Un grupo de amigos alquila una casa rural para hacer una reunión de reencuentro. Lo que podría ser un normal fin de semana se va complicando con imprevistos que se tornan cada vez más extraños, desencadenando un inesperado final.
En esta bitácora estamos acostumbrados al particular sentido del humor del autor, pero en este caso la cosa se sale de madre en un crescendo cada vez más hilarante, con carretadas de humor negro y situaciones que oscilan entre el gore y los tebeos bruguera.
Más de una vez me ha arrancado carcajadas. Otra reseña aquí: Cuando el corazón se cierra hace más ruido que una puerta
Muy bueno.
Al irredento Tótem se le veía feliz. Haber logrado que el grupo atendiera su sugerencia de visitar la aldea deshabitada, parecía haber reforzado su autoestima, sacándolo de la invisibilidad a la que le abocaba su carácter reflexivo y hermético. O quizás eran figuraciones mías, después de la amena charla mantenida anteriormente. En ese momento ninguno podíamos imaginar lo que sucedería poco después.
La docena de casas en la aldea abandonada, siguiendo un trazado rectilíneo en hilera, daban como resultado una calle. Al fondo de la cual había una plaza. En el centro de la misma, las ruinas de una fuente sin caño y un pilón seco, bajo la exuberante maleza, con un lavadero anexo. En los sillares de la fachada, en una de las casas, leimos el año de su construcción: 1875. En otro edificio más grande sin ventanas ni techo, en el dintel, un letrero en letras mayúsculas: ESCUELA NACIONAL.
El edificio más imponente, cerrando uno de los ángulos de la plaza, era la iglesia. Atravesemos en fila india, con F y J portando a W y X, a la cola del grupo, el pórtico que daba acceso al interior.
Sorteamos los restos de las vigas y las tejas agrupadas en un elevado montón. Al frente vimos los restos del altar mayor. En la parte superior, el óculo ciego. En los lados, en las paredes desportilladas, las hornacinas y el remanente de un pulpito. La escalera de acceso al coro estaba impracticable. No había rastro del retablo ni de la pila bautismal. Resultado del pillaje o del traslado a algún Museo Diocesano fue el dictamen de Estefanía. Se la veía entusiasmada con el desarrollo de la inesperada excursión. Emiliano buscaba desesperadamente señal en el teléfono móvil, alzando el brazo allá por donde fuese caminando. Sin éxito, dado que en Zorrostro, al igual que en la Casa Rural, tampoco había cobertura.
Martina cogió la mano de Tótem y se internaron en una de las casas. En la clave del dintel había un rosal tallado en el escudo rojizo.
Fui detrás de la pareja. Despejaron las ramas y la muy abundante vegetación de la entrada. Al lado del gran socavón, que dejaba entrever las vigas de la planta baja, había una escalera que daba acceso a la bodega. La ausencia de la barandilla no invitaba a seguir curioseando. Antes de salir, al asomarnos por una de las ventanas (sin marco ni cristales) vimos el precipicio.
Todas las casas mostraban inequívocas muestras del olvido al que habían sido arrojadas. En algunas paredes asomaban restos de azulejos y cristales rotos en las ventanas enramadas. El paso del tiempo y los hurtos habían dejado las casas mondas y lirondas. Veladas más tarde por la afanosa naturaleza.
Martina y Tótem volvieron a las andadas. Les seguí hasta la entrada de un gran caserón. Los vi luego avanzar por un largo pasillo con baldosines de cerámica y la viguería del techo pintada de azulete, hasta un enorme salón abierto en un amplio balcón sin barandilla. Los vi asomarse precavidos. Primero a Martina, luego a Tótem. Movían los brazos en un ejercicio de comunicación. Después se abrazaron. Veía la espalda de Martina, los dedos de Tótem deslizarse por la misma, en el teclado de un piano interpretando Lacrimosa. Luego vi a Tótem caer de espaldas. Aferré a Martina para que no se viera arrastrada también en la caída.
Quise consolarla. Martina no quería consuelo. Se mostraba impertérrita y serena. Quise saber qué había pasado. Salimos de la casa ruinosa y volvimos al camino. Pusimos en conocimiento del grupo que Tótem había caído barranco abajo.

3 comentarios
Buenos días Juan Pablo.
Gracias por tu lectura y tus generosas palabras.
Un abrazo,
Francisco
Juan Pablo Fuentes reseña Cuando el corazón se cierra hace más ruido que una puerta | Devaneos: Diario de lecturas (2006-2025)
Gracias a ti por tu libro. Un abrazo 🙂