Seix Barral, 2011. 160 páginas.
Tit. Or. Intet. Trad. Carmen Freixenet.
Tras descubrir que la vida no tiene sentido, un alumno abandona el colegio provocando un efecto devastador en sus compañeros, a los que atormenta sentado en un árbol con frases sobre la inutilidad de todo. Sus compañeros deciden demostrar que hay cosas con significado, iniciando una espiral de tintes oscuros.
Una vez más un libro lastrado por las expectativas. Fajas que nos alertan de que estamos ante un clásico, profundo y filosófico. Pues no. A mitad de lectura husmeé las reseñas en goodreads y varios lectores se quejaban de lo escabroso del libro. Me alegré pensando en que se iba a desencadenar un infierno de vejaciones, pero se quedó en infiernillo. Mucho ruido y pocas nueces.
Acabado el libro, no está mal. Lo flojo de la prosa se perdona porque es un libro para adolescentes. Y el profundo mensaje filosófico, que está más claro que el agua, no deja de tener una resolución apropiada.
Increíble me parece que, por mucha falta de sentido que le encuentre a la vida, un adolescente se dedique a subirse un árbol cual moderno estagirita. Menos aún que sus compañeros se vean afectados por tan asombrosa actitud. No le veo el sentido a la respuesta de buscar cosas con significado. Sí lo veo desde el punto de vista narrativo, pero no desde el, digamos, ‘real’ ¡Cómo si eso fuera a hacerle cambiar de opinión!
Que libros dirigidos a adolescentes o a niños triunfen entre el público adulto (como pasó con aquel del pijama de rayas) es una buena medida del nivel de nuestra sociedad.
El padre de Gerda estaba en casa, y tuvimos que sacar a Oscarito a escondidas. Es decir, Rikke-Ursula se quedó dentro en la habitación, mientras yo permanecía afuera, y ella me entregó a Oscarito y yo lo metí en la vieja jaula oxidada que habíamos encontrado para el caso. Gerda se quedó de pie sollozando en un rincón de la habitación sin querer ayudar en nada.
—¡Cállate ya! —le dije al final, cuando ya no podía resistir sus sollozos—. ¡O será un Oscarito muerto el que vaya a parar al montón!
Esto no la hizo callar, pero al menos suavizó el lloriqueo hasta un punto soportable. Y salió de la casa sin que el padre albergara sospecha alguna.
Oscarito era blanco con manchas de color marrón, y, en realidad, bastante gracioso con sus bigotes temblorosos, y yo me sentí muy aliviada pensando que no sería necesario cargármelo. La jaula, como contrapartida, era pesada y de engorroso manejo y el trayecto hasta la serrería en desuso fue interminable. Deberíamos haberle pedido prestada la carretilla de los periódicos al piadoso Kai. Pero no lo hicimos, así que tuvimos que compartir la carga con Gerda también, no había ninguna razón para que ella no asumiera su parte del dolor de hombros igual que Rikke-Ursula y yo. Nos llevó mucho rato llegar al descampado y a la serrería con Oscarito chillando todo el trayecto como si creyera que yo iba a matarlo de verdad, pero al cabo de un buen rato llegamos y pudimos deshacernos de él y de la jaula en la penumbra, pasada la puerta.
Le dimos permiso a Gerda para que acolchara la jaula con serrín viejo, y tras darle a Oscarito una ración extra de pienso de hámster y colocarle un cuenco con agua fresca, trepé por la escalera y deposité la jaula en todo lo alto del montón.
Me bajé, aparté la escalera un poco y admiré el montículo con la jaula que parecía una estrella un poco torcida allí en todo lo alto. Y fue cuando me di cuenta del silencio que embargaba la serrería.
Silencio. Más silencio. Silencio absoluto.
Había tanto silencio que no pude evitar, de repente, advertir lo grande y vacío que era el edificio por dentro, la cantidad de hendiduras y grietas que podían adivinarse en el suelo de cemento debajo de una capa de sucio serrín, lo densas que eran las telarañas que colgaban de pilares y vigas, la cantidad de agujeros que había en el techo y los pocos cristales que quedaban enteros. Desplacé la mirada de una punta a la otra y finalmente miré a mis compañeros de clase.
Ellos continuaban en silencio y con la mirada fija en la jaula.
Era como si Oscarito provocara algo en el montón de significado que ni mis sandalias verdes, ni la caña de pescar de Sebastian ni el balón de Richard habían conseguido. Yo estaba orgullosa de mi ocurrencia, y por eso me molestaba que los demás no demostraran admiración.
Fue Ole el que me salvó.
2 comentarios
Fíjate, a mí me gustó. Esperaba algo más light, quizá sería por eso, pero me pareció mucho más interesante y profundo que el pijama.
No, este libro no tiene nada que ver con el del pijama, que es de lo peor que he leído nunca -por eso tuvo más éxito. Y a mí también me gustó, pero creo que está bien enfocado al público adolescente.
Yo creo que la autora tenía una cosa en mente sobre la búsqueda de significado en la vida y los acontecimientos encajan en ese esquema narrativo, que está bien construído pero se me antoja inverosímil.