Ediciones Dronte, 1968. 164 páginas.
Clásico
Hace poco me quejaba de la imposibilidad de tener números tempranos de esta revista, y no mucho después pude comprar este número 6, que supongo que será lo más bajo que pueda conseguir, ya que los cinco primeros números ya no se encontraban cuando la revista estaba viva.
Lo singular de este número son la reseña de la primera semana de cine de terror de Sitges, los comentarios sobre la película 2001, recien estrenada, y la novela corta El enigma de otro mundo, de la que todavía no se había hecho la versión cinematográfica más famosa. Es lo que tiene leer cosas de hace 43 años, que hablan de novedades que para ti ya son venerables clásicos.
La lista de contenido sacada de aquí (Nueva dimensión 6):
El Enigma de Otro Mundo, John W. Campbell, Jr.
La Edad de la Benevolencia, Arthur Sellings
Las Paredes, Keith Laumer
Flores en Sus Ojos, Kurt Luif
Un Capítulo de Historia Literaria, Ov.S. Crohmalniceanu
El Sol Naranja, Camil Baciu
El Despertar del Profesor Bern, Vladimir Savchenko
La Gema, H.H. Browning
Sobre el Tiempo y Texas, William F. Nolan
Un Rumano en la Luna, Henric Stahl
¡ Maldito Matasellado !, Paul Wyszkowski
Sueños de Cristal, Marcial Souto Tizón
Calificación: Bueno
Un día, un libro (122/365)
Extracto:
En el humbral aparecieron Norris y Me Ready, y también se veía acudir a otros hombres que tiritaban.
—¿Lo ha visto alguien por aquí? —preguntó Norris, con aire ingenuo—. Tiene un metro y medio de estatura… tres ojos encarnados… los sesos saliéndosele del cráneo. ¿Se cercioró alguien, para asegurarse de que no se trataba de una humorada extravagante? Si es así, creo que todos nos uniremos para atarle a Connant al cuello el animalito de Blair, como el albatros del Ancient Mariner.
—No es una humorada —dijo Connant, estremeciéndose—. Ojalá lo fuera… Yo preferiría llevar…
Se interrumpió. Desde el pasillo llegó un aullido salvaje y alucinante. Los hombres se tornaron rígidos, bruscamente, y se volvieron a medias.
—Creo que lo han localizado —concluyó Connant.
En sus oscuros ojos brillaba un raro malestar. Se lanzó hacia su litera de la Casa del Paraíso y volvió casi inmediatamente con un pesado revólver calibre 45 y un hacha para hielo. Esgrimía ambos cuando se lanzó por el pasillo hacia la sección de los perros.
—Habrá tomado por el pasillo que menos le convenía… y habrá ido a parar entre los perros. Escuchen… Los perros han roto sus cadenas…
El casi aterrorizado aullar de la jauría se había convertido en un salvaje alboroto propio de una cacería. Las voces de los animales retumbaban de una manera atronadora en los angostos corredores, y entre ellos se distinguía un grave gruñido de odio. Un grito penetrante de dolor, una docena de ladridos furiosos.
Connant se lanzó hacia la puerta. Pisán-
dole los talones, lo siguieron McReady, y luego Barclay y el comandante Garry. Otros hombres se lanzaron hacia el edificio de la administración y en busca de armas… a la casa de los trineos. Pomroy, que estaba a cargo de las cinco vacas del Gran Imán, se lanzó por el pasillo en dirección opuesta: tenía en mente una horquilla de dos metros, de largos dientes.
Barclay se detuvo en plena carrera al ver que la gigantesca mole de McReady se apartaba bruscamente del túnel que llevaba a la sección de los perros y desaparecía en un recodo. Con indecisión, el mecánico vaciló durante un instante, con el extintor en las manos, no sabiendo a qué lado correr. Luego, siguió las anchas espaldas de Connant. Sea cual fuere la intención de McReady, se podía confiar en que la pondría en práctica con éxito.
Connant se detuvo en el recodo del pasillo. Su respiración se escapó repentinamente de su garganta, sibilante.
—¡Santo Dios!…
Su revólver se descargó atronadoramen-. te; tres ondas sonoras envaradoras y tangibles retumbaron a lo largo de los angostos pasillos. Otras dos. El revólver cayó sobre la endurecida nieve del rastro y Barclay vio que el hacha para hielo adoptaba una posición defensiva. El vigoroso cuerpo de Connant le bloqueaba la visión, pero más allá oía algo maullante y que reía con una risita demencial. Los perros estaban más tranquilos: había una mortal seriedad en sus graves gruñidos. Escarbaban en la endurecida nieve y las cadenas rotas tin-: tineaban sonoramente.
2 comentarios
Oh-oh-oooooh! Mi yo coleccionista de rarezas te envidia profundamente!
🙂