Terry Pratchett. Dinero a mansalva.

febrero 23, 2012

Terry Pratchett, Dinero a mansalva
Mondadori, 2012. 396 páginas.
Tit. or. Making money. Trad. Gabriel Dolls Gallardo.

La banca gana

No suelo comprar nuevos los libros de Pratchett, pero de vez en cuando hay que darse un lujo. Sobre todo si los puedes encontrar muy rebajados en el marcado de San Antonio.

Húmedo von Mustachen, timador reconvertido en jefe de correos, ha conseguido que la institución a su mando funcione como un reloj. Pero se aburre. Hasta que Lord Vetinari consiga, muy a su pesar, y mediante una carambola testamentaria con perro implicado, hacerle director del banco nacional de Ankh-Morpok, y de la casa de la moneda. Mientras intenta conseguir que no le maten se le ocurrirá introducir una novedad: el papel moneda. Mientras, su adorada Buencorazón ha encontrado a unos golems increíblemente antiguos…

Podría decir que Pratchett ha perdido punch, pero después de 36 novelas del mundo disco lo sorprendente es que todavía consiga hacerme reír con sus agudezas, y de que siga en la brecha pese al Alzheimer prematuro que padece (y supongo que por eso figuran él y su mujer como autores). Eso sí, ha ganado en estructura narrativa y ¡que demonios! me sigue gustando un montón.

En plena crisis financiera la parodia del sistema bancario parece suave, pero el autor no podía saber que apenas un año después del libro se desencadenaría el caos. La traducción está muy bien pero sin alcanzar lo sublime como en ¡Zas!. El protagonista tiene carisma suficiente como para tener más libros en la saga.

La novedad provoca que no haya muchas reseñas en la web: entrada en la wikipedia, Dinero a Mansalva, en Crónicas literarias: Dinero a mansalva, y en Zona Fandom: Dinero a mansalva.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (176/365)

Extractos:

Al señor Doblado le gustaba contar. En los números se podía confiar, salvo tal vez en pi, pero ya trabajaba en él en su tiempo libre y tarde o temprano acabaría rindiéndose.
Estaba sentado en su cama, observando cómo los números bailaban en su cabeza. Siempre habían bailado para él, hasta en los malos tiempos. Y los malos tiempos habían sido malísimos. Ahora, tal vez, se avecinaban otros.

—Una dicotomía interesante, en realidad, puesto que tampoco lo son los payasos —dijo Vetinari.
—Siempre lo he pensado —dijo Adora Belle.
—Son trágicos —añadió Vetinari—, y nos reímos de su tragedia como nos reímos de la nuestra. La sonrisa pintada nos asalta desde la oscuridad y se burla de nuestra demencial fe en el orden, la lógica, el estatus, la realidad de la realidad. La máscara sabe que nacemos sobre la piel de plátano que solo conduce a la alcantarilla abierta de la perdición, y que lo único que podemos esperar es el aplauso de la multitud.
—¿Dónde encajan esos animales de globos que chirrían? —preguntó Húmedo.

—Aun así, sería espantoso que cayera en las manos equivocadas, Igor. Me pregunto si debería entregar el Borbotrón al gobierno. ¿Qué opinas?
Igor recapacitó. En su experiencia, una definición excelente de «las manos equivocadas» era «el gobierno».

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