Cuando leí el primer volumen (Philemon integral) ya me quedé maravillado. Ahora, tras leer los dos siguientes, confirmo que es posiblemente una de las mejores sagas que he leído nunca.
Como dicen en el epílogo mientras otros autores de su generación luchaban contra el cómic infantil y juvenil tan de moda relatando historias para adultos (en la prestigiosa Metal Hurlant que tanto influyó en el futuro cómic europeo) Fred hizo lo propio sin salir del medio. Lleno sus páginas de poesía, crítica social, originalidad e imaginación a raudales.
En el tercer volumen vemos cosas como viajar a bordo de la letra de una onomatopeya, de la rotura del espacio de las viñetas, de historias trágicas como la del espantapájaros que gustaba de oír las historias de los cuervos o de la última hoja del otoño.
Acaba con una historieta publicada poco antes de su muerte, donde una peculiar locomotora que funciona con el combustible de la imaginación apenas puede caminar. Escrita después de muchos años de depresión fue su peculiar canto del cisne, y me dejó una congoja en la garganta.
Imprescindible.
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