Varios. Narrativa Venezolana contemporánea.

noviembre 24, 2011

Alianza editorial, 1971. 276 páginas.
Varios, Narrativa Venezolana contemporánea
Un país

Una extensa selección -aunque bastante antigua- de narradores venezolanos, con lo siguientes relatos:

Prólogo de Rafael Di Prisco
José Vicente Abreu, Se llamaba S. N.
David Alizo, Cirilo Madhav no ha muerto
Alfredo Armas Alfonzo, Dios y Hombre
Orlando Araujo, Manos 0-010
José Balza, Largo (fragmento)
Gustavo Luis Carrera, Ven, Nazareno
Gustavo Díaz Solís, Cáchalo
José Fabbiani Ruiz, A orillas del sueño (fragmento)
Julio Garmendia, Las dos Chelitas
Salvador Garmendia, Doble fondo
Eduardo Gasea, Un viejo soldado
Adriano González León, Madan Clotilde
Carlos González Vega, La infancia de Boris
Osear Guaramato, La niña vegetal
Enrique Izaguirre, Lázaro Andújar, el que olvidó su nombre
Rodolfo Izaguirre, Alacranes (fragmento)
Jesús Alberto León, Distancia
Héctor Malavé Mata, La única voz en la caída
Andrés Marino Palacio, Batalla hacia la aurora (fragmento)
Antonio Márquez Salas, El hombre y su verde caballo
Guillermo Meneses, La mano junto al muro
José Moreno, Prontuario
Luis Britto García, Helena
Héctor Mujica, Los tres testimonios
Enrique Bernardo Núñez, La galera de Tiberio (fragmento)
Miguel Otero Silva, Clímaco Guevara
Renato Rodríguez, Al sur del Equanil (fragmento)
Oswaldo Trejo, Sin anteojos al cuerpo
Arturo Uslar Pietri, El venado

Personalmente sólo conocía a Arturo Uslar Pietri, así que me ha sorprendido la alta calidad de la selección. Probablemente sí serán conocidos en Venezuela, pero por desgracia no sabemos nada de otras literaturas. Estas selecciones sirven para mitigar esa ignorancia.

Pocos relatos que describan costumbres de la Venezuela profunda o adscritos a realismo mágico, con vocación de modernidad -de la época, y una muestra muy amplia que incluye apuntes biográficos muy útiles para gañanes como yo.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (85/365)


Extracto:[-]

Julio Garmendia: Las dos Chelitas
Chelita tiene un conejito, pero Chelita la de enfrente tiene un sapo. Además de su conejito, tiene Chelita una gata, dos perros, una perica y tres palomas blancas en una casita de madera pintada de verde. Pero no ha podido ponerse en un sapo, en un sapo como el de Chelita la de enfrente, y su dicha no es completa.
—-Chelita —le dice—, ¡ te cambio tu sapo por la campana de plata con la cinta azul!
Pero no, Chelita la de enfrente no cambia su sapo por nada en el mundo. Está orgullosa de tenerlo, de que se hable de él —y de ella, por supuesto—, y de que Pablo el jardinero diga muy naturalmente, cuando viene a cortar la grama:
—Debajo de los capachos está durmiendo el sapo de la niña Chelita.
Cuando empieza a anochecer, sale el sapo de entre los capachos, o de algún húmedo rincón lleno de heléchos; salta por entre la cerca y va a pasear por la acera. Chelita lo ve, y tiembla de que lo vayan a aplastar los automóviles, o de que lo muerda un perro, o de que lo arañe la gata de la otra Chelita. Tener un sapo propio es algo difícil, y que complica extraordinariamente la vida; no es lo mismo que tener un perro, un gato o un loro. Tampoco puede usted encerrarlo, porque ya entonces su sapo no se sentiría feliz, y eso querría decir que usted no lo ama.
Agazapada en su jardín, detrás de la empalizada, Chelita la de acá mira también con angustia saltar el sapo por la calle, y exclama, profundamente asombrada:
—¡Qué raro! No puede correr, el sapo!
Y tiembla también si viene un automóvil, o si pasa un perro de regreso a su casa para la hora de la cena… Al mismo tiempo, piensa, compara. Ella tiene tantos animales —además de su muñeca Gisela—, y nadie habla nunca de eso. En cambio, Chelita la de enfrente no tiene más que un sapo, uno sólo, y todo el mundo lo refiere, lo ríe y lo celebra. Esto no le gusta mucho a Chelita la de acá, que se siente disminuida a sus propios ojos.
•—Chelita —dice—, además de la campana con la cinta azul, te voy a dar otra cosa. ¡Mira! Las palomas están haciendo nido, llevan ramas secas a la casita; te doy también los pichones cuando nazcan… ¡no! cuando ya estén grandes y coman solos…
-—No —contesta sin vacilar Chelita la de allá—; no lo cambio por nada; es lo único que tengo. A papá no le gustan los animales —-añade, dirigiendo una mirada al vasto y desierto jardín de su casa—, y el sapo él no lo ve nunca; es lo único que puedo tener yo, y no lo cambio por nada, por ¡na-da!
—¿Y si te doy también a Gisela con todos sus vestidos, el rosado, el floreado, el de terciopelo? —insiste Chelita.
—Ya te he dicho que no —responde inflexible Chelita la de enfrente.
—¿Y si te doy también a Coco? —pregunta, estremeciéndose de su propia audacia, Chelita la de acá.
—Tampoco.
—¿Y si te doy también a Pelusa?
—¡Tampoco!
—¿Y a Rey? ¿Y a Ernestina? ¿Y las palomas en su casita? —dice Chelita en un frenesí.
—¡Tampoco! ¡Tampoco!
—¡Tonta! —le dice entonces Chelita la de acá—. ¿Crees tú que te voy a dar todo eso por un sapo?
—No me lo des, yo no te lo estoy pidiendo; ya te he dicho que por nada cambio mi sapo. ¡Aunque me des lo que sea!
Y así están las cosas. Si el sapo tuviera sapitos, seguramente Chelita la de enfrente no tendría inconveniente en regalarle uno, o dos, o tres, a Chelita; pero ¿quién va a saberlo? La vida de los sapos es extraña, nadie sabe lo que hacen ni lo que no hacen. No son como las palomas, por ejemplo, que se sabe cuando hacen su nido, y cuántos huevos ponen, y cómo dan de comer a sus hijos, y lo que quieren, lo que hacen y lo que dicen. ¿Pero quién sabe nada de los sapos de su propio jardín? Apenas ha llovido o que han regado las matas, se oye… pía… pía… pía…, es el sapo que anda por ahí, y eso es todo.
A comienzo de la estación lluviosa, el mismo día en que el cielo se nubló y cayeron gotas, una tarde gris, Chelita se fue, Chelita la de acá. Era una niña enferma; le regalaban tantos animales, para distraerla, porque se sabía que le gustaban; quizá también, sin darse cuenta, para ver si ellos lograban retenerla y hacer el milagro de atarla a la existencia, al sol, a la hierba, ¡a la vida!
Hoy fuimos a visitarla en el pequeño jardín cuadrado en donde duerme. Oculto entre los capachos, entre las «coquetas» y las «conejas» que ya forman un húmedo bosque enmarañado, vimos un sapo.
Era Cheiita —Chelita la de enfrente— que se lo había llevado. Lo había llevado y lo había puesto allí.
Chelita la de enfrente tiene ahora un conejito, una gata, dos perros, una perica y cinco o seis palomas blancas en una casita de madera pintada de verde. Y Chelita la de acá… pero ¿qué digo? ¡la de mucho más allá!… tiene ahora un misterioso amigo oculto en los capachos, en el húmedo jardín cuadrado en donde duerme; un misterioso amigo que se pone a andar y a croar cerca de ella, a la hora en que comienza a oscurecer; un misterioso y raro amigo…

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