Ricardo Menéndez Salmón. La ofensa.

marzo 13, 2017

Ricardo Menéndez Salmón, La ofensa
Seix-barral, 2007. 144 páginas.

Segundo intento con la obra de Menéndez Salmon. La historia de un soldado alemán de la segunda guerra mundial a la que un suceso traumático lo disocia de la realidad.

Muy bien escrito, con un lenguaje muy particular que enseguida crea una atmósfera poética. Sin embargo el libro se pierde en sus metáforas y no parece caminar a parte alguna. Pese a todo la calidad de la escritura mantiene el interés hasta el final.

Para la segunda visita, Kurt subió a un tranvía repleto de amas de casa que cargaban con bolsas de fruta y viajó hacia el Norte, como si se propusiera dejar Bielefeld en dirección a Bremen por la interminable Herforder Strasse, casi hasta el final de la línea 7, momento en el que se apeó en una sucia callejuela desde la que pudo acceder —a través de un patio interior infestado de avena loca en el que niños de aspecto famélico jugaban sin demasiado entusiasmo a la rayuela— a una vieja casa de tres pisos, el último de los cuales ocupaba una mecanógrafa llamada Rachel Pinkus.
Una vez compartido un pastel de frambuesa, y tras comunicar con cierta torpeza el objeto de su visita, Kurt abrazó a Rachel durante sesenta largos, sudorosos y conmovedores minutos en que ambos conjugaron los dos verbos más antiguos que hombres y mujeres frecuentan en la intimidad: amar y temer. Después, y por este orden, fumaron cigarrillos sin filtro, se asearon con jabón de pera en una descascarillada palangana, intercambiaron chismes con el único —e inútil— propósito de llenar un fragmento de tiempo doloroso, lloraron su separación en silencio y se prometieron cartas y fidelidad.
Kurt abandonó el modesto piso sin volver la vista atrás, atusándose el pelo con la mano derecha, la misma que empleaba para clavar alfileres, desgranar la línea melódica de corales para órgano y acariciar los pechos de Rachel.
De haber sabido que aquella era la última vez que vería con vida a la mecanógrafa, quizá Kurt se hubiera girado para mirarla desde el umbral.
Porque a Rachel Pinkus, el monstruoso verraco de la Historia estaba a punto de devorarla.
Era judía.

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