Víctor Guijarro Mora y Leonor González de la Lastra. La quimera del autómata matemático.

julio 16, 2012

Víctos Guijarro Mora y Leonor González de la Lastra, La quimera del autómata matemático
Cátedra, 2010. 398 páginas.

Vivimos en una época dominada por los ordenadores. Están leyendo esta entrada en uno, normal o camuflado bajo la etiqueta de tablet o smartphone. Pero la obsesión por construir máquinas capaces de calcular viene de antiguo, y en este libro se ofrece un panorama extenso e intenso de la historia de los autómatas mecánicos.

El avance de la ciencia necesitaba de cálculos precisos, y una vez introducidos los números arábigos y descubiertos los logaritmos y tablas de calcular más de uno tuvo la idea de mecanizar esos cálculos. Al fin y al cabo los autómatas mecánicos y los relojes ya existían. Pero no sería tarea fácil; un reloj puede atrasar, pero una máquina aritmética tiene que ser precisa.

Lo peor, la competencia humana. ¿Quién se va a gastar el dinero en una máquina cara con tendencia a estropearse con facilidad cuando unos cuantos calculadores pueden hacer el mismo trabajo con mucho menos coste? Como curiosidad, en algunos casos fueron peluqueras reconvertidas:

Para su desarrollo De Prony organizó a los calculadores en tres grupos: por un lado, cuatro o cinco prestigiosos matemáticos franceses definirían el problema y decidirían las fórmulas a emplear; otros siete u ocho matemáticos cualificados (llamados «calculateurs» y «algébristes») realizarían los cálculos básicos necesarios (determinación de constantes); y, finalmente, un grupo de entre setenta y ochenta trabajadores poco cualificados (llamados «individus» u «ouvriers»), que sólo necesitaban saber sumar y restar, realizarían los sucesivos cómputos (este último grupo estaría constituido, en su mayoría, por peluqueras desempleadas, pues con la Revolución sucumbieron no sólo algunos aristócratas sino también sus modas)

El veredicto de la época era muy parecido al siguiente:

En ese escrito, Hooke aseguraba que la manera más rápida y segura de resolver operaciones, más que mediante el uso de cualquier instrumento, era la pluma y el papel. Con este método común se podían revisar los cálculos parciales, que permanecían todos a la vista. Era más fácil equivocarse con la máquina al presionar una clavija errónea que con el procedimiento anterior. Por otra parte, para la resolución de raíces cuadradas y cúbicas se podían emplear con mayor provecho las tablas matemáticas disponibles, recurso que además resultaba más económico. Para las multiplicaciones y las divisiones se podían emplear las versiones más simples de las varillas de Napier. En definitiva, las máquinas aritméticas resultaban para Hooke inmanejables y demasiado costosas, sólo accesibles a personas con elevado poder adquisitivo. Al final, se reservaba sólo una pequeña ventaja: pueden ser útiles para realizar directamente las tareas de multiplicación y división, fin al que está destinado el modelo que, como asegura, él ha diseñado.

Pero había un problema; las tablas matemáticas disponibles tenían muchos errores, tanto de cálculo original como erratas de impresión. Para solucionar esto entra el que puede considerarse sin lugar a dudas el padre de la computación moderna: Charles Babbagge. Aquí tienen un retrato de joven:

Quimera_Babbage

No es de extrañar que casi la mitad del libro esté dedicada a él y a sus ingenios, ya que la idea de una máquina de propósito general capaz de programarse mediante tarjetas y mecánica parece propia de una novela steampunk, pero fue real. De las dos máquinas que ideó Babbage, la primera no llegó a construirse del todo aparentemente más por culpa del perfeccionismo de Clements, el constructor. La segunda, que fue el antecedente de las modernas computadoras ni siquiera llegó a empezarse en serio.

En la época incluso empezó un debate cuya continuación sigue hoy en día, y por los mismos motivos ¿Es el pensamiento mecanizables? o ¿Pueden pensar las máquinas? Desde luego esa primitiva computadora no. Ada Lovelace, considerada la primera programadora, lo tenía claro:

[…]pero indica también que conviene guardarse de ideas exageradas sobre las posibilidades de la máquina, pues no tiene pretensiones de crear nada, ni de anticipar relaciones o verdades analíticas, sino simplemente «puede hacer cualquier cosa que sepamos cómo ordenarla que realice»

Aquí tienen un retrato:

Quimera_Ada

Ver descritos en el libro los primeros algoritmos de cálculo, o estas primitivas tarjetas perforadas:

Quimera_Tarjetas

Ha emocionado mi corazoncito de informático.

El libro muy documentado y riguroso, con gran cantidad de información tanto sobre la historia como sobre el funcionamiento de las máquinas.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (319/365)

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