Tusquets, 2010. 190 páginas.
Tit. Or. The crying of lot 49. Trad. Antonio-Prometeo Moya Valle.
Edipa Maas ha sido nombrada albacea de la herencia de Pierce Inverarity, un millonario californiano. Al hacerse cargo de sus asuntos se verá envuelta en una trama confusa, lisérgica, que involucra a una multitud de personajes pintorescos, a una asociación clandestina de siglos de antigüedad presidida por el enigmático Tristeros y que le hará dudar acerca de la realidad.
Todo es disparatado y desmesurado, desde los nombres de los personajes (Gengis Cohen, Hilarius, la propia Edipa) hasta la trama central: una organización secreta que lleva operando mucho tiempo y que se dedica a dar un servicio de correos alternativo y curioso. Todo escrito con un lenguaje fresco y desvergonzado.
En ocasiones me he reído a carcajadas con las ocurrencias del autor, pero el regusto que me ha dejado el libro es agridulce. Me ha dado la impresión de un gran espectáculo de fuegos artificiales que, cuando se acaba el sonido del último cartucho, sólo deja un poco de humo desvaneciéndose.
Recomendable.
«Apreciado Mike», decía, «¿qué tal estás? Tenía ganas de escribirte una nota. ¿Cómo va el libro? Creo que es todo por el momento. Nos veremos en El Radio de Acción.»
—Casi siempre es lo mismo —confesó Falopio con amargura.
—¿A qué libro se refiere? —preguntó Edipa. Resulta que Falopio estaba escribiendo una historia del correo privado en Estados Unidos y quería relacionar la guerra civil con el movimiento de reforma postal que había comenzado hacia 1845. Según él, no era una casualidad que precisamente en 1861 el gobierno central hubiera aplicado medidas tajantes para suprimir las rutas postales independientes que aún quedaban después de las leyes del 45, el 47, el 51 y el 55, leyes todas encaminadas a provocar la ruina económica de la competencia privada. Lo interpretaba como una parábola del poder, de su vampirismo, desarrollo y agresión sistemática, aunque aquella noche en concreto no tenía ganas de extenderse tanto en el tema como Edipa habría deseado. De hecho, lo único que ésta recordaría de él en primera instancia sería su complexión magra y su estupenda nariz armenia, así como cierto parentesco entre sus ojos y los tubos verdes de neón.
Comenzó así para Edipa la cansada y siniestra gestación de El Tristero. O más bien su asistencia a un acto único que se prolongó como si fuera la culminación de la noche, una especie de función extra para los noctámbulos recal-
citrantes. Como si los vestidos de cremallera, los sostenes calados, los portaligas con broche y los tangas decorados con alegorías históricas que irían cayendo uno a uno fueran tan densos como la propia ropa de Edipa en aquel juego con Metzger ante la película del Pequeño Igor; como si antes de que El Tristero se manifestase en su terrible desnudez fuera necesario sumergirse en las horas muertas e indefinibles que conducen al alba. ¿Fue tímida entonces la sonrisa del espectáculo, desapareció inofensivamente entre bastidores, se despidió con una reverencia tradicional y la dejó tranquila? ¿O volvió, por el contrario, al acabar el baile, a recorrer el escenario, con sus ojos de fuego clavados en los de Edipa, con una sonrisa perversa y despiadada; se acercó y dirigió a ella, sola en medio de las filas de asientos vacíos, y le murmuró palabras que no habría deseado oír?
2 comentarios
Uno de mis libros favoritos de los últimos años. Extraño, original y desconcertante.
Delirante lo es.