Lengua de trapo, 1999. 252 páginas.
Sofian llega a Pucallpa como Pedro Páramo a Comala, buscando noticias de su padre que un abogado tiene intención de darle. Pero allí se ve envuelto en un ambiente asfixiante que le llevará a un descenso al embrutecimiento del alcohol y las drogas mientras intenta olvidar a un antiguo amor y tendrá que gestionar los descubrimientos que va haciendo.
Se me hizo eterno. No me interesaron nada las andanzas del protagonista ni sus problemas. Los personajes secundarios tampoco. Alguna escena se salva de aquí y de allá, pero en general me costaba avanzar entre el bosque de autocompasión del protagonista que más que alcohol necesita una buena hostia.
Y mira que escribe bien la autora. El pueblo, asfixiante, está muy bien retratado. Una pena que lo que cuente no me haya despertado ni la más mínima curiosidad.
No me ha gustado.
La gente se aglomera alrededor de Sofian. Algunos dicen que está tan borracho que se ha desmayado. Un vulgar borracho, dice el dueño, pasaba los días en el bar. Sus ojos están sellados y guardan el secreto del límite entre la mentira y la verdad, el juego y la caída. Avisan a Angela, que lo recoge y lo lleva con un médico. El sólo ve una inmensidad verde y oye el nombre de Manuel, el de Angela y el suyo propio confundiéndose con motores de autos que circulan por la ciudad, algunas expresiones de asombro y otras de compasión y hasta de desprecio. Cree ver a Manuel saliendo de una de las tiendas de la ciudad acompañado de Aníbal. Carga una cama plegable y, al verlo, sólo hace una seña con la mano antes de volverse a indicarle algo al niño. Después, sigue el camino que lo lleva hasta el galeón, donde se queda un buen rato sentado sobre la pila de juncos que se encuentran en la entrada. Una hora y más, no sabiendo qué hacer. De hecho, se sentía agotado y el lugar parecía abandonado a sus propias leyes. En el absoluto piensa que Manuel hubiera podido remontar el río hasta llegar al Atlántico y seguir su ruta de sueño. Un sueño puede costar muy caro. ¿No, Matilde? Puede terminar desvaneciéndose como el éter. No sólo arruinaste tu vida sino que dejaste que la convirtiera en un objeto literario. Te confundiste con la ficción y como te había creado, te destruí tan pronto como me di cuenta de que no sabía qué hacer contigo. Yo te había contado la historia de esa chica que terminó aspirando éter para no respirar el aire enrarecido que la rodeaba. Te dije que estaba desesperada, alguien para quien la vida y la muerte eran una misma cosa. Estaba convencida de que moriría joven y, de alguna forma, ese convencimiento la llevó a hacer de su vida un martirio. Entonces aquí están ella y Sofian, poco antes de viajar a Lima. Ella duerme sobre el di-
ván de la sala. Sofian no sabe nada, ignora que han pasado varias noches durante las cuales no se ha dado cuenta de que Matilde duerme aturdida por el éter. Esa noche encuentra una pequeña botella azul tirada en el suelo que, por descuido, ella ha dejado abandonada. Entonces entiende las ojeras de Matilde y los ataques de euforia que terminan en una crisis de llanto.
Con el tiempo comprende también la desesperación de ella cuando se encuentran desayunando en el café de París. Están parados frente a la barra. Ella ha pedido dos croissants que remoja en su taza de café con leche. Sofian pide un expreso con un vaso de agua. Llega un hombre mayor y se detiene junto a ellos. Matilde se pone nerviosa. Se da la vuelta, le da la espalda al hombre y empieza a hablar sin tregua a Sofian. El hombre se marcha y ella le dice que tiene que comprar unos cosméticos en un almacén. Sofian la ve caminar a paso raudo hacia la acera del frente. Ve su pequeño vestido azul restallar con el viento de otoño y luego esa misma ráfaga le sacude el cabello y le cubre el rostro impidiéndole ver qué expresión tiene cuando el hombre abandona el café y —él pensó que por casualidad— se dirige hacia ella dando la impresión de preguntarle por alguna calle de París o quizás qué pensaba del clima, en vista de que todos los franceses, en especial los parisinos, vivían obsesionados con él y por eso no era raro que alguien hiciera un comentario de forma casual y de pronto encontrarse hablando de las condiciones climatológicas con un extraño. A pesar de eso, cuando ella regresa, le pregunta quién era el tipo que le habló. Matilde mantiene el bolso apretado contra su pecho, de un borde sobresale la botellita azul: Le pregunta por los cosméticos, ella dice que los ha comprado baratísimos, dice que adora eso de París sin dejar de abrazar su bolso. Sofian termina el café y salen. Por la noche, Sofian parte a trabajar como vigilante en el hotel Lutecia. Cuando regresa, Matilde está completamente dormida. Nunca se da cuenta, y en el Perú, ella nunca habla de eso. Su adicción dura poco tiempo.
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