Germán Sánchez Espeso. New York Shitty.

julio 30, 2007

El tercer nombre, 2004. 350 páginas.

Germán Sánchez Espeso, New York Shitty
Contrabando accidentado

Segundo libro que me regaló la editorial El tercer nombre y que empecé a leer con un cierto cuidado, dado que el anterior no me había gustado demasiado. El no tener demasiadas esperanzas ha contribuído a que me haya resultado más agradable.

Si la novela gira alrededor de la tienda de animales exóticos West of Eden, Inc, que es en realidad una tapadera para vender drogas de diseño, el estilo parece haberse contagiado: acelerado y alucinado. No hay personaje que no tenga algo extravagante. El potentado de las lentillas padece de estreñimiento… y de hemorroides, y a su mujer le gustan los animales… en muchos sentidos. El jefe de policía tiene mucho que esconder, pero menos que el gobernador Marshal. El señor Clippers, el dueño de la tienda, sólo tiene dos dedos en una mano, y le va el sexo fuerte, pero sus ayudantes son aún más extraños: un gigantón corto de entendederas y parecido a un boniato y dos gemelos psicópatas que están en tratamiento de rehabilitación gracias a la lobotomía que les han practicado.

El negocio del contrabando va bien, pero cuando el señor Clippers decide ampliar el negocio de importación de animales y consigue traer un gorila las cosas se saldrán de madre… más todavía.

El libro me ha recordado a Wilt, pero tras meterse tres rayas de coca. El ritmo es trepidante y el resultado una novela muy entretenida y visual. Contada a grandes rasgos quizá dé la impresión de tener un humor grueso, pero les aseguro que no es así. Me he reído mucho, en ocasiones a carcajadas; sobre todo con las apariciones del empleado bizco de la fábrica de lentillas reconvertido a detective.

De tanto en tanto da gusto olvidarse de excelencias literarias y leer novelas así: puro divertimento.

Escuchando: Run Paint Run Run. Captain Beefheart.


Extracto:[-]

El enorme ojo saltón de Matt Pinlcowski asomó ávidamente por encima del cuello levantado de la gabardina. Se echó un vistazo en el espejo arqueando la ceja. Su mirada resultaba muy escrutadora, sobre todo si se tenía en cuenta que aquel ojo podía moverse independientemente del otro, como el reflector manual de un helicóptero de la policía.

Pinlcowski observó su propia imagen con una mezcla de sobresalto y orgullo. Estaba claro que la malvada madrastra de Blancanieves no se hubiera atrevido a preguntar nada al espejo mágico con un ojo como el suyo. Sin embargo, había sido precisamente aquella particularidad física la que había determinado el apasionante nuevo rumbo que iba a tomar su vida.

Hizo girar rápidamente el ojo alrededor de la cuenca y apuntó con una pistola imaginaria a su silueta reflejada en el espejo.

~¡Bang, bang! -dijo.

Dio unos pasos hacia atrás y se volvió de medio lado para comprobar su aspecto. Aquella gabardina blanca le sentaba a las mil maravillas, había que reconocerlo. Sólo tenía una pega: estaba demasiado nueva y no respondía a la idea que los ciudadanos tenían de cómo debía ser la gabardina de un sabueso metido hasta el cuello en las innumerables refriegas que ofrece a diario la peligrosa ciudad de Nueva York.

Se quitó la gabardina y la colgó de un perchero tipo árbol. Sacó del fondo de un armario una caja de zapatos con una pistola que había adquirido por cuarenta pavos en una esquina de la 110 con Amsterdam. Miró el arma y miró el perchero con la gabardina. Apartó el perchero del retrato de su abuela Jadeczka que había en la pared y se concentró en lo que iba a hacer. Arrugó la cara, cerró los ojos y, encogiendo el cuerpo, vació el cargador a quemarropa contra la gabardina. Cuando los abrió, la prenda estaba llena de agujeros.


-A los chicos de ahora hay que darles todo en imágenes -continuó la señorita Phoebe-. La imaginación brilla por su ausencia en estos tiempos. Algunos de ellos prefieren mirar a sus compañeros que miran los vídeos. Para esos casos hay cabinas que tienen un agujero para ver lo que sucede dentro de otras cabinas. ¡Por fin! Aquí está… Parricidio y desahogo genital.

-¿Cree usted que leyendo estos libros lograré finalmente entender a mi hija Joycelyn?

-¡Desde luego que sí! -replicó la señorita Phoebe con entusiasmo.

-Quizá yo tenga la culpa por haberle dicho desde niña que yo era su mejor’ amiga y que me contara todo lo que hacía.

-Debo decirle que es muy hermoso ver a una madre y a una hija tan unidas.

-Llevo tantos años poniendo de mi parte todo lo que puedo para entenderla… ¿Recuerda que cuando quedé embarazada me recomendó usted Anticípate a tu recién nacido? Luego leí Aprendiendo a ser madre y, más adelante, Los hijos, esos desconocidos.

-Aquellos libros se quedaron enseguida anticuados -sentenció la señorita Phoebe, introduciendo Parricidio y desahogo genital en una preciosa bolsa de cartulina satinada color malva con el logotipo de Live & Lern.

-De todas formas, he seguido siempre sus consejos, señorita Phoebe -dijo la señora O’Murphy y se señaló el vestido de organdí con flores azules y amarillas-. No creo que Joycelyn pueda decir que tiene una madre anticuada.

-¡Por supuesto que no, querida! Es usted la mujer más estilosa que pisa esta tienda.

3 comentarios

  • arrebatos julio 30, 2007en10:37 pm

    Y es que el humor es una cosa muy seria.

  • Palimp julio 31, 2007en6:12 pm

    Totalmente de acuerdo.

  • yaizahpm agosto 21, 2008en3:40 pm

    Yo me lo etsoy leyendo y me estoy riendo una pasada XDDDDDDDD

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