.
-¡No, de otra manera! , -¿Y cómo? -preguntó el soldado y se puso de un costado.
-¡Tampoco es correcto!
-¡Ni al morir hay manera de darte gusto! -y se puso del otro lado.
-Pero, ¡qué tío! ¿Nunca has visto cómo muere la gente?
-Pues así es, nunca lo he visto.
-Déjame a mí. Te voy a enseñar.
El soldado salió de un salto del ataúd, y la Muerte se tumbó en su lugar. El soldado cogió al instante la tapa, la puso sobre el ataúd, la clavó y le puso arcos de hierro. Después de clavar los arcos, levantó el ataúd y se lo puso sobre los hombros y lo llevó al río. Lo tiró al agua, volvió a su antiguo puesto y montó guardia. Dios lo vio y le preguntó:
-¿Dónde está la Muerte?
—La he tirado al río.
Echó Dios un vistazo: el ataúd estaba flotando allá a lo lejos, en el agua. La puso en libertad:
-¿Por qué no has dado muerte al soldado?
-¡Pero si sabe tantas mañas que no se puede con él!
-¡Pues anda, no hables mucho con él! ¡Ve y mátalo!
La Muerte fue e hizo morir al soldado.

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