Tusquets, 2002. 102 páginas.
Tit. or. La place. Trad. Nahir Gutiérrez.
La muerte de su padre y la necesidad de escribir el suceso alejándose de estilos literarios empujan a la autora a realizar un ejercicio de memoria y a escribir de una manera sincera y sobria -pero misteriosamente lírica- la historia de sus padres y los desencuentros de una hija con estudios frente a unos padres trabajadores pero sencillos.
Leo el libro impulsado por el Nobel, aunque a la autora me la habían recomendado en varias ocasiones. Me ha recordado a Modiano, premio Nobel también y también francés y reconozco que me gusta más este último, aunque con un solo libro no puedo juzgar toda la obra de la autora.
Retrato de una vida dura, sin concesiones, trabajo y más trabajo en condiciones difíciles para sacar una familia adelante y luego una hija que escapa del campo y roza otro mundo, más cultural, más burgués, pero que no se avergüenza de sus raíces aunque se instale en ese otro ámbito que ya es el suyo.
El tema del hijo de familia humilde que escapa, de una manera o de otra, a la suerte de los padres porque en su caso ha funcionado el ascensor social, siempre me resuena, porque es también mi historia. Pero así como todas las historias que leo hay una conciencia de inferioridad de clase, en mi caso hay un orgullo casi aristocrático, un desprecio a esas clases altas que son solo parásitos a los que odiar cordialmente y a los que nunca dar la espalda.
Muy bueno.
Teníamos todo lo que necesitábamos, es decir, comíamos hasta saciamos (la prueba es que se compraba carne cuatro veces a la semana), se estaba caliente en la cocina y en el Café, las únicas habitaciones en las que hacíamos vida. Dos trajes, uno para los días-de-cada-día, otro para los domingos (cuando el primero estaba gastado, el de los domingos pasaba a los días-de-cada-día). Yo tenía dos batas de colegio. A la chiquilla no le falta de nada. En el pensionado no podían decir que yo fuera menos que las demás, yo tenía tanto como las hijas de los agricultores o del farmacéutico, lo mismo en muñecas que en gomas de borrar, sacapuntas, zapatos de invierno forrados, rosario y misal.
Pudieron hacer mejoras en la casa, suprimieron todo aquello que recordaba los viejos tiempos, las vigas vistas, la chimenea, las mesas de madera y las sillas de anea. Con su papel pintado de flores, su mostrador barnizado y brillante, las mesas y los veladores imitación de mármol, el Café quedó limpio y alegre. Recubrieron con cerámica a cuadros amarillos y oscuros el parquet de las habitaciones. Durante mucho tiempo, la única contrariedad file la fachada con su entramado de rayas blancas y negras, porque el revestimiento con argamasa quedaba por encima de sus posibilidades. Una de mis profesoras había dicho al pasar por delante que mi casa era bonita, una típica casa normanda. Mi padre creyó que decía aquello por cortesía. Aquellos a los que les gustaban nuestras cosas antiguas, la bomba de agua en el patio, el entramado normando, seguramente querían impedir que tuviéramos esas cosas modernas que ellos ya tenían, agua corriente en el fregadero y un edificio blanco.
Pidió prestado para hacerse propietario de la casa y del terreno. Nadie de la familia lo había sido nunca.
Bajo la felicidad, la crispación de haberse ganado una buena posición con uñas y dientes. No tengo cuatro brazos. Ni un minuto para ir a ningún lado. Yo la gripe la paso en pie, trabajando. Etcétera. La cantinela de siempre.
Cómo describir la visión de un mundo donde todo cuesta mucho. Está el olor de la ropa limpia una mañana de octubre, la canción de moda en la radio zumbándote en la cabeza. De pronto, el vestido se engancha por el bolsillo en el manillar de la bicicleta y se rasga. El drama, los gritos, el día echado a perder. «¡Esta chiquilla no tiene cuidado con nada!».
Obligada sacralización de las cosas. Y detrás de todas las palabras, de unos y otros, también de las mías, la sospecha de las envidias y las comparaciones. Si yo decía «hay una chica que ha visitado los castillos del Loira», enseguida, enfadados, replicaban «también tú tendrás tiempo de ir. Confórmate con lo que tienes». Una carencia continua, sin fondo.
2 comentarios
Los libros de Ernaux son acerados, duros. En ellos nos da cuenta de cómo abortó, cómo fue su primera vez, la ocasión en la que su padre estuvo a punto de matar a su madre, el efecto que nos causan los celos o la relación que mantuvo con su madre enferma.
Temas que nos tocan la fibra, no desde el sentimentalismo, sino desde la literatura hecha carne. La comparación con Modiano la veo razonable. Ambos autores hacen de la concisión un arte. Este libro que hoy reseñas me lo apunto.
Saludos.
Yo seguiré leyendo más, me ha gustado mucho