Editorial Thassàlia, 1996. 360 páginas.
Tit. Or. Behind the scenes at the museum. Trad. Victoria Simó.
Me gusta meterme en fregados. Me enteré del Reto 2008 y me faltó tiempo para apuntarme. En el Valentina, dónde suelo contar cuentos, los Novelantes hacen una tertulia literaria. Me pasé a saludar y ya de paso me apunté su próxima recomendación, el libro del que hoy hablamos.
Ruby, la protagonista, nos cuenta su vida desde su misma concepción. A partir de ahí el relato abarca la historia familiar, remontándose gracias a unos peculiares pies de página hasta sus antepasadas cercanas. Una historia de las mujeres de la familia.
El resumen con las opiniones de los tertulianos pueden encontrarlo aquí: Kate Atkinson. Personalmente me gustó. Quizá no tanto como para repetir inmediatamente con algo de la autora, pero sí para disfrutar del libro.
En un momento de la novela nos habla de la muerte y de la irreparable ausencia de los seres queridos. Pero existe una manera de poder recuperarlos, y es la literatura. En la narración de esta antisaga familiar parece que la autora intenta -y consigue- dar una nueva vida a sus antepasadas.
El poder compartir la lectura en la tertulia también fue una experiencia interesante -aunque por desgracia no pude quedarme todo lo que hubiera querido. Para la próxima, pueden animarse.
Extracto:[-]
-¿Y cuál de ellos era Frank?
Y Albert le dijo los nombres de todos los jugadores y se detuvo bruscamente al llegar a Percy. Finalmente dijo: «La muerte es horrible cuando se lleva a una persona joven», algo que había oído decir en el funeral, pero que no pensaba en absoluto, pues Albert, en el fondo, no creía en la muerte. Los muertos sólo se habían marchado a otra parte y volverían antes o después; permanecían a la espera en un lugar umbroso, cuya puerta no podía ser vista, presididos por su madre, que con toda seguridad a esas alturas se habría convertido ya en un ángel. Albert era incapaz de recordar el aspecto de su madre, por mucho que apretase los ojos y se concentrase. Pero eso no aliviaba su nostalgia, aun cuando tenía casi treinta años. Alice, Ada, Percy, el perro de caza que un día había poseído y que murió atropellado por un coche… todos ellos saltarían un día al exterior de la sala de espera y sorprenderían a Albert.
-Bueno, buenas noches, Nelly -dijo al fin, porque advirtió, por el modo en que ésta contemplaba la foto, que para su hermana los muertos se habían ido para siempre y no estaban escondidos en ninguna parte.
Nell se sentía extraña contemplando a Percy en la fotografía, porque en vida le había parecido tan característico y distinto a cualquier otro, pero ahí tenía los mismos rasgos vagos y ligeramente desenfocados que el resto del equipo.
-Gracias -le dijo Nell a Albert, pero él ya había abandonado la habitación.
Frank Cook tenía el mismo aspecto que todos los demás, de pie en el centro de la fila trasera, pero a Jack Keech se le reconocía, era el único en cuclillas, al frente, con la pelota. Nell sabía que era un buen camarada de Albert, pero sólo cuando llegó a casa una tarde y los encontró juntos en el patio trasero, identificó a Jack Keech como el hombre que les había ayudado con la madre de Percy Sievewright cuando ésta se había desmayado en el cementerio.
El sol que caía sobre el patio trasero de Lowther Street era sofocante, aunque sólo estaban en mayo, y Nell se detuvo un instante en el porche, sintiendo el calor en su rostro.
-Ahí llega Nell -dijo Albert, como si ambos la estuvieran esperando-. Prepara el té, sé buena moza… Jack está reparando el banco.
Tras arrancar un clavo, Jack Keech alzó la vista , sonrió y dijo:
-Un té sería estupendo, Nell.
Nell le devolvió la sonrisa, entró en casa sin decir nada y llenó la tetera.
Puso el agua a hervir, se dirigió hacia el fregadero de piedra que estaba junto a la ventana, apoyó las manos en el reborde y miró a Albert y a Jack Keech a través del cristal. Mientras esperaba que el agua estuviese lista se balanceó subiendo y bajando la punta de los pies, en el interior de las botas, sintiendo el movimiento de su caja torácica como si estuviera respirando, y cuando se tocó las mejillas con el dorso de las manos pudo notar que le ardían.
El banco era un viejo asiento de madera que siempre había estado en el patio trasero, desde que se trasladaron a la casa. Faltaban varios listones del respaldo y el brazo empezaba a desprenderse. Jack Keech estaba arrodillado sobre el enlosado del patio, serrando un tablón de madera nueva y limpia con un serrucho, y por la puerta abierta se colaba el olor a resina de pino. Sobre la frente de Jack caía un mechón de su espeso y negro cabello. Albert estaba de pie junto a él, riendo. Albert siempre reía. No había perdido sus angelicales rizos rubios, y sus ojos azules, como los de un bebé, se veían casi demasiado grandes bajo la pluma de sus pestañas oro pálido, de modo que seguía sin tener aspecto de adulto. Era duro pensar que dejaría de parecer un chico y empezaría a parecer un viejo, no importa los años transcurridos en el intervalo.
4 comentarios
No entendí. ¿Lo del reto tiene algún vínculo con los novelantes? ¿O son dos pensamientos «correlativos» pero independientes?
Sea como sea, lo de que te apuntas a todos los fregados te va que ni pintado. Miraré las lecturas que hacen en ese club de lectura, y si un día coincido con alguna igual me paso.
Coger nuevos libros ya me parece excesivo. Ya me cuesta leer todos los que tengo pendientes.
Correlativos pero independientes. Fregado que veo, allí que me meto.
Qué bueno lo de los retos, creo que lo incluiremos en la lista de enlaces del blog. Las reglas del de 2009 son un tanto líosas, quizá es que no me gustan los juegos de cargas. Cómo lo llevas? Cumpliste el de 2008?
Cierto, este año es más complicado que otros. Pero una vez lo entiendes es un placer. Cumplí el del 2008 y ya he cumplido el del 2009. Aquí estoy, esperando al 2010 🙂