Terry Southern. El cristiano mágico.

diciembre 14, 2017

Terry Southern, El cristiano mágico
Impedimenta, 2012. 150 páginas.
Tit. or. The Magic Cristian. Trad. Enrique Gil-Delgado

Guy Grand es un multimillonario que se dedica a gastar bromazos a lo grande. Desde construir una enorme piscina llena de basura y billetes, hasta flotar un crucero (el que da título al libro) en el que sólo pasarán desgracias. Entre medio menudencias como interferir en programas de televisión o lanzar productos de belleza que no cumplen su cometido.

Me venía recomendado por varias fuentes de confianza, pero me ha resultado insoportable. La idea tiene potencial, alguien dispuesto a despilfarrar el dinero para subvertir el orden imperante, pero no me ha hecho gracia ninguna de las gamberradas, ni les veo esa cualidad de sátira que tanto se alaba en las reseñas.

Perfectamente olvidable.

En algunas películas, tales como La señora Miniver, Grand realizó excéntricos insertos.
En cierta escena de dicha película, Walter Pidgeon está sentado de noche junto a la chimenea escribiendo su diario. Justamente aquella misma tarde había entablado conversación con Mrs. Miniver, y sin duda pensaba en ella mientras se interrumpía en sus quehaceres y miraba pensativo hacia el fuego. La versión original de dicho filme le muestra cogiendo un pequeño cortaplumas de un cajón de su escritorio, con el que afila meditabundo el lápiz con el que había estado escribiendo. A lo largo de esta escena, la cámara se centra en su cara, plena de reflexión tranquila y modesta esperanza, por lo que la marcada intencionalidad de la
escena queda a todas luces bastante clara: Walter Pidgeon se consagra a sus gentiles y melancólicamente ambiciosos pensamientos sobre Mrs. Miniver.
Los cambios que Grand introdujo en esta película, al igual que otros muchos que fue incluyendo en posteriores filmes, fueron insertados con toda profesionalidad y resultaron técnicamente indistinguibles. Este, que fue incluido justo en el momento en que Pidgeon está abriendo el cortaplumas, consistía en un primerísimo plano de tres segundos de duración sobre el destello del fuego en la cuchilla.
Esta sencilla imagen anulaba el énfasis de la escena. El reflejo del centelleo en la navaja parecía augurar un funesto mal y, apareciendo tal como lo hacía, al principio de la historia, directamente echaba a perder la película.
Grand rondaba por el vestíbulo después de la proyección esperando «cazar» algún comentario de los espectadores que salían de la sala. Con frecuencia se les unía:
—¿Y qué me dicen de esa parte del cuchillo? —preguntaba quejumbroso, caminando airado de un lado a otro y golpeando el puño cerrado contra la palma de la otra mano—. El tipo tenía una navaja… ¡Le juro que creí que iba a matarla! ¡Cielos, no lo entiendo!
En ocasiones, Grand no tenía más remedio que disponer de dos copias de la película, puesto que sus alteraciones eran tan flagrantes que no consideraba sensato proyectar la copia alterada dos veces seguidas.

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