Ediciones Cátedra, 1982, 2002. 344 páginas.
Algo había leído de Bioy Casares que no me había dejado ganas de repetir. Entonces ¿por qué lo hice? Lo confieso: por culpa de la serie de televisión Perdidos. Uno de los personajes lee la novela y se insinuaba que podía ser una pista. No creo que así sea, pero el mal ya está hecho.
Un naúfrago llega a una extraña isla en la que suceden cosas curiosas. Descubrirá que todo se debe a una extraña maquinaria, invención de Morel. Investigando la situación, el protagonista descubrirá a una bella mujer.
Bioy Casares me sigue sin gustar. Esta novela fue objeto de una tertulia en Novelantes dónde expuse muchas de mis críticas. Pero la principal es esta: es una novela sin alma. No hay chispa. Para mi mente habituada a la ciencia ficción también chirría la inconsistencia de la invención de Morel, que no tiene mucho sentido.
¿Cómo pudo decir Borges que esta era una novela perfecta? En primer lugar, como bien apunta ericz, Borges hablaba de la trama, no de la novela:hipérbole hiperbombo. En segundo lugar en otra parte afirma Borges que perfecto es carencia de fallos, no presencia de virtudes. El elogio, pues, no lo es tanto.
En esta edición se incluyen además los siguientes cuentos:
El gran Serafín
Confidencias de un lobo
Ad porcos
El don supremo
La tarde de un fauno
Los milagros no se recuperan
Las caras de la verdad
El atajo
Que giran todos alrededor del cortejo y la seducción. Y aunque alguno hay aprovechable, en general también me han parecido anodinos. Definitivamente entre Bioy Casares y yo no hay ninguna química.
Escuchando: Asi Fue. Orishas.
Extracto:[-]
En la parte alta de la isla, que tiene cuatro barrancas pastosas (hay rocas en las barrancas del oeste), están el museo, la capilla, la pileta de natación. Las tres construcciones son modernas, angulares, lisas, de piedra sin pulir. La piedra, como tantas veces, parece una mala imitación y no armoniza perfectamente con el estilo.
La capilla es una caja oblonga, chata (esto la hace parecer muy larga). La pileta de natación está bien construida, pero, como no excede el nivel del suelo, inevitablemente se llena de víboras, sapos, escuerzos e insectos acuáticos. El museo es un edificio grande, de tres pisos, sin techo visible, con un corredor al frente y otro más chico atrás, con una torre cilíndrica.
Lo encontré abierto; en seguida me instalé en él. Lo llamo museo porque así lo llamaba el mercader italiano. ¿Qué razones tenía? Quién sabe si él mismo las conoce. Podría ser un hotel espléndido, para unas cincuenta personas, o un sanatorio.
Tiene un hall con bibliotecas inagotables y deficientes: no hay más que novelas, poesía, teatro (si no se cuenta un librito -Belidor: Travaux – Le Moulin Perse – París, 1937-, que estaba sobre una repisa de mármol verde y ahora abulta un bolsillo de estos jirones de pantalón que llevo puestos. Lo tomé porque el nombre «Belidor» me pareció extraño y porque me pregunté si el capítulo Moulin Perse no explicaría ese molino que hay en los bajos). Recorrí los estantes buscando ayuda para ciertas investigaciones que el proceso interrumpió y que en la soledad de la isla traté de continuar. (Creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria: retener vivo todo el cuerpo. Sólo habría que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia.)
En el hall, las paredes son de mármol rosa, con algunos listones verdes, como columnas hundidas. Las ventanas, con sus vidrios azules, alcanzarían al piso alto de mi casa natal. Cuatro cálices de alabastro, en que podrían esconderse cuatro medias docenas de hombres, irradian luz eléctrica. Los libros mejoran un poco esta decoración. Una puerta da al corredor; otra al salón redondo; otra, ínfima, tapada por un biombo, a la escalera de caracol.
En el corredor está la escalera principal, de estuco y alfombrada. Hay sillas de paja, y las paredes están cubiertas de libros.
El comedor es de unos dieciséis metros por doce. Arriba de triples columnas de caoba, en cada pared, hay terrazas que son como palcos para cuatro divinidades sentadas -una en cada palco-, semiindias, semi-egipcias, ocres, de terracota. Son tres veces más grandes que un hombre; las rodean hojas oscuras y prominentes, de plantas de yeso. Abajo de las terrazas hay grandes paneles con dibujos de Fuyita, que desentonan (por humildes).
8 comentarios
Tampoco Bioy es santo de mi devoción, excepto que nos dejó el invaluable diario sobre Borges. Sé que no vas a reincidir, pero la novela definitiva de Bioy Casares es «El sueño de los héroes»; creo que ericz estará de acuerdo conmigo.
Je, ya nos conocemos. Fijate que Bioy anota en su diario el elogio que hace Georgie de “El sueño de los héroes” y dice que le pareció sincero y se alegra. Esa anotación es conmovedora.
Discrepo un poco: La invención de Morel me gustó. Es más, la considero una joya de la literatura fantástica. Quizás más de fantasía que de pura ciencia ficción.
No viene al caso, pero ¡como extrañamos a España! Queremos volver pronto. Un abrazo a tí y a MJ
Yo tropiezo muchas veces con la misma piedra, así que me apunto ‘El sueño de lo héroes’.
Nevermore, para eso están los gustos, para discrepar. Yo no tengo química con Bioy, pero no le quito sus méritos.
Gonzalo, volved cuando queráis, que seréis bienvenidos.
mé encantó «la invención de morel» novela más que fantástica, romántica que sugire que el amor eterno es inalcanzable y como dos personas cercanas pueden, aunque a simple vista no se note estar a años luz de distancia. Oda también a El sueño de los héroes y el fantástico cuentoE perjurio de la nieve».Sólo almas sensibles pueden apreciar a BIOY.
Pues yo debo ser un alma insensible.
visita http://literatura-yxz.blogspot.com/, estamos reuniendo material sobre La Invención de Morel