Lovecraft y Derleth. La habitación cerrada y otros cuentos.

abril 9, 2010

Alianza Editorial, 2005. 222 páginas.
Tit. Or. The shuttered room and other tales of horror. Trad. Carole Argand Degoumois.

Lovecraft y Derleth, La habitación cerrada y otros cuentos
Horror sin nombre

Aunque el nombre más grande de esta portada es el de Lovecraft, lo cierto es que el principal autor de estas páginas es Derleth, que recogió apuntes y argumentos que el primero dejó sin acabar y les dio forma. Y aunque en la contraportada afirmen que es difícil averiguar qué se debe al maestro y qué al discípulo, la cosa está muy clara. Los argumentos pueden venir de Lovecraft, pero la prosa es de Derleth. El peculiar estilo de Howard Phillips parece fácil de imitar, pero ninguno de sus seguidores -y han sido muchos- ha conseguido acercarse.

Aún así los relatos merecen la pena y están ambientados a la sombra de la Gran Raza y los dioses olvidados. La lista es la siguiente:

El superviviente
El día de Nahum Wentwotth
El legado Peabody
La ventana en la buhardilla
El antepasado
La sombra fuera del Espacio
La lámpara de Alhazred
El pescador del Cabo del Halcón
La Hermandad Negra
La habitación cerrada

A destacar La lámpara de Alhazred -de la que pongo un extracto-, homenaje de Derleth a su maestro escasamente camuflado. Fuera de la operación de marketing -que intenta darnos gato por liebre-, y si uno es de los que le gustaría tener al Necronomicón en su biblioteca, es un libro recomendable.

Descarga el cuento que da título al libro:

H.P.Lovecraft y August Derleth – La Habitación Cerrada.pdf

O este sobre el Necronomicón:

H.P.Lovecraft y August Derleth – Necronomicon O El Libro De Los Nombres Muertos.pdf

(Te hará falta el emule)


Extracto:[-]

Antes de la puesta del sol, subió hasta arriba de la colina en dirección a uno de sus escondrijos familiares, que siempre le había atraído. Nunca hasta entonces se ha-ante la perspectiva que tenía del extenso campo. Todo era resplandor de riachuelos, bosques lejanos y cielo naranja místico, con el gran disco solar rojo hundiéndose entre las franjas de estratos de nubes. Se adentró en el bosque y pudo contemplar la misma puesta del sol a través de los árboles. Luego volvió hacia el este para cruzar la colina en dirección a uno de sus escondrijos familiares y que siempre le había atraído. Nunca hasta entonces se había percatado de la inmensa extensión de Nentaconhaunt. Más que una simple colina, era una verdadera planicie en miniatura, con sus valles, sus cordilleras, y sus cimas propias. Desde alguna de sus praderas ocultas —tan alejadas de toda señal de vida humana— la vista que se le ofrecía sobre el remoto cielo urbano le maravilló: era un sueño de picachos encantados y de cúpulas medio flotando en el aire y rodeadas de un oscuro aura de misterio. Las ventanas superiores de algunas de las torres más altas conservaban la incandescencia que el sol ya había perdido, y ofrecían una visión de resplandor irreal. Seguidamente, Phillips pudo admirar el gran disco de la luna de Orion flotando alrededor de los campanarios y alminares, mientras que al oeste, en el horizonte brillantemente anaranjado, Venus y Júpiter empezaban a parpadear. Se adentró en la llanura. El camino atravesaba unos paisajes muy variados: algunas veces serpenteaba por el interior, y otras penetraba en los bosques y los cruzaba para acercarse a los valles oscuros que se deslizaban hacia la llanura inferior. Los grandes pedruscos que se balanceaban en las alturas rocosas producían un efecto espectral, druídico, al recortarse en el crepúsculo.

Finalmente llegó a unos parajes que le eran más familiares. Allí, recubierto por la hierba, el promontorio de un viejo acueducto enterrado le daba la ilusión de pisar los restos de una carretera romana; y allí estaba la cima de la colina que siempre había conocido. Extendida a sus pies, la ciudad se iluminaba rápidamente y se asemejaba a una constelación yaciendo en el profundo anochecer. La luna derramaba una inundación de oro pálido, y, al oeste, el resplandor de Venus y de Júpiter se acrecentaba con intensidad en el horizonte cada vez más difuso. El camino que le conduciría a su casa estaba ante él; no tenía más que bajar esa última pendiente para llegar al coche de línea que le llevaría a los prosaicos lugares frecuentados por el hombre.

Pero durante todas estas horas apacibles, Phillips no había olvidado un solo instante su experiencia de la noche anterior, y no podía negar que ansiaba anticipar la llegada de la noche. La sensación de alarma que se había apoderado de él se había convertido en la promesa de una nueva experiencia nocturna de naturaleza desconocida.
Esa noche, tomó su solitaria cena con más rapidez que de costumbre para poder acudir en seguida al estudio, donde las hileras de libros, que llegaban al techo, le esperaban con su saludo permanente. Pero él no miró siquiera el trabajo que había abandonado sobre la mesa, sino que encendió la lámpara de Alhazred y se sentó a esperar lo que pudiese ocurrir.

4 comentarios

  • NeverMore abril 11, 2010en6:14 pm

    Supongo que ya habrás devorado el Haunt of horror dedicado al maestro de Providence…

  • Palimp abril 12, 2010en5:18 pm

    Pues todavía no…

  • Libros abril 15, 2010en8:22 pm

    Palimp, de Lovecraft te puedo recomendar El color que cayó del cielo y La sombra sobre Innsmouth. Dos buenos libros!

  • Palimp abril 16, 2010en11:31 am

    Gracias por la recomendación, pero ya los he leído; soy un gran admirador de Lovecraft y he leído prácticamente todo del maestro y gran parte de sus seguidores.

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