Marcos Xalabarder. Arquitecturas mínimas.

enero 21, 2025

Marcos Xalabarder, Arquitecturas mínimas
2014. 142 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

La Ovación
Compromiso
Blando y húmedo
Ejes
Equilibrio
Dos hijos
Ericciones
Inquietud
Distracciones
Corrientes
De reojo
Detalles
Impulso
Bucle
El ascensor
Un juguete
Exploraciones
Tránsito

Que exploran situaciones cotidianas que se salen de madre, o con esa extrañeza típica de influencia kafkiana. Alguien que, delante de un balcón, siente el impulso de arrojar algo. Una madre con dos hijos sentados en sus rodillas que son sus ojos. Un joven que recibe un escupitajo en el transporte público. Dos personas que se dan la mano y no encuentran el momento para desasirse.

Muy bien escritos, todos te dejan con una sensación de inquietud de la que cuesta desprenderse, te arrastran a ese mundo particular a medio camino entre la realidad más común y el absurdo de los sueños.

Muy bueno.

Ahora sentía nervios en las piernas. La mala postura les imprimía picores cada vez más insaciables. En cierto modo, sus pies le pedían que los apoyase en la barandilla porque querían comprobar mediante un ejercicio consciente que no era posible que en el transcurso de la lectura se le saliesen los zapatos y fueran a parar a la calle. En su imaginación se reproducía la imagen del descalzamiento con una facilidad asombrosa, como si aquello no fuera sólo posible, sino altamente probable. Sus pies, azuzados por el calor, le exigían tranquilidad y no la inoportuna actividad a que los estaba sometiendo agitándolos rápidamente para sacudirse el picor.

Ahora la lectura era totalmente imposible mientras no resolviese el asunto de sus pies. ¿Debía llevarlos, tal como imaginaba, hacia la barandilla, y apoyarlos allí para tener una prueba de que nada podía pasarle a sus zapatos? Cuanto más demoraba este sencillo experimento de refutación, más imágenes de posibles descalzamientos y de intentos denodados de salvación se acumulaban en su mente. Ya le iba pareciendo peligroso intentar la prueba. Pero también lo era no hacerlo, porque la inquietud trepaba por sus piernas de tal manera que pronto perdería el control y éstas se abalanzarían contra la barandilla en busca de una constatación definitiva de que no había riesgo alguno. En su dilación -que acentuaba cada vez más la sensación de peligro no resuelto- se veía a sí mismo en una estúpida contorsión, intentando agarrar el talón del zapato que, tontamente, había acabado de desprenderse. Se veía introduciendo una mano entre los barrotes del balcón para intentar cazar el zapato que le colgaba del pie mientras su pierna temblaba por el desequilibrio; o bien intentando, con un rotundo fracaso, hacer saltar el zapato hacia arriba con el ánimo de que describiese una parábola de retorno. En cualquier caso, le parecía inevitable que si acercaba los zapatos al balcón éstos acabasen saltando por la borda. Por eso el miedo

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