Páginas de espuma, 2011. 130 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
LOS DESCREÍDOS
No temas, Jack
Robert & Geena
Septiembre
Mi regalo para Ronald, empapada en whisky.
Derrapar
Ocho piernas
Mis problemas con la ficción
Cine mudo
LOS ENSIMISMADOS
Cada noche
Una mirada irlandesa
Todos han vuelto
Las correcciones
Sin salir de Marta
Un cuento es un cuento es
Divinos detalles
Que me han dejado bastante frío. No he entrado ni en el ambiente norteamericano y vagamente violento de las historias, ni en los jugueteos con lo metanarrativo que sobrevuela en muchos de ellos. Supongo que a otro lector podría gustarle, pero no son cuentos para mí.
Me ha gustado más la segunda parte, Los ensimismados, pero tampoco excesivamente. Había un cuento que sí me había gustado , pero como escribo esto un mes después de haberlo leído ni siquiera recuerdo cual fue, señal de que mucha marca no me dejó.
Se deja leer.
Pero yo no puedo contarle nada, aunque siempre lo pida, y me cuesta explicarle que, de contárselos, los cuentos que yo podría contarle no son los que ella espera, salvo que quiera que le cuente cuentos sin apenas historia, tan quietos, en los que no pasa nada (¡Como si no pasase nada siempre, incluso en situaciones como esta en la que dos personajes se miran sin decirse nada! ¡Como si no estuviera ocurriendo algo tremendo en todo el camino que recorre una gota de rocío desde que empieza a resbalar por la hoja hasta que se estrella contra la tierra! Como si el mundo no pudiera estar en silencio de vez en cuando… Pero eso, eso es complicado explicárselo a ella), y no lo creo, porque nunca dice cuéntame nada, o cuéntame algo donde nada ocurra. Las chicas de su edad siempre quieren acción, la mujeres más mayores quieren acción, y hasta las viejas la quieren. Por eso sé que no, en esos momentos, con una sonrisa ligeramente diabólica, ella lo que me pide es que le cuente un cuento, un cuento de arriba abajo, con su desarrollo pero sobre todo con un principio que deje claro que lo que se está contando es un cuento -es evidente a qué tipo de principios de cuento me estoy refiriendo-, y a mí lo único que se me ocurre (cuando, a veces, tengo el arrebato de pensar, bien, está bien, te voy a contar un cuento, esta vez sí, aunque luego no llegue a hacerlo nunca, que es lo que ocurre con la mayoría de las promesas) es un comienzo por completo diferente, más bien del tipo «todas las familias felices son más o menos idénticas» o algo similar que me llevara a extender el cuento durante mil páginas o más, y eso ya no sería la clase de cuentos que ella quiere oír y ni siquiera creo que fuera un cuento, ni de los suyos ni de los míos, aunque hay quien tiene la capacidad (y el valor) de hacerlos pasar por cuentos, aunque sea a golpes, a empujones, arrinconándolo contra una esquina. Yendo por ahí, al menos, podría decirle no te cuento un cuento, no puedo, porque yo no escribo cuentos, yo soy novelista, miento, pensando que al querer ella escuchar un cuento, o que se lo cuente, no iba a querer que le contara una novela, pero ella seguro que saldría con algo sobre mis compañeros de generación, daría sus nombres y diría ellos escriben novelas y escriben cuentos. Se refiere a los cuentos que publican en las revistas y que, más que un libro de cuentos, lo que les acaba proporcionando es una colección de cheques al portador que les permiten costear las fiestas en sus casas de Pasadena, California, o los regalos incrustados en plata que compran en Tiffany’s, y que yo, claro, pensaría ella, también debo tener cuentos de esos y me pide que le cuente uno. Los únicos regalos que yo puedo hacerle son alguna antología de poesía europea que ella pasea con esnobismo por los pasillos del instituto, y la posibilidad de acudir a esas citas -sin el conocimiento ni la aceptación de sus padres o de mi mujer- que rozan el juego adolescente (¿sería justo algún otro tipo de juego?) y en las que, tras el obligado intercambio de pasión en penumbra y el cigarro a medias, ella me pide que le cuente un cuento.
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