Crónicas periodísticas que podrían pasar por relatos sin ningún cambio. Retrato de situaciones al margen escritas con una prosa barroca que nada tiene que envidiar a Lezama Lima, aunque las imágenes que maneja se muevan en diferentes coordenadas. Las saunas, las peluquerías de barrio, los incendios de discotecas, los marginados, todos se dan cita en estos textos que levantan acta de una realidad que existe aunque no se quiera ver.
Afirma Monsivais en el prólogo que Lemebel camina en el filo entre lo excesivo y la prosa poética. No creo que el autor las escribiera con eso en mente, más bien parece una manera natural de escribir, aunque esté recargada de artificios, metáforas, imágenes arriesgadas y densidad, una densidad de humo, sudor de discoteca, pegajosa como los fluidos corporales.
Una escritura libre y arriesgada con frases luminosas y afiladas que nos van pegando picotazos y arañando la piel. Para degustar poco a poso.
Muy bueno.
Que la música y las luces nunca se apaguen, que no lleguen los pacos pidiendo documentos, que nada ocurra esta noche mágica que parece año nuevo. Que siga el dancing y las piscólas locas corriéndose mano en el rincón. Por eso nadie se da cuenta del olor a humo que sube la escalera, que hace toser a una loca con asma, que dice que tiene asma de losca. «Que se quema el arroz», grita alguna. Y las ensaladas también, niña, pero la música y las luces nadie las apague; ni siquiera la bomba incendiaria que un fascista arrojó recién en la entrada. Ese resplandor amarillo que trepa los peldaños como un reguero de pólvora, que alcanza las plumas lacias de los travestis inflamando la silicona en chispazos púrpura y todos aplauden como si fuera parte del show. Total la música y las luces no se apagan y sigue cantando la Grace Jones, por eso nadie lo toma en serio. Como darse cuenta que la escalera de entrada se derrumba en un estruendo de cenizas, si el sonido es tan fuerte y todos sudan en el baile. Que más da un poco de calor si las
locas están calientes atracando y al gritito de: fuego, fuego, no falta la que dice: ¿Dónde? Aquí en mi corazón. Pero en un momento el chiste se transforma en infierno. Como si la música y las luces acompañaran la escena dantesca que arde a puerta cerrada. Con demasiado calor para seguir bailando, demasiado terror para rescatar la chaqueta Levis en el guardarropía. Atrapados en el choclón de locas gritando, empujando, pisando a la asfixiada que prefiere morir de espanto. Buscando la puerta de escape que está cerrada y la llave nadie sabe. Entonces a los baños, dice alguien que lo vio en una película. Atravesando la pista encendida entre las brasas de locas que danzan con la Grace y la música que sigue girando. Pisar las vigas y espejos al rojo vivo que multiplican la Roma disco de Nerón Jones, atizando la fogata desde los parlantes. Sin mirar atrás las parejas gays calcinadas en los carbones de Pompeya. Encontrar los baños para refugiarse en el frío falso de los azulejos plásticos.
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