RqueR Editorial, 2005. 200 páginas.
Última parte de la serie. Sobre Umberto Eco, y respiro aliviado al ver que es tal y como me lo había imaginado:
En el curso de los años siguientes fuimos publicando con éxito todos los libros de ensayo de Umberto Eco. A él le traté bastante, y nos caíamos bien. Es una de las personas por las que siento —y no son muchas— un profundo respeto. Y no sólo por su inteligencia y por su cultura, por su talento «como novelista y como pensador. También por su humanidad (en cierta ocasión me telefoneó desde Milán para decirme que su hijo de unos dieciocho años venía a España con un amigo, que estaba un poco inquieto por él y que me agradecería que yo vigilara un poco la situación; el hijo pasó a verme por la editorial, estuvo muy amable, dijo que seguiríamos en contacto, y, como es lógico, ni supe más de él, ni le ocurrió nada malo, pero me resultó entrañable que Umberto se preocupara, que me lo pidiera, y sobre todo que creyera me iba a ser posible controlar a un chaval espabilado de dieciocho años; en otra ocasión, estando con Esteban en Milán, comentamos ante él, por pura casualidad, que una amiga común, que estoy segura no le interesaba lo más mínimo, iba a pasar sola el Fin de Año, y, ante nuestro asombro, la telefoneó de inmediato para invitarla a compartir con su familia las lentejas que allí se cenan esa noche), por la lealtad que guarda a sus amigos, por lo que se ocupa y preocupa por sus alumnos, por su generosidad, por su sentido del humor. Y sobre todo porque quedan pocas personas en el mundo que nos sirvan como punto de referencia, que —puedan o no alguna vez equivocarse— nos marquen una pauta a seguir. Eco toma posición ante los problemas que se plantean en el mundo, una posición comprometida, honesta e inteligente. Creo que ésta es tal vez la función más importante del intelectual, el máximo servicio que puede prestar a la sociedad en la que vive.
Carmen Martín Gaite, una escritora a la que da gusto escuchar, y que pasó momentos muy duros:
Poco antes de que apareciera el primero de ellos, también en Lumen, murió su hija, laTorci a quien había dedicado El castillo de las tres murallas, en plena juventud y de una terrible enfermedad. Carmina había tenido otro hijo, un niño que vivió sólo dos o tres años. Me escribe el 3 de julio del 87 que irá a Cadaqués, donde Andreu Teixidor le ha cedido un apartamento, que espera que tengamos ocasión de vernos y hablar largamente, y añade: «Contra todas las apariencias que puedan derivarse de mi imagen pública (nunca me ha ido profesionalmen-te mejor que ahora), este verano estoy padeciendo más que nunca la ausencia de mi hija, y tantas otras cosas que se derivan de ella. Hace falta una moral de caballo para seguir teniendo ganas de vivir, y yo misma no entiendo de dónde saco las fuerzas. Es un milagro (que hace ella). Espero que estés bien y que tus hijos estén sanos y alegres. Disfruta de ellos lo más que puedas. No apreciamos las cosas hasta que las perdemos».
Dudo que creyera en la existencia de otra vida después de la muerte, pero acariciaba la idea, y de ahí sacaba parte de las fuerzas para seguir —la otra parte la sacaba de su trabajo, y no estoy segura de que no fuera ligada a la primera—, de que en algún modo su hija estaba presente. Y cada vez que me hablaba así de mis propios hijos, yo me sentía avergonzada y culpable —absurdamente avergonzada, irrazonablemente culpable— de que estuvieran sanos y alegres, de que estuvieran vivos.
La manera de funcionar de una editorial grande. Lo que importan son las ventas, no el producto:
Había siempre excursiones turístico-cultura-les y algún esparcimiento para interrumpir las sesiones de trabajo. En éstas, los distintos editores exponíamos los títulos que íbamos a sacar y esgrimíamos nuestros argumentos de venta, o sea, cuáles teníamos la suerte o al menos la esperanza de que se llevaran al cine y cuáles procedían o estaban de algún modo relacionados o habían aparecido en televisión, y éramos a veces vituperados desde el público —«¡nos los vendéis como pura sangres y luego resultan burros de carga!», «en lugar de un autor que decís es igual que Vázquez Montalbán, ¿por qué no nos dais un libro del propio Vázquez Montalbán?», «¡eso no le interesa a nadie!», (a Dios pongo por testigo de que oí estos comentarios tal como los cito)—, porque aquello no tenía nada que ver con Distribuciones de Enlace, de espíritu de cruzada ni asomo, y los editores, lejos de ser objeto de veneración, éramos unos infelices ineptos que no colmábamos sus aspiraciones, únicos responsables de cualquier fracaso.
La respuesta de los directivos era contundente. Sesión cumbre de la convención. Entra el gran jefe. Tiene un aspecto impresionante, sombrío, se parece más a Lenin que nunca. Cruza la sala, sube al estrado, levanta con gesto brusco y dramático el paño que cubre una pizarra. Leemos, escrito en trazos enérgicos y con muchos subrayados y signos de admiración, algo parecido a: «El golpe ha sido duro. Estamos gravemente heridos. Pero seguimos vivos. Nos recuperaremos.Venceremos». El «venceremos» subrayado tres veces y con triple signo de admiración. Sigue un largo silencio, para darnos tiempo a que asimilemos el mensaje. Después, en una pantalla, listas de prensa en que figuran los libros más vendidos. «¿Cuáles son los libros que se venden? ¿Lo veis? ¡Los de autores españoles! Y ¿qué lugar ocupamos nosotros en la lista de ventas? ¿Cuántos libros aparecen de nuestro grupo entre los más vendidos? Queda claro, ¿no?»
Una foto de antología; Jorge Herralde, Esther Tusquets y Óscar Tusquets:
4 comentarios
otia, estaba flipando, he visto tres veces lo de ester tuskets y me he dicho, maxo, deja la volldamm porque ya ves triple, pero luego he visto bien 🙂 que tal el Ramonet?
Ramonet creciendo a buen ritmo. El domingo lo llevamos a Logroño.
Me gustó, como a vos, leer lo de Eco 🙂
Pues sí; un carácter desagradable o interesado no quitaría valor a su obra, pero ver que además de tener un gran talento es una gran persona le suma méritos.