Terry Pratchett. El atlético invisible.

julio 22, 2012

Terry Pratchett, El atlético invisible

Después de la pequeña decepción que me supuso Dinero a mansalva, me alegra ver en esta novela que Pratchett recupera su mordacidad, su habilidad para hilvanar historias reflejando nuestra sociedad, y su fe en el género humano.

El protagonista es el fútbol, la Universidad Invisible deberá jugar un partido si no quiere perder unas rentas. Pero antes se cambiarán las reglas del juego, que ha degenerado en una batalla campal en la que apenas se marcan goles, ya que lo importante es masacrar al adversario. Entre todo este barullo dos enamorados de dos equipos rivales, al estilo de los Montescos y Capuletos, trasladarán al Mundodisco la eterna relación entre futbolistas y modelos (aunque para que ocurra se tendrá que inventar esa profesión).

Además de todo esto tenemos a un orco intentando demostrar su valía, a un Vetinari en plenas facultades que se atreve a emborracharse y a nuestro querido bibliotecario convertido en un imbatible guardameta.

Humor, amor y ternura. El Pratchett de siempre. La traducción de Gabriel, brillante.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (324/365)

Extracto:

—Me estaba preguntando, señor… La vela que nunca se apaga, ¿cuántas veces… no se ha apagado?

Smeems se tragó la réplica hiriente. Por algún motivo, supo que no haría sino crear problemas a largo plazo.

—La vela que nunca se apaga ha dejado de apagarse tres veces desde que soy paje de velas, muchacho —respondió—. ¡Es un récord!

—Una hazaña envidiable, señor.

—¡Y que lo digas! Y eso con todas las cosas raras que están pasando últimamente.

—¿De verdad, señor? —dijo Huebo—. ¿Han estado pasando cosas más raras de lo normal?

—Joven, las cosas más raras de lo normal suceden a todas horas.


—Ejem, aquí sale una tradición que, por desgracia, no parecemos haber cumplido durante un tiempo considerable, archicanciller —dijo, logrando no sonar preocupado.

—Bueno, ¿acaso importa? —preguntó Ridcully mientras se estiraba.

—Es tradicional, archicanciller —le reprochó Ponder—. Aunque me atrevería a decir que no observarla, por desgracia, se ha convertido ya en la tradición.

—Bueno, pues no se hable más, ¿no? —dijo Ridcully—. Si podemos hacer una tradición de no observar otra tradición, pues doblemente tradicional, ¿verdad? ¿Qué problema hay?

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