Susanna Clarke. Piranesi.

mayo 3, 2022

Susanna Clarke, Piranesi
Penguin Random House, 2021. 274 páginas.
Tit. Or. Piranesi. Trad. Antonio Padilla Esteban.

Piranesi vive en una extraña casa que parece un laberinto, con enormes salas con estatuas en las paredes, una especie de mar en la planta baja y un cielo que se cuela por los techos de las salas superiores. En realidad no se llama Piranesi, pero así le conoce el Otro, el único ser humano que le acompaña una hora cada martes y viernes. Apenas sabe nada de su pasado pero lleva un diario donde va anotando lo que ve y lo que le ocurre.

Primer encuentro con la autora, famosa por su anterior novela que no he llegado a leer. La idea me resultaba atractiva, un espacio como aquellas cárceles que dibujaba Piranesi y habitado por alguien que no parece saber quién es. ¿Dónde está? ¿En el limbo? ¿En una simulación? La autora maneja muy bien el misterio creando un ambiente extraño y a la vez coherente. A la mitad del libro se explican todos los enigmas (de una manera un tanto expeditiva, en mi opinión) y a partir de ahí la novela se transforma en una aventura trepidante.

Empecé a leerlo y no paré hasta que lo acabé, lo que normalmente se considera una virtud. Y a pesar de que no me gusta como se revelan las cosas, y de alguna que otra cosilla me enganché a este extraño mundo y a su protagonista, ingenuo en su adanidad sobrevenida, que deambula por un espacio incomprensible.

Bueno.


Esa clase de pensamientos probablemente les alcancen para intercambiar cuatro palabras con su vecino, pero no sugieren mucho entendimiento ni inteligencia. No obstante, se me ha ocurrido que tal vez sean más sabios de lo que parece a simple vista, que quizá poseen una sabiduría que tan sólo se revela de forma oblicua e intermitente.
Cierta vez —era una tarde de Otoño—, llegué al Umbral de la Décima Segunda Sala al Sureste con la idea de cruzar el Décimo Séptimo Vestíbulo. Me resultó imposible, pues estaba lleno de pájaros que volaban en espiral como en una danza. Hacían pensar en una columna de humo que se tornaba más oscura y espesa en algunos puntos y se aclaraba y despejaba un momento después. He presenciado esa danza en numerosas ocasiones, siempre a última hora de la tarde y en los últimos meses del año.
Otra vez, al entrar en el Noveno Vestíbulo, lo encontré atestado de pequeños pajaritos de distintos tipos, gorriones en su mayor parte. Nada más adentrarme unos pocos pasos en el Vestíbulo, una gran bandada remontó el vuelo. Volaron juntos hacia la Pared Este, viraron en nutrido tropel hacia la Pared Sur y después volvieron a girar y se pusieron a volar a mi alrededor en una espiral desordenada.
—Buenos días —saludé-—. Espero que estéis bien.
Muchos se dispersaron para ir a posarse en uno u otro lugar, aunque un puñado —unos diez, quizá— volaron hacia la Estatua de un Jardinero situada en la Esquina Noroeste y allí se quedaron unos treinta segundos más o menos hasta que, siempre juntos, se encaramaron a una Estatua más alta que hay en la Pared Oeste: la Mujer con la Colmena. Permanecieron en esa Estatua durante cosa de un minuto y finalmente se marcharon volando.
Me pregunté el motivo por el que, de entre el millar aproximado de Estatuas que hay en el Vestíbulo, habían decidido posarse en esas dos en concreto, y se me ocurrió —vagamente— que las dos Estatuas eran sendas representaciones de la Industriosidad. El Jardinero es viejo y está encorvado, pero no por ello deja de esforzarse en excavar el jardín; la mujer procede con su labor de apicultora, y la Colmena que lleva en brazos está llena de abejas asimismo sumidas con paciencia en su labor. ¿Me estaban diciendo los pájaros que yo también tendría que ser industrioso? No era probable, ¡al fin y al cabo, yo ya era industrioso! En aquel momento preciso me dirigía a pescar al Octavo Vestíbulo, llevaba las redes al hombro y una trampa para langostas hecha con un cubo viejo.
En vista de las circunstancias, el aviso de los pájaros —si era tal— parecía absurdo, pero decidí atenerme a tan insólita línea de razonamiento y ver qué resultado me daba. Ese día capturé siete pescados y cuatro langostas, y no devolví ninguna pieza a las Aguas.
Esa noche, un Viento llegó del Oeste y con él una inesperada Tormenta. Las Mareas se volvieron turbulentas, arrastrando a los peces de sus Salas de costumbre a la lejanía del Mar. Durante los dos días siguientes no vi un solo pez: de no haber hecho caso a la advertencia de los pájaros, apenas habría tenido algo que comer.
Esa experiencia me llevó a concebir una especie de hipótesis: quizá la sabiduría de los pájaros no resida en los individuos, sino en el grupo, en la bandada. He tratado de imaginar un experimento que ponga esa teoría a prueba.

4 comentarios

  • ericz mayo 3, 2022en2:30 pm

    Este es más sencillo que los anteriores de Clarke e igual de excelente. Al día siguiente de terminarlo lo leí de nuevo lamentando que sea tan corto.

  • Palimp mayo 3, 2022en6:19 pm

    ¿Qué libro te ha gustado más de la autora?

  • ericz mayo 3, 2022en10:54 pm

    Todos muy buenos, creo que este.
    Jonathan Strange y el señor Norrell tiene a favor la sorpresa, cuando aparece la magia fue asombroso, y en contra que es un poco largo.
    Las damas de Grace Adieu son cuentos muy satisfactorios, no soy tan amante de los cuentos.
    Y Piranesi me resultó corto, siendo maravilloso.

  • Palimp mayo 4, 2022en4:21 pm

    Pues me apunto los cuentos porque a mí sí que me gustan. Gracias 🙂

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