Antoni Tàpies. Memoria personal.

abril 12, 2018

Antoni Tàpies, Memoria personal
Seix-Barral, 1983. 420 páginas.

Lo encontré de segunda mano por un euro y, admirador como soy de la obra de Tàpies, me lo llevé para casa. No tenía grandes expectativas, pero ha resultado ser una joyita. Una autobiografía desde su niñez hasta los años setenta que es cuando escribió el libro (aunque éste es una traducción de 1983).

La historia del parlamento de Catalunya antes de la guerra civil es tan parecida a los momentos actuales que casi me parecía estar leyendo el periódico. Las estrecheces de su familia, los malos tiempos de la postguerra, sus dificultades hasta encontrar algo de reconocimiento, sus amistades, el grupo Dau al Set, Joan Brossa..

Así hasta el fin del franquismo, su participación en la Capuchinada, su compromiso político, su admiración por el budismo, el éxito en Nueva York… Un libro muy bien escrito y que me ha resultado muy interesante.

Recomendable.

Por una parte, me parece hallar en mi padre muchos rasgos interesantísimos, inteligentes, progresistas, inquietos. Fue realmente un infatigable buscador y un esceptico —a él mismo le gustaba repetirnos con frecuencia que no es esceptico quien no cree en nada, como piensan muchos, sino quien duda de todo—, cualidades que en su juventud le hacían pasar, entre los timoratos de la familia, casi por una oveja descarriada.
Lo recuerdo verdaderamente con algunas ideas avanzadas, propias, como se ha dicho, de la moda radical francesa de la época, que entusiasmaba a tantos intelectuales catalanes del novecentismo; ateo y muy librepensador; convencido de que era un hombre sano, moderno y revolucionario.


A causa de esta su índole ecléctica, mi madre y mis tías aún hoy recuerdan las tribulaciones sufridas por mi abuelo a causa de un famoso asunto relativo a un presupuesto de cultura del Ayuntamiento. Mi abuelo presidió la comisión que se ocupaba del caso en un momento en que la mayoría de los concejales eran radicales y republicanos. Se propusieron asignaciones para escuelas mixtas y religiosamente neutras, lo cual constituía entonces en nuestro país una escandalosa novedad. Ello iba, en gran medida, contra las ideas de mi abuelo; pero, cuando la mayoría del Ayuntamiento lo aceptó, él también lo aceptó con valentía e hizo todo lo posible para que el «presupuesto» pudiese seguir su camino aunque se oponía a su conciencia, a todos sus correligionarios de derechas, a todos los obispos —parece que quien más se enfureció fue el futuro cardenal primado de España, Pía y Deniel—, canónigos y sacerdotes amigos, que llevaron a cabo una gran campaña contra mi abuelo. Mi madre y mis tías cuentan la mala pasada que les gastaron las monjas del colegio de las Teresianas, donde estudiaban entonces. Les hicieron firmar, sin decir para qué, un pliego de papel en el que recogían firmas para protestar contra su propio padre. Creo que incluso el cardenal Casañas, a la sazón obispo de Barcelona, que tenía una gran amistad con mi abuelo, realizó una campaña adversa y hasta publicó una pastoral en la que casi le excomulgaba públicamente. Cuando acabó el asunto —sin que la ponencia de izquierdas se saliera con la suya— el obispo Casa-ñas, dolido por el violento ataque contra mi abuelo, creyó que le debía algún desagravio y le regaló un fabuloso reloj de oro que aún recuerdo y con el cual captó de nuevo a aquella oveja descarriada que corría el riesgo de alejarse demasiado del redil.


A veces nos ha contado anécdotas del colegio de monjas donde la habían hecho estudiar. Hoy resultan increíbles. Como mínimo ejemplo, diré que en una ocasión las visitó el señor obispo y, mientras desfilaban ante él militarmente, les hacían cantar una canción que decía más o menos así: «Mueran masones y ateos, / mueran, mueran protestantes, / mueran, mueran los farsantes / que predican rebelión…»
En su edad adulta, como reacción, se esforzó mucho en librarse de aquel lastre que la ahogó en su juventud y durante tantos años la mantuvo en la ignorancia. Desde muy niños, procuró decírnoslo todo a nosotros con la mayor claridad que le parecía posible, para evitarnos los sinsabores que ella.había padecido. Pero ha continuado siendo siempre una escrupulosa cumplidora de todos los preceptos de la Iglesia, aunque actualmente con un espíritu mucho más abierto, sin beaterías retrógradas y procurando estar siempre modernizada y en la vanguardia. Sin embargo, aún cree a ciegas en todo cuanto ordena la jerarquía eclesiástica y lo cree con una total e incondicional adhesión. Admira también «los difíciles esfuerzos diplomáticos» de dicha jerarquía para seguir adelante «bajo las presiones de los tiempos» y no caer en errores precipitados. Por ejemplo, recuerdo haberle oído decir a menudo que el pobre Papa «tiene que ir con mucho tiento», sobre todo en cuestiones sociales y políticas, porque en las reivindicaciones no siempre reside la verdad y debe estudiarse muy atentamente todo antes de darlo por bueno.


El choque con aquel mundo fue tremendamente fabuloso, y, a pesar de todo lo que hubiera podido conocer o prever anteriormente sobre el pueblo americano, .a sensación de organismo gigantesco, de una fuerza de desarrollo brutal, imparable, fue bastante abrumadora. Aquellos días se me esfumó completamente la idea europea de que cada uno de nosotros, como individuos, Hunos importantes; e incluso en el mundo de los artistas, el cual parece que debería ser un baluarte para preservar la individualidad, tuve la sensación de ser un miserable número más en medio de la masificación de intelectuales y artistas que pululan sobre todo en el Yillage, el barrio donde se concentraban escritores, pin? -.ores y gente del teatro.
Martna Jackson me llevó varias veces a aquel Green-■rich Village de calles sucias y aires a menudo de bullicio napolitano. Yo la seguía en visitas que ella tenía que hacer a estudios a veces lóbregos y bohemios, pero :on sorprendentes toques de la más avanzada técnica ¿el confort; a restaurantes donde se comían extrañas resaladas que parecían de broma, saturados del olor de hamburguesas y salchichas, donde ella se citaba tan-jto con personas con aspecto de poeta iluminado como ion tipos de extremada elegancia y seguridad.
Una noche fuimos a tomar café, con un grupo de ¡avenes artistas, al Cedar Bar, posteriormente tan famoso. No recuerdo el nombre de ninguno de los asistentes, pero veo todavía a alguno con el cual pude hablar un poco en francés, que me resultó muy agradable. Todo el mundo me pareció muy despreocupado, inteligente y con cierto aire seguro y descarado, especialmente sumergido en su mundo y sus problemas americanos,


nal, del amor engendrado por el amor.
Al profundizar en el estudio del hinduismo, sobre todo en tiempos de la acción de Gandhi, hallé una confirmación de muchos hechos que aprendía diariamente: el servicio, el desinterés total, la no-violencia ¡y tantas y tantas cosas!
No sé con qué sana intuición, Teresa en ocasiones se reía de mi «afán de sabiduría» y de todos los grandes hechos, de los grandes hechos espectaculares que la gente admira. Ella llegaba con naturalidad a todo lo que a mí me costaba grandes esfuerzos.
Pero por el gandhismo, y más tarde por las ideas de Thoreau, se nos despertó a todos una gran simpatía. «Si todo lo que vive es uno, ¿cómo puede considerarse nadie enemigo mío?», decía Gandhi. ¿Cómo se puede castigar o matar a nadie? ¿Cómo pueden existir guerras, fusilamientos, prisiones? ¿Cómo se puede glorificar o condecorar a unos más que a otros? ¿Por qué un trabajo se ha de considerar más importante o más remunerable que otro?
Está claro que la no-violencia no la entendíamos como la pasividad que muchos creen. Y conviene recordar que tampoco Gandhi consiguió él solo la independencia de la India. Tal vez sin un partido comunista detrás e incluso unos grupos de activistas violentos, dispuestos a todo, los ingleses no habrían sido tan generosos.
Tengo una fotografía en la que Franco, rodeado de-gente importante, está parado delante de mis cuadros en una de las Bienales Hispano-Americanas. En un rincón del grupo está Llorens Artigas medio escondido, tapándose la cara para no ser sorprendido por los fotógrafos. Todos ríen. Según Artigas, alguien, creo que era Alberto del Castillo, le decía a Franco: «Excelencia, ésta es la sala de los revolucionarios.» Y parece que el dictador dijo: «Mientras hagan las revoluciones así…»

Un comentario

  • Librería Llera Pacios abril 16, 2018en10:03 am

    Nunca se sabe qué libros interesantes se pueden encontrar en las librerías de segunda mano. Tuvimos hace un tiempo el facsímil completo de la revista Dau al Set y era realmente curiosa. La vendimos pero antes hicimos un post en el blog de la librería. Un saludo.

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