Mariasol Pons. El asesino del tronco.

octubre 15, 2025

Mariasol Pons, El asesino del tronco
Planeta, 2024. 180 páginas.

El libro nos cuenta la emigración de una familia ecuatoriana a Venezuela, como consiguen salir adelante, y como la inestabilidad económica tras el golpe de Chávez hace que tengan que volver de vuelta a Ecuador.

Me ha gustado entre poco y nada, por múltiples razones. A ver, no me voy a poner a defender a Chávez, pero hay maneras y maneras de criticarlo, y la de este libro tiene un enfoque clasista y bastante demagógico. El lenguaje no es nada del otro mundo, y la trama es apenas inexistente más allá de algún conflicto que tira de bastantes clichés.

Para acabar el título del libro hace referencia a un suceso que ocurre al final y que está encajado a presión, que no tiene nada que ver ni con el resto del libro ni con el carácter del protagonista, como si fuera necesario para tener un título vendible.

No me ha gustado nada.

La renta petrolera y el estado de propaganda asentaron las necesidades de corto plazo, sacrificando el valor de largo plazo de la institucionalidad en la nación. Cuando PDVSA entró al poder del estado, el rendimiento de la estatal petrolera se deterioró rápidamente hasta llegar a altos niveles de inseguridad, lo que generaría múltiples incendios, explosiones y accidentes laborales.
Si bien habían pasado siete meses del pico de la crisis, la situación nacional se marcaba entre un antes y un después. Las persecuciones eran evidentes. La presencia cubana era frontal, la fortaleza del régimen era innegable, así como su falta de transparencia. El clima para hacer negocios era desalentador. La restricción de divisas era tremendamente contraproducente. Juan Arriaga-Matamoros y su familia decidieron cambiar su lugar de residencia y terminar de cerrar el único negocio andando que tenían en su país. El proceso les tomaría tres meses. No había garantías para vivir allí, tenían el corazón roto. Su historia, sus olores, su comida, su familia, sus amigos, las personas que trabajaban con ellos y también las que trabajaban para ellos, su relacionamiento, su trayectoria, su involucra-miento, su participación, sus antepasados, sus escuelas, sus huellas, su lenguaje, su trato, su humor, el ecosistema, todo entraba a un proceso dolorosp de desprendimiento y desarraigo.
—¿Por qué tenemos que irnos? —preguntaba entre sollozos la señora Margarita a su marido.
—Porque cada vez habrá más amenazas, más pérdidas económicas, más crisis social y yo no quiero perderte ni perder todo el esfuerzo de mi vida por la sed de revancha que pueda tener esta gente. Tenemos que irnos antes de que sea demasiado tarde.
—¿No podemos tener la casa de Caracas abierta?
—Claro que sí, así se quedará un tiempo y según como vayan las cosas podremos ir tomando otras decisiones. Solo que
mucho me temo que no habrá marcha atrás en este asunto por un largo tiempo.
La familia de la señora Margarita vendió la propiedad que había tenido por muchos años para vacacionar en la Florida e invirtió una cantidad mayor en una casa que les quedara más cómoda ahora que su residencia permanente sería ésa.
—¿Podemos pedirle a Rosa que venga con nosotros?
—Pienso que sí, les hará bien. Solo que sin su hijo no creo que quiera venir.
—Es un buen punto —contestó ella—. Igual se lo propondré.
Patricio estaba limpiando su carro sobre la calle cuando un vehículo frenó a raya. Tomó el trapo y prefirió subirse a la acera. Su ánimo estaba caído. El auto dio marcha atrás y se estacionó delante de la cerca de la casa.
—¿Con que aquí sigues, chamo?
—¿Qué tal, Jorge Luis? ¿Cómo te va?
—No me puede ir mejor —el hombre caminaba con el ego regodeado, sus pies asentados sobre nubes invisibles que tan solo él percibía. Rosita lo vio acercarse a su hijo y observó el encuentro desde dentro. La imagen se distorsionaba, una voz ronca le decía: Jorge Luis está perdido, un calambre en el estómago acompañó el mensaje. La mujer debió tirarse al suelo del dolor, esto impidió que pudiera verlos, pero su conclusión estaba clarísima.
—Ya tenemos que irnos, mijito— fue lo primero que le dijo a Patricio cuando entró en la casa. El chico estaba pálido y tembloroso.
—Mamá, este tipo ya no anda solo. Ahora lo acompañan cuatro orangutanes que hacen lo que él les ordena. Me empujaron, me hicieron caer al piso y luego me arrinconaron contra la pared.

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