Número de 1987 que incluye la obra de teatro El americano ilustrado de José Ignacio Cabrujas, historia de amor y poder entre dos hermanos con la política y la religión de fondo.
Interesantes las declaraciones de Fernando Fernán Gómez:
Su forma de interpretar está a medio camino entre el realismo poético stanislavskiano y la pura y simple naturalidad, según método aprendido y practicado sobre el escenario, viendo trabajar y aprendiendo de los actores de la tradicional escuela española encarnada por esa generación de actores y actrices de los años cuarenta y cincuenta. Hablando del sistema de Stanislavsky, dice: «…creo que en eso sigo, pero sin profundi-zaciones ni grandes teorizaciones. Partiendo de ese principio elemental, procuro incorporar todos los personajes a mi mundo interior, los construyo de dentro a fuera, preguntándome cómo habría sido ese personaje si ese personaje hubiera sido yo». Pero en su artículo autobiográfico recogido en el libro «El Actor y los demás», confiesa, con desarmante sinceridad, que durante la dura gira con «El Alcalde de Zalamea», en 1980, «antes de salir a escena, para estimularme, me decía: «Animo, Fernando, que estás bastante bien pagado… Y faltan pocos meses -pocas semanas, pocos días, pocas horas- para terminar la gira. Y en cuanto llegues a Madrid, unos días de descanso…» Así me motivaba para salir a escena, y no como recomienda Stanislavsky, lo confieso».
Y el apartado de literatura carcelaria, que pone la piel de gallina, y aquí tienen un extracto:
Mauricio Rosencof
[…]
Una madrugada sentí golpecitos rítmicos del otro lado del muro. Allí había alguien que quería comunicarse conmigo, otro preso como yo, el Ñato. Sentados en el piso, espalda contra espalda, pared por medio, reinventamos el morse. Un golpe para cada letra del alfabeto fue la clave. Durante diez años, en los períodos en que nuestros calabozos eran contiguos (nos trasladaban de unidad cada tres o cuatro meses) establecimos un diálogo por el que pasaron discusiones políticas y literarias, planes, nuestras vidas, recuerdos de infancia, comentarios sobre el tiempo y las enfermedades, los acontecimientos del día: «Hoy no me dieron el pan», o «Tuve que cagar en la celda». Una mañana el Ñato me anunció que estaba por cumplir años. No sabía con exactitud la fecha en que vivía. Al día siguiente le transmití por morse este verso:
«Y si este fuera
mi último poema,
insumido y triste,
raído pero entero,
tan sólo
una palabra
escribiría:
Compañero».
Calificación: Bueno.
Un día, un libro (279/365)
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