Lengua de trapo, 2006. 274 páginas.
Colección crítica de cuentos fantásticos hispanoamericanos del siglo XIX. No los pongo todos como es habitual porque son demasiados. Se incluye una biografía del autor, ilustraciones en muchos casos originales de los textos, contexto de las publicaciones.
Una labor de erudición y de rescate encomiable, ya que pone al alcance de cualquiera unos textos inencontrables y proporciona datos biográficos de autores más o menos desconocidos.
Los relatos, fuera del aparato crítico, no son especialmente memorables. Tiene interés para ver la evolución del género, pero muchos pecan de ingenuidad y no todos tienen una calidad literaria superior a la media. Eso sí, hay pequeñas joyas como Horacio Kalibang o los autómatas.
Interesante.
Aunque hay personas de mala voluntad que sostienen que mi pariente y amigo, el Burgomaestre Hipknock, lleva este nombre, debido á la circunstancia de haberse atragantado con un hueso, uno de sus antepasados, en tiempo de Cárlos V, sostengo que es falso, aunque no tengo interés en demostrar lo contrario.
Luisa, la hija de mi pariente, cumple hoy quince años. Es una preciosa criatura, muy parecida á las lindísimas muñecas que fabrican en Nüremberg, mi ciudad natal. Con esto he dicho todo. Sus ojos de cielo tienen ese candor de la inocencia sin límites; su cabellera de oro cae en rizos á los lados de sus mejillas, rosadas como una aurora, y frescas como la hoja de una lechuga, y sus lábios, cual esas guindas de la Selva Negra, no sé qué reminiscencia despiertan en el paladar, á tal punto que algo húmedo se extremece y se desliza por el ángulo derecho de la boca.
Quince años! La edad más deliciosa para una mujer, porque no obstante tener ya en punto ese inconsciente que llamamos corazon humano, su cabeza goza del más etéreo y divino de los vacíos.
Quince años! la edad en que nó se piensa en nada, so pena de pensar en algo ménos…. y sinembargo, no hay cosa que más preocupe, despues de los veinte. ¿Porqué? Misterios insondables del endurecimiento de aquel inconsciente y de los huesos.
Apesar de todo, la hija de mi pariente no es un hongo. Sus manos de algodón saben fabricar unos pastelitos con almibar por fuera, y manzana por dentro, tan ricos y tan incitantes, que hacen honor al hueso que nó se tragó el antepasado de su padre.
Para festejar su natalicio, el Burgomaestre ha reunido una concurrencia de buen apetito. Opina, como yo, que la mesa moderna tiene muchas piruetas y poco jugo; que no hay vino como el del Rhin, y que el jamon es excelente cuando no es de mala calidad. Así es que, al entrar en el comedor, me he detenido un momento en el umbral, para observar el cuadro que la familia y los amigos presentan.
En la cabecera de la mesa está sentado mi pariente; á su derecha, Luisa, vestida de blanco, con lazos azules; frente á ella, su primo Hermann, que la mira con toda la ferocidad de un Teniente enamorado con consentimiento del Mariscal Vogelplatz, sentado junto á Luisa, y deseando comulgar con el Teniente.
El Mariscal es un personaje tremendo: tiene todo el color y temperatura de un sol poniente, en la nariz,—y en el vientre, todas las dimensiones de un elefante bien educado. Engulle como un Palmípedo y bebe como una tromba. El Capitan Hartz, el Párroco de la aldea, Kasper, Secretario del Burgomaestre, y su esposa, el Maestro de escuela, y el Director de la parada más próxima, con su señora, y, frente al dueño de casa, su compañera…. he ahí el conjunto brillante, reunido en casa del Burgomaestre.
Mi asiento no ha sido ocupado, y sólo consigo que nadie se mueva del suyo, tomando rapidamente aquel.
—Vamos, Fritz,—me dice mi pariente, sonriendo con aire burlon—al fin, eh? ya creía que te quedabas rascando miserablemente ese violoncello infame, que te dá todo el aspecto de un zapo sentimental, cuando te sientas á su lado.
—Está visto, pariente, que Vd. se empeña en detestar la música.
—Déjate de músicas, Fritz; la música no significa nada. Miro, esto es lo positivo, lo sólido, lo que puede digerirse bien, y esto! pásame tu copa, esto es Liebfrauenmilch, la mejor marca del Rhin, la gloria de Alemania y de los paladares como los de los Dioses.
—Muy bueno está; pero veo que he interrumpido uno conversacion interesante, talvez, y no quisiera….
—Nada de eso; es una de tantas preocupaciones de mi sobrino.
—¿Cómo así?
—Figúrate que pretende convencerme de que un hombre puede perder su centro de gravedad: já! já! já!
—Y porqué nó? si se le colocara, por ejemplo, en el punto en que se neutralizan las atracciones de la Tierra y de la Luna.
—Ni he pensado en tal cosa,—interrumpió el Teniente Blagerdorff—¿no conoce Vd. á Horacio Kalibang?
—Un personaje de nombre muy parecido figura en La Tempestad de Shakespeare.
—Eso es escaparse por la tangente,—observó el Mariscal, tragando con facilidad un enorme bocado;—¿conoce Vd. á Horacio Kalibang, el hombre que ha perdido su centro de gravedad? Sí ó nó…
—Nó, señor Mariscal, ni espero conocerle.
—Es un prodigio de la fantasía de Hermann. Vamos! coliflor y asado—eres un mentecato, sobrino; sirve vino al Mariscal. Luisa, atiende, hija mia, al Sr. Mariscal. Capitan! ¿quiere Vd. pasarme ese pollo que, no obstante la accion del fuego, salta en la fuente, como si tambien hubiera perdido la gravedad? Fritz bebe, hijo, bebe.
—Gracias, pariente; no quisiera parecerme á Horacio….
—El Señor Kalilbang!—interrumpió uno de los criados, entrando, espantado, en el aposento.
—Adelante! adelante!—exclamó el Burgomaestre, poniéndose de pié, como ya lo estábamos todos, y dejándose caer luego en un sillon, cual si una bala le hubiera herido los pulmones.
Pero no había nada de eso.
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