Espasa-Calpe, 1944, 1947, 1965, 1980. 230 páginas.
Manolete, Manolete, si no sabes torear pa que te metes… Uno se cree con el talento suficiente para leer todo lo que se ponga por delante, pero no. Estas Historias se me han atragantado. Primera sorpresa, parece que estemos leyendo el libro a la mitad, con la historia ya empezada. Después la gran cantidad de datos, nombres, relaciones, hacen que te pierdas si no tienes la wikipedia al lado. Conclusión: demasiado para mis limitados conocimientos.
Supongo que libros como éste serán de gran utilidad para los historiadores, que verán aquí un filón de informaciones relevantes. Para un lector gañán como yo, mejor leer otra cosa. Lo mejor, la conquista de Jerusalén, y la visión del viejo testamento por los ojos de un romano para el que son mitos historias como la de Moisés (les dejo el extracto al final).
Calificación: Demasiado para mí.
Un día, un libro (259/365)
Extracto:
Cuentan que los judíos fugitivos de la isla de Creta asentaron en las últimas partes de Libia en el tiempo que Saturno fue echado de la tierra por la violencia de Júpiter, y obligado a dejarle el reino. Fúndase ese argumento por el nombre, siendo como es en Creta muy famoso el monte Ida, cuyos habitadores llamados ideos, aumentado después el nombre al uso bárbaro, se llamaron judíos. Muchos creen que reinando Isis, hallándose el Egipto muy cargado de gente, envió la que le sobraba a poblar las tierras circunvecinas a cargo de dos capitanes llamados Jerosoliono y Judas. A otros les parece dar crédito a los que afirman que son descendencia y generación de etíopes, a quien en tiempo del rey Cefeo movieron a mudar de habitación el miedo y el aborrecimiento. Otros los hacen asirios, pueblo vagabundo y falto de campos, el cual, apoderándose de parte de Egipto, habitó y pobló después ciudades propias y las tierras hebreas más cercanas a Siria. Otros les dan principios más nobles, y afirman que los solimos, celebrados en los versos de Hornero, fueron los que edificaron y dieron el nombre a la ciudad de Jerusalén. En lo que muchc-s convienen es en que, habiendo sobrevenido en Egipto cierta enfermedad contagiosa que manchaba y afeaba los cuerpos, el rey Ochoris, consultando al oráculo de Amón, y pidiendo remedio, se le respondió que limpiase su reino y enviase a otras tierras aquella generación de hombres, como aborrecible de los dioses. Y que buscaba y juntaba con diligencia esta gente, sacándola del reino y dejándola desamparada en los desiertos de Arabia, estando todos los demás entorpecidos en lágrimas, sólo Moisés, uno de los desterrados, les amonestó que no esperasen ya socorro alguno de los dioses ni de los hombres, pues unos y otros los habían desamparado; mas que confiasen en él, como en capitán dado del cielo, con cuya ayuda principalmente vencerían las calamidades y miserias presentes. Consintieron con él todos, y sin saber el camino que habían de seguir, como ignorantes de todo, le tomaron a la ventura. Con todo eso ninguna cosa los afligía tanto como la falta de agua; y ya estaban todos rendidos y echados por aquellos campos, entregados casi a la muerte, cuando una manada de asnos salvajes, dejando la pastura, pasó hacia unos peñascos cubiertos de sombría y espesa arboleda. Siguióles Moisés, y por la conjetura de hallar el suelo con hierba, vino a descubrir grandes venas de agua. Con este alivio y refresco siguieron su viaje seis días continuos; y al septeno, echando los habitadores de la tierra, se apoderaron de aquella región, donde se edificó la ciudad y se dedicó el templo. Moisés, por confirmar a esta gente en su devoción para
en lo venidero, les dio nuevos ritos, contrarios a los otros hombres. Porque les son a ellos profanadas todas las cosas que nosotros tenemos por sagradas; y por el contrario se les conceden las que a nosotros se nos prohiben. Consagraron en la parte más secreta del templo la efigie del animal por cuyo medio se libraron de la sed y de andar vagabundos; matando el carnero como en vituperio de Amón. Sacrifícase también entre ellos el buey, adorado por los egipcios con nombre de Apis. No comen carne de puerco por memoria del daño, cuando fueron inficcionados de aquella especie de sarna de que padece aquel animal. Confiesan hasta hoy con prolijos ayunos la larga hambre que padecieron aquellos tiempos, y en señal de que robaron los frutos para sustentarse, el pan de los judíos se hace hasta el día de hoy sin levadura. Dicen que les agradó el reposar cada séptimo día y estar ociosos, a título de que tuvieron en él fin sus trabajos. Cebados después con esta pereza, dieron también cada séptimo año al ocio y flojedad. Otros quieren que el hacer esto era en honra de Saturno, o porque sea verdad que tomaron de los ideos este entre otros principios de religión, los cuales entendemos, como dicho es, fueron echados de Creta con Saturno y se hicieron autores de sta gente; o porque de los siete planetas que gobiernan a los mortales, es Saturno el que habita en esfera más alta y tiene mayor poder; fuera de que mucha parte de las influencias celestiales acaban su curso y su fuerza con el número septenario.
Estos ritos, pues, como quiera que se hayan introducido, se defienden ahora con la antigüedad. Los demás institutos y siniestras ordenanzas han ido acreditándose con la fea y torpe malicia de los hombres. Porque toda la gente malvada y facinerosa, menospreciada la religión de su patria, lleva allí ofrendas y tributos. Ésta fue causa de que se engrandeciese el estado y pueblo judaico, y también el ser de suyo obstinados en la fe que dan, y prontos a la misericordia y caritativos entre sí; puesto que aborrecen a todos los que no son de su gente como a enemigos mortales. Diferéncianse de los demás hombres en la forma del comer y dormir, y siendo gente muy dada al vicio deshonesto, se abstienen de mujeres extranjeras, supuesto que entre ellos no hay cosa ilícita. Instituyeron el circuncidarse para ser conocidos por esta diversidad; los que se pasan a sus costumbres hacen lo mismo. A éstos la primera cosa que se les enseña y persuade es el menosprecio de los dioses, él despojarse del afecto de sus patrias y el no hacer caso de padres, de hijos ni de hermanos.
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