Releo este libro aprovechando que lo ha leído mi hijo donde se habla de las vidas de los filósofos cínicos, en especial de Diógenes. Es el breve libro a cargo del otro Diógenes, Laercio, acompañado de un extenso prólogo de Carlos García Gual.
Realmente es más interesante el prólogo que nos habla y nos pone en contexto a esta corriente filosófica, ayudado de todo el conocimiento moderno que tenemos que el libro, puesto que se dedica más que nada a recoger chascarrillos e historias que, si bien nos permite dibujar con precisión a los personajes, en muchos casos se tratarán de historias apócrifas.
En cualquier caso un panorama breve y esclarecedor de la vida de los cínicos. Si Diógenes, que se desprendió de todo lo material, viera cuales son las características del síndrome que lleva su nombre, nos daría con el farol en la cabeza.
Muy bueno.
El mismo Eubulo cuenta que envejeció y murió en casa de Jeníades y que sus hijos le dieron sepultura. Y a propósito de esto que Jeníades le preguntó cómo le enterraría, y él contestó: «Boca abajo». Al preguntarle aquel: «¿Por qué?», contestó: «Porque en breve va a volverse todo al revés». Eso era porque ya dominaban los macedonios y de humildes se habían hecho poderosos.
Al invitarle uno a una mansión muy lujosa y prohibirle escupir, después de aclararse la garganta le escupió en la cara, alegando que no había encontrado otro lugar más sucio para hacerlo. Otros cuentan esto de Aristipo[36].
Como una vez exclamara: «¡A mí, hombres!», cuando acudieron algunos, los ahuyentó con su bastón, diciendo: «¡Clamé por hombres, no desperdicios!». Así lo relata Hecatón en el primer libro de sus Anécdotas. Dice también que Alejandro había dicho que, de no ser Alejandro, habría querido ser Diógenes.
Consideraba minusválidos no a los sordos o a los ciegos, sino a los que no tenían moral[37]. Introduciéndose una vez medio afeitado en un banquete de jóvenes, según refiere Metrocles en sus Anécdotas, fue apaleado. Pero luego escribió los nombres de los que le habían pegado en una tablilla blanca y se paseaba con ella colgada del cuello, hasta que les hizo pagar el daño exponiéndolos a la censura y el desprecio. Decía de sí mismo que era un perro de los que reciben elogios, pero con el que ninguno de los que lo elogian quiere salir a cazar[38]. A uno que decía: «En los Juegos Píticos he vencido a otros hombres», le replicó: «Yo venzo a hombres, tú solo a esclavos».
A quienes le decían: «Eres ya viejo, descansa ya», les contestó: «Si corriera la carrera de fondo, ¿debería descansar al acercarme al final, o más bien apretar más?». Al invitarle a un banquete, dijo que no asistiría; porque la vez anterior no le habían dado las gracias. Caminaba sobre la nieve con los pies desnudos y hacía las demás cosas que se han dicho antes. Incluso intentó comer carne cruda, pero no pudo digerirla. Encontró una vez a Demóstenes el orador, que comía en una taberna. Como este se retirara hacia el fondo, le dijo: «Todavía estarás más dentro de la taberna». Como algunos extranjeros querían en cierta ocasión contemplar a Demóstenes, les dijo al tiempo que extendía el dedo del medio[39]: «¡Aquí tenéis al demagogo de los atenienses!». Como a uno se le había caído un trozo de pan y le daba vergüenza recogerlo, queriendo darle una lección, ató una cuerda al cuello de una jarra y la arrastró por todo el Cerámico.

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